Dos sanmartinenses navegaron una de las rutas más difíciles del mundo
Pablo Saad y Pablo Torres lograron unir el Océano Atlántico con el Pacífico, por el Pasaje Noroeste cerca del Polo Norte. El año pasado, Saad lo intentó pero casi muere allí. Son los primeros argentinos en lograrlo y dos de los pocos a nivel mundial.
Parado sobre un témpano de hielo Pablo Saad no pensó que volvería. Su velero Anahíta se había hundido y acechado por osos polares solo esperaba salir de allí. Pero pasó un año y volvió. Sobre un mapa trazó la misma ruta y hace unos días llegó a la meta. Con su compañero Pablo Torres, a bordo del velero Madrágore unieron el Océano Atlántico con el Océano Pacífico, por el Pasaje del Noroeste, transitando el Mar Glacial Ártico.
Eso los convirtió en los primeros argentinos en lograrlo y en dos de los pocos navegantes del mundo en conseguirlo. No fue fácil y le costó dos intentos, uno de los cuales casi le congela la vida.
“Este pasaje empezó el 31 de mayo del año pasado, partiendo de Italia. Me dirigía a Escocia y me encontré con un amigo, Diego Ramos, que me acompañó. Esa primera etapa terminó en el lugar que tuvimos un accidente con muchísima suerte. No es una zona poblada, hay algunos asentamientos, pero son pocos y dispersos”, dice Pablo en un audio de WhatsApp.
Hoy Pablo Saad festeja y recuerda que iban navegando cuando una enorme cantidad de bloques de hielo, veloces y violentos, ingresaban a gran velocidad. En un momento la corriente empujo al velero contra ellos y no hubo nada para hacer, el agua ingresó y debieron abandonar el barco y pasar largas horas sobre un témpano.
Justo había un rompehielos, un velero que estaba esperando que se abra el hielo para continuar y un barco de carga que abastecía a los pocos poblados de la zona. Todos ellos hicieron las cosas bien, buscaron un helicóptero que los rescató y eso les regaló otra oportunidad.
Este pasaje es mítico. Algunos navegantes se criaron con las anécdotas de sus padres que hablaban de las dificultades de cruzarlo. En su caso, hace pocos años su hermano del mar Víctor Felipe, un gran navegante argentino le contó que se podía circunvalar América y eso “le quedó”.
Pablo Saad comenzó a navegar en el lago Lácar y nunca paró. El primer año que recorría el mundo con Anahíta se encontró en una isla a la entrada del mar Báltico. Había dos barcos que esperaban que les hagan los papeles y le contaron que habían hecho el pasaje. Consideró que estaba al alcance de su embarcación, pero ese viaje se había propuesto llegar a Gibraltar. Aún así, empezó a juntar información.
“El accidente fue un baño de humanidad. Hubo un cambio en mi sintonía que me llevó a rencontrarme y relacionarme mejor con las personas”.
Pablo Saad
Una persona le contó sobre la cotidianidad del lugar. La navegación en latitudes altas además del frío, tiene presencia de hielo, mucha neblina y poca visibilidad. La zona está pobremente cartografiada. Cuenta Pablo que hay que estar más alerta, porque no se sabe dónde termina el recorte de la costa.
“Cada vez que se inicia algo, uno lo quiere mejorar y una de las maneras de hacerlo es plantearse objetivos cada vez más complejos. Al acercarte al polo norte, la declinación magnética, o sea lo que marca la brújula cada vez tiene más variación”, dice.
Después del accidente se embarcó hasta Francia. Su compañero volvió a San Martín a abrazar a su familia. Pablo esperó que el seguro pague lo correspondiente y luego encontró a Mandrágore, su nuevo velero.
“La hermana gemela de Anahíta. Son idénticas, una es la número 56 en su serie y la otra es la 68. Mandrágore es un año más joven y la encontré al sur de España”, dice y jura que cuando la compró no sabía que volvería al pasaje.
Este año, navegaba con otros destinos y a medida que se iba acercando se dio cuenta que tenía ganas de encararlo nuevamente. “Me di cuenta que era una manera de cicatrizar una herida que había quedado abierta. Somos humanos, cometemos errores y el accidente fue fruto de esos errores. Podemos maldecir, o analizar y aprender”, cuenta.
El contexto de este año en la zona ártica, fue mucho más favorable. En agosto, su puerto de salida fue Nuuk, en Groenlandia. Si bien por momentos los vientos y las olas castigaban la embarcación, algunas noches despejadas asistieron a espectáculos de auroras boreales. Conocieron distintas culturas y generaron relaciones con personas vinculadas a la navegación de distintas partes del mundo.
Solo los últimos días se les hicieron largos, por la ansiedad de llegar a Nome, en Alaska, luego de varias semanas de navegación.
“Me siento feliz. Para emprender estas experiencias se necesita tener una cuota grande de confianza. Pero no debe ser demasiado para no caer en soberbia. Es un equilibrio que busco, creo que todas las experiencias me hicieron un poco mejor persona. Las muestras de cariño que recibí fueron gigantes”, dice ahora, en un entretiempo del partido entre River y Boca mira lejos de su país, mientras baja por el Pacífico.
Está a 2200 millas de la Ensenada México, que es donde concluirá la temporada de navegación. “Me queda un poco del Golfo de Alaska, después me pegó a la costa, donde se navega en aguas más protegidas, en un entorno verde de montañas, nieve y cascadas”, relata tranquilo.
Después volverá a San Martín a ver a los suyos. Y el próximo viaje no está cerrado, pero sabe que seguirá navegando. Probablemente sea con rumbo al oeste, por el Pacífico, hacia la Polinesia.
“Soy una persona que vive en el mar el 75% del año. Siempre me cruzo con otros navegantes. Nos contamos por dónde vamos a rumbear y está la promesa e volver a encontrarnos. Somos viajeros marinos del mundo, una especie de familia del mar”.
Osos polares salían a saludar
El viaje, no fue solitario. Mientras el velero desafiaba las aguas frías, los navegantes atentos, hacían guardia para evitar que choque contra bloques de hielo. Mientras avanzaban, la naturaleza los sorprendía con focas, ballenas, auroras boreales y osos polares.
El día que vieron seis enormes osos polares lo recuerdan con entusiasmo. Dos navegantes canadienses, que hacen de soporte en tierra cuando se va a realizar este pasaje, les sugirieron que se peguen a la costa de la isla de Somerset porque a veces se pueden ver.
“Doblamos, vimos el primer puntito blanco”, contaron. Se acercaron a la costa y vieron el primer oso sentado en la playa. “Era como un perro. Lo fuimos acompañando, nos miró, nos olió levantando el hocico igual que hace mi perra Laica cuando quiere identificar quién está haciendo asado en la casa. Estábamos maravillados”, contaba Pablo Saad al medio Realidad Sanmartinense, en esos días cuando agarraba señal.
Avanzaron y vieron en cinco horas de navegación otros cinco osos. El tercero fue un nadador. “Estábamos en una zona de muchos trozos de hielo y parecía que uno de ellos se desplazaba. ¡Era un oso! Lo seguimos manteniendo distancia para no asustarlo”, relataba.
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