Murió Cormac McCarthy, el gran novelista norteamericano, autor de «No es país para viejos» y «La carretera»
Una leyenda de la literatura, McCarthy ganó el premio Pulitzer por 'La carretera', su obra más popular, que fue llevada al cine, como así también "No es país para viejos". Sus últimas novelas 'El pasajero' y 'Stella Maris' se publicaron a finales del 2022.
Murió Cormac McCarthy a los 89 años. Una noticia tristísima. El escritor norteamericano, una de las grandes voces de la literatura estadounidense, autor de ‘La carretera’ y ‘No es país para viejos’ entre otras diez novelas más, falleció en su casa en Santa Fe (Nuevo México).
Cormac McCarthy era una leyenda. Y para que haya una leyenda, tiene que haber sustento. Ninguna leyenda se construye sobre terreno quebradizo. El que pisó Cormac McCarthy era sólido y estaba hecho de su propia coherencia. Así que mucho de lo que dice de su vida forma parte de la leyenda, pero no hay por qué no creer.
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Datos certeros: Cormac MacCarthy nació en Rhode Island en 1933, en medio de una familia de clase media que tenía grandes expectativas en él, el mayor de seis hermanos. Sus padres lo llamaron Charles, pero él se cambió el nombre por Cormac. Datos cierto también: los decepcionó, como dijo al New York Times en una de las pocas entrevistas que dio (la otras fueron a un diario pequeño y local del lugar en el que vivía, y a Oprah): «Decepcioné a mis padres. Supe desde joven que no iba a ser un ciudadano respetable. Odié la escuela desde que la pisé”.
(Y algo más: fue desheredado. Pero eso después).
Cuando tenía cuatro años se mudó con su familia a Knoxville, Tennessee, donde transcurrió su infancia. Allí, años después, estudió humanidades en la Universidad de Tennessee. Pero no se graduó. En 1953 ingresó en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, en la que permaneció durante cuatro años, dos de ellos destinado en Alaska.
La leyenda dice que ahí, en Alaska, aburrido, empezó a leer. Y se supone que también a escribir. Desde entonces, McCarthy nunca tuvo un trabajo fijo. Se dice que vivió de becas y premios que recibió por los libros que ha escrito. No hay nada que refute estas leyendas. Se dice también que vivió bajo una torre de perforación petrolera y que en su juventud llevó la vida de un vagabundo.
La mujer que lo acompañó durante un lapso de su vida no desmiente ese estilo de vida. En el verano de 1965, antes de la publicación de su primera novela, «El guardián del vergel», utilizando los fondos de una beca de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, McCarthy embarcó en el buque de línea Sylvania, para visitar Irlanda. Durante el trayecto conoció a la inglesa Anne DeLisle, que trabajaba en el barco como cantante. Se casó con ella, en Inglaterra, en 1966. Ese mismo año obtuvo una nueva beca, esta vez de la Fundación Rockefeller, que utilizó para viajar con Anne por Europa antes de recalar en Ibiza, donde terminó su segunda novela, «La oscuridad exterior». En 1967, volvieron a los Estados Unidos; alquilaron una casa cerca de Knoxville y él escribió La oscuridad exterior.
Dos años después, se trasladaron a Louisville, Tennessee, donde compraron un granero que McCarthy reformó por completo personalmente. Allí escribió su siguiente obra, «Hijo de Dios», ambientada en el sur de los Apalaches.
Su esposa Annie, que siguió siendo su amiga, recuerda. “Cuando volvimos a Estados Unidos, vivíamos en la total pobreza, en un establo reacondicionado en las afueras de Knoxville. Nos bañábamos en el lago porque no había agua corriente. A veces le ofrecían dar una lectura por dos mil dólares para una universidad, pero él les decía que todo lo que tenía para decir estaba en los libros, y comíamos porotos otra semana más.”
«Hijo de Dios» fue bien recibida, le dieron el premio MacArthur Fellowship, y Saul Bellow dijo que lo merecía por su “su poderoso uso del lenguaje y sus frases que debaten con la muerte y dan vida”. ESe premio está destinado a los grandes genios de la literatura. Y McCarthy lo mereció. Pero la novela que lo llevó a otro nivel fue «Meridiano de sangre», un western apocalíptico ambientado en la década de 1840 que se desarrolla entre México y Texas, publicada en 1985.
«Reservado, solitario, celoso de su intimidad hasta el paroxismo (…). Al igual que J. D. Salinger o Thomas Pynchon, Cormac McCarthy escribe de espaldas a los lectores, ignorando modas y exigencias comerciales, fiel exclusivamente a su vocación. Hasta poco antes de cumplir los 60 años fue pobre de solemnidad. Viajaba en una camioneta destartalada, escribía en habitaciones de motel y ninguno de sus títulos vendió mucho más de un par de miles de ejemplares, pese a haber entre ellos varias obras maestras. En Cómo leer y por qué, Harold Bloom afirma que Meridiano de sangre es la mejor novela americana de la segunda mitad del siglo XX«, escribió el diario El País, sobre este autor esencial.
Luego vendrían las sucesivas maravillas, a partir de 1992, con «Todos los hermosos caballos», el primer título de la trilogía de la frontera (que completan «En la frontera» y «Ciudades en la llanura»); un best seller, con 190.000 ejemplares vendidos en los seis primeros meses. La obra obtuvo el National Book, el premio literario más importante de Estados Unidos.
En medio de esa escritura, McCarthy volvió a casarse y tuvo un hijo, John Francis, el pequeño que inspiró y a quien está dedicado «La carretera», un libro desolador, que se lee con el corazón y el estómago estrujados, y sin embargo tiene tanta belleza en medio del horror, tanto amor, tanto intento de bondad.
Según el New York Times: “McCarthy le debe a Faulkner su vocabulario recóndito, la puntuación mínima, la retórica portentosa, el uso del dialecto y el sentido del mundo concreto”. El no lo niega: “Los libros se hacen de libros. La vida de una novela depende de las que ya han sido escritas. Siempre ha sido así”.
Muchos de sus libros han sido adaptados al cine. Pero por fieles que sean los directores con su obra (y en la mayoría de los casos lo son), no hay nada como leer a este escritor, que es de verdad un maestro en el uso de los diálogos y en la descripción. La belleza desoladora de los bosques de su primera residencia (Tennessee) y la desnudez de los parajes desérticos situados en la frontera entre México y Estados Unidos, donde vivió hasta el final son los escenarios de sus novelas, que mudaron del gótico sureño al western. Un western peculiar, como todo McCarthy: sin héroes ni redención, con un lenguaje tan florido como seco, un frondoso vocabulario pero usado con la máxima economía. Pocos escritores han sabido describir con mayor hondura y delicadeza la grandeza del paisaje americano.
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