Del Quijote a la Tierra Medio de Tolkien: un recorrido por los mapas de los libros de ficción de la mano del historiador Roger Chartier
En “Cartografías imaginarias”, que se publica por primera vez en español, el reconocido historiador presenta una genealogía que abarca desde el siglo XIV hasta el XVII, y donde explora la inclusión de mapas en obras de ficción de ese período.
En su ensayo «Cartografías imaginarias», que se publica por primera vez en español, el reconocido historiador Roger Chartier presenta una genealogía que abarca desde el siglo XIV hasta el XVII, y donde explora la inclusión de mapas en obras de ficción de ese período, desde “Mundus Alter et Idem” hasta “Don Quijote de la Mancha»: «Los mapas de la ficción tomaron el léxico, las convenciones de la cartografía de su tiempo para inventar territorios o continentes imaginados, hacer coexistir en un mismo espacio países inventados y tierras auténticas, o situar sobre territorios reales las itinerancias de personajes que no lo son», dice a Télam.
Las expediciones por tierras exóticas que tuvieron lugar a partir del siglo XIV generaron una fascinación por las cartas geográficas tanto de esos territorios hasta entonces inexplorados como de antiguos países que se hizo cuerpo con fluidez en las ficciones de la época. Chartier tomó nota de este interés y decidió trazar una genealogía que recorre la presencia de mapas en novelas, sátiras, utopías y distopías hasta entrado el siglo XVII, aunque como dice el autor, hoy en día la presencia de mapas es común o necesaria en obras de «fantasía épica» como las de J.R.R. Tolkien o «Game of Thrones», en un mundo donde los mapas son omnipresentes, desde la escuela hasta Google Maps.
Publicado por Ediciones Ampersand, el libro de 166 páginas incluye textos y 34 mapas, donde aparecen por ejemplo el caso de «Don Quijote», que incluye un mapa introducido introducido recién en 1780, a pesar de que la obra se publicó por primera vez en 1605. En otras obras como «Utopía» de Tomás Moro, «Viajes de Gulliver» o «Clélie» de Mademoiselle de Scudéry, la cartografía fue en cambio considerada un elemento fundamental desde el inicio.
Chartier se ha especializado en historia del libro, historia de la lectura e historia de la edición, lo cual lo ha llevado a desempeñarse como profesor en universidades como la de Pensilvania y el Colegio de Francia, y a ser director de estudios en la prestigiosa École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Su amplia trayectoria y aportes en estos campos lo han convertido en una figura destacada en el ámbito de la investigación histórica.
Tanto durante la charla con Télam como en su libro, el investigador deja en claro que el significado que se le da a la cartografía depende de la imaginación geográfica de los lectores y su cultura cartográfica, que varía según el tiempo, el lugar y las condiciones sociales. En el siglo XVII, por ejemplo, los cuadros de pintores holandeses mostraban una fuerte presencia de mapas en las paredes de las casas, mientras que esto no era común en Francia. En «Noche de reyes» de William Shakespeare, el personaje de Maria compara el rostro de Malvolio con «el nuevo mapa» de las Indias, lo que sugiere que el público inglés del siglo XVIII podía entender la alusión.
P: ¿Cuáles fueron en la época estudiada las dificultades técnicas y económicas asociadas a la inclusión de mapas en obras impresas como atlas, cosmografías, crónicas universales, guías y relatos de viajes?
Roger Chartier: Las dificultades eran técnicas. No se podían imprimir mapas o cualquier grabado sobre cobre con la misma prensa y en el mismo taller que los textos tipográficos. El costo del libro aumentaba y es la razón por la cual era necesario imprimir las imágenes en un espacio propio, frontispicio o página particular. En el caso de los mapas, a menudo, fueron impresos en láminas desplegables insertas en los ejemplares del libro. Esa fue la decisión editorial tomada por los mapas del «Quijote» o por la Mapa de Tierno, la «Carte de Tendré», de Clélie. El texto de 1654 indica: «Celerio dio efectivamente el mapa que sigue a esta página [página 397 de la edición] a la princesa de los Leontinos».
P: ¿Porqué algunos textos, como el de Tomás Moro, incluían mapas en su edición original pero luego desaparecieron en las reediciones?
R.C.: Por dos razones. La primera, técnica y económica, era limitar el costo de la fabricación del libro. La segunda podía vincularse con el poderío de la écfrasis que consta en producir imágenes con palabras solamente. Esto puede explicar tanto la duradera ausencia de mapas en algunos géneros que parecían necesitarlos (por ejemplo, los viajes de los héroes de la picaresca o hasta 1780 las salidas del hidalgo de la Mancha) como su desaparición en las reediciones del texto (como en el caso de la «Utopía» de Tomás Moro con, este caso, un elemento suplementario: la discrepancia entre las indicaciones geográficas en el texto y la posibilidad de su representación cartográfica. El mapa de la primera edición es paradójicamente el mapa de un «no lugar», una representación de lo irrepresentable.
P: ¿Cómo se puede entender la genealogía de los mapas en relatos de ficción, como el «Orlando furioso» de Ludovico Ariosto y «Don Quijote»?
R.C.: Establecer una genealogía supone identificar las cadenas de apropiación. En el caso inglés parece cierto que Swift conocía la isla de Defoe y había leído el libro de Hall. En el caso francés, la invención del Mapa de Tierno puede pensarse como la apropiación mundana del mapa de la subida del monte Carmelo que es encuentra en la obra espiritual de Juan de la Cruz y sus traducciones en francés. Entre los mapas los parentescos morfológicos son fuertes: ambos se leen de abajo hacia arriba, ambos presentan tres caminos de los cuales uno solo conduce a la felicidad, ambos inscriben en una topografía imaginaria virtudes y sentimientos. Estas genealogías parciales no conducen a establecer una genealogía global. Cada uso de mapas en las ficciones se ubica en un contexto particular, una decisión singular (como en el caso de las ediciones del Orlando furioso por Valgrisi).
P: ¿Cómo influyeron las expediciones y descubrimientos en los siglos XVI y XVII en la inclusión de mapas en obras de imaginación como fábulas y novelas?
R.C.: Es claro que en los siglos XVI y XVII una nueva consciencia de la globalidad del mundo, alimentada por las relaciones de viaje, las narrativas de las conquistas, los testimonios de la evangelización, abrió el imaginario de los lectores y suscitó el gusto para las representaciones del mundo. Las islas del Océano Indico de Gulliver, el mapa del mundo de Robinson Crusoe o, antes, las tierras australes de «Mundus Alter et Idem» de Joseph Hall, son mapas de espacios imaginarios que se dan a ver como si fuesen territorios reales representados por la cartografía.
P: ¿Cómo se relaciona la inclusión de mapas en obras de imaginación con la conciencia de la globalidad en los siglos XVI y XVII, y cómo influenciaron el léxico, las técnicas y las convenciones de la cartografía de la época en la representación de tierras imaginarias y geografía auténtica en las fábulas y novelas?
R.C.: Los mapas de la ficción tomaron el léxico, las convenciones de la cartografía de su tiempo para diferentes finalidades: inventar territorios o continentes imaginados, hacer coexistir en un mismo espacio países inventados y tierras auténticas, situar sobre territorios reales las itinerancias de personajes que no lo son. Según los autores y editores, la precisión cartográfica de los mapas de la ficción esta variable, entre una simple referencia un vocabulario topográfico hasta el uso de mapas «científicas» como en el caso del mapa del mundo utilizado por los viajes de Robinson Crusoë o el mapa de España en el «Quijote», dibujado por el Geógrafo del Rey a partir de las observaciones de un miembro del cuerpo real de los ingenieros.
P: ¿Cómo ha evolucionado el uso de representaciones cartográficas en la literatura de ficción desde el siglo XVI hasta la actualidad, con las nuevas tecnologías de mapas digitales y herramientas de representación visual?
R.C.: Me parece que los mapas en el «Hobbit» o en «El señor de los anillos» no son muy diferentes de los mapas de la primera modernidad (o del siglo XIX en las obras de Stevenson o Jules Verne). Es con el mundo digital que cambian o pueden cambiar la relación de los autores, editores y lectores con los mapas que proponen la movilidad de la configuración de los espacios, la presencia del «lector» en el territorio de la fábula o interacciones lúdicas entre la obra abierta y sus apropiaciones activas y posiblemente colectivas. Pero dejo a más sabios que yo el análisis de estas mutaciones fundamentales.
Carlos Aletto/Agencia Télam
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