Autoficción, la literatura que se convirtió en un verdadero fenómeno
Editoriales dedicadas exclusivamente a la literatura del yo, autores consagrados y principiantes que narran sus penas, amores, dolores y alegrías en los libros.
Tarde o temprano iba a ocurrir. En un mundo dominado por las redes sociales y la escritura autorreferencial en pequeños posteos, la literatura del yo encontró suelos fértiles donde germinar, crecer, expandirse. Y en los últimos años, como fenómeno editorial creciente, abarca cada vez más espacios en las librerías.
A decir verdad, la literatura del yo no es algo nuevo. Desde los diarios de Montagne a Georges Perec, pasando por la última ganadora del premio Nobel de Literatura, la francesa Annie Ernaux (que ya tiene más de 80 años), la autoficción siempre se ha hecho un lugar en la historia de los libros. Ahí están como ejemplo también Dante, el Arcipreste de Hita, Marcel Proust, Marguerite Duras o Philip Roth, que hablan de sí mismos en sus obras. Pero lo que existe en estos días es una eclosión.
El término autoficción apareció por primera vez en la contraportada de la novela Fils de Serge Doubrovsky, en 1977, para designar una “ficción de acontecimientos estrictamente reales”. El género -que durante la pandemia tuvo un pico de crecimiento seguramente impulsado por el ensimismamiento del encierro- está fundado en la identidad del autor, que a veces aparece como narrador y personaje principal. Pero incorpora el tema de la ficción porque se permite hechos hechos ficticios y nombres inventados.
Lo que también está claro es que no es un fenómeno exclusivo de la literatura. Ahí está la música (con nuestro tema de tapa, el disco de U2), o el cine, con películas más o menos autobiográficas como “Los Fabelman” de Steven Spielberg, “Aftersun”, de Charlotte Wells, y “Bardo”, de Alejandro González Iñárritu, sólo por citar algunos ejemplos recientes.
Como sea, más allá de que siempre haya habido lugar para la autoficción, lo que es novedoso en los últimos años es la cantidad y la existencia de sellos editoriales volcados casi exclusivamente a este género.
En Argentina, en ese espacio fértil, florecieron editoriales como Vinilo, un pequeño sello dirigido por Joana D’Alessio, que tiene una colección titulada Sencillos, bajo la tutela de Mauro Libertella. Son libros breves, chiquitos, que se identifican rápidamente. El arte de tapa (con formas en colores flúo sobre fondo negro), el diseño y la diagramación de interiores está a cargo de Max Rompo con la colaboración de Alejandro Pippa. En esa colección está por ejemplo “Parte de la felicidad”, el libro de Dolores Gil, en el que la autora relata el accidente en el que perdió la vida su hermana y cómo eso la marcó. También está “Negro casi azul”, de Paula Mariasch, que condensa escenas de una mujer que quiere ser madre y tiene dificultades para gestar, mientras reflexiona sobre el vínculo con su propia madre y sus parejas, y “Padres e hijos”, de Roberto Merino, que agrupa crónicas del destacado (y aún poco conocido en el país) escritor chileno sobre las relaciones entre padres e hijos.
Vinilo editará además un texto de la propia D´Alessio: “Breve tratado sobre la amistad”, donde la autora vuelve a los días más cerrados y anodinos de la pandemia para contar las caminatas por la ciudad con una amiga. Suerte de ensayo sobre la amistad, el texto indaga en el vínculo pero también explora Buenos Aires y los temas como los hijos, el amor o el paso del tiempo.
Otra colección que se ocupa de la autoficción es “Cerca de la verdad”, dirigido por la editora y escritora Magalí Etchebarne, para Ediciones B, del grupo Penguin Random House, y que apunta a usar la experiencia propia como punto de partida literario. Allí están, por ejemplo, los libros de Luciana Cáncer, Natalia Moret, Sol Montero, Sebastián García Uldry y Manuela Martínez.
“Mi historia no tiene final feliz. Ni la historia de mi enfermedad ni la historia de amor terminan bien. Quizás no terminan, se retroalimentan entre sí hasta el infinito. No hay progresión, no hay transformación del personaje, no hay redención”, escribe Luciana Cáncer en “Un lugar guardado para algo” , el libro que abrió la colección y que narra su anorexia, la privación del alimento para aplacar el dolor de la ausencia, la angustia de volverse grande y una historia plagada de silencios pero también de pequeñas heroínas.
Trapitos al sol
Aunque no todo lo que aparece bajo el enorme paraguas de autoficción es recomendable, hay mucho para rescatar, y muchos nombres célebres que anotarse para los interesados e el género. Desde la joven escritora belga –nacida en Tokio– Amelia Nothomb, que suele ficcionalizar episodios autobiográficos, como en “Estupor y temblores” (1999), un libro que vendió millón de ejemplares, donde se narra humillada y enloquecida mientras trabaja para una empresa corporativa japonesa, o “Biografía del hambre” (2004), que cubre su vida desde la infancia a la adolescencia
Uno de los grandes fenómenos de la autoficción son los seis gigantescos tomos del noruego Karl Ove Knausgård, “Mi lucha”. La saga autobiográfica a partir de la muerte del padre (que murió borracho, en la más absoluta miseria, obeso, sin trabajo, y bebiendo, bebiendo hasta morir), narra en desorden toda una vida, con énfasis en algunos días, semanas o meses particularmente decisivos para la configuración de su personalidad y de su vocación literaria. Los libros fueron un enorme éxito de ventas y generaron una polémica tan voluminosa como los tomos anclada en los límites éticos de escribir con autenticidad sobre la propia vida, cuando esto implica exponer los secretos y miserias de quienes rodean al autor.
Eso sí, la literatura de autoficción tiene consecuencias. La ex mujer de Knausgård, Linda Boström, salió a responder con su propia novela autobiográfica, “Niña de octubre”, donde dio su versión de los hechos.
Y algo parecido ocurrió con “La herencia”, de Vigdis Hjorth , también noruega, donde a cuento de una herencia de dos casas frente al mar para tres de cuatro hermanos, narra la historia del abuso de su padre. En este caso, la que salió con un libro como respuesta fue su hermana, que la tilda de fabuladora y resentida. Los trapitos al sol, como se ve, a veces se ventilan en los libros, sobre todos en los que hay más yo que ficción.
Dos recomendados
Una mujer, de Annie Ernaux
La ganadora del premio Nobel de Literatura 2022, Annie Ernaux es una muestra perfecta de la literatura del yo. Con su estilo seco, despojado, de apariencia fría, Ernaux cuenta en “Una mujer”, reeditado por Cabaret Voltaire, la muerte de su madre, ocurrida el 7 de abril de 1986, pero también la enfermedad -Alzheimer- que la alejó dos años antes del mundo, cuando borró sus recuerdos, la volvió pura ira y sospecha, y disminuyó su capacidad intelectual.
Lo maravilloso de Ernaux es que su literatura del yo, como toda buena literatura, es una literatura del nosotros. Porque la autora habla de su madre, pero sobre todo, de una época y un sentimiento universal.
Sigo aquí, de Maggie O’Farrell
Maggie O´Farrell es una autora imprescindible por muchos de sus libros (con “Hamnet” en primer lugar), que son ficciones.
Pero este en particular, “Sigo aquí”, editado por Libros del Asteroide, es un libro muy singular y estremecedor en el que la escritora irlandesa narra diecisiete roces con la muerte, diecisiete momentos clave de su vida en los que todo podría haber salido mal.
Este es un libro honesto, que no mete el dedo en la llaga ni hace del sentimentalismo un altar, pero aún así resulta sumamente conmovedor porque nos pone al borde del abismo en el que surgen las preguntas sobre la fragilidad de la existencia y, en definitiva, del milagro de la vida.
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