Epopeya neuquina y gobernador paradigmático

Hace un siglo el coronel Manuel Olascoaga, casi septuagenario, demarcaba -sacrificadamente- los límites con Bolivia, pero no podía olvidarse de Neuquén.

Cuando el ingeniero José Ignacio Alsina asumió en Chos Malal como gobernador de Neuquén en 1902 para sumar los desaciertos y conflictos que terminaron por provocar su renuncia al año siguiente, quien lo criticó públicamente por esos motivos y había sido el primer gobernador (Manuel José Olascoaga) marchaba a lomo de burro por el árido y poco oxigenado Altiplano. Cargaba 67 años a cuestas, buena parte de ellos traqueteados en parecidas y aún más difíciles experiencias pero con las faltriqueras del espíritu abarrotadas por vocación de servicio donde el país lo necesitara. Sus músculos y osamenta no eran los mismos de 1886 cuando como un Moisés en demanda de la tierra prometida o tal vez un conductor de pioneros norteamericanos hacia el Oeste. Aquella vez se echó a andar al frente de una fila de carruajes desde Carmen de Patagones -el 9 de abril de 1886- para plantar al pie de las cordilleras una capital -al principio itinerante-para el nuevo territorio. Fue prácticamente el fundador de ese triángulo de tesoros geográficos. Ya el 30 de noviembre de 1884, cinco días después que fue nombrado primer gobernador, elevó a su cuñado y Ministro del Interior -Bernardo de Irigoyen- un informe sobre el territorio de Neuquén, minucioso y donde proponía dividirlo en cinco numerados departamentos.

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