En contra del fanatismo
Cada tanto la pulsión tribal vuelve a imponerse. Y eso sucede porque las sociedades no hallan la forma de estimular la colaboración por sobre el enfrentamiento.
Uno de los problemas centrales de nuestra época es la tribalización de las sociedades. Es algo que sucede en casi todo el planeta, con distintos grados de enfrentamiento y por diferentes temas, pero que es universal. La tribalización más popular en la Argentina es lo que llamamos la Grieta: se constituyeron bandos político-ideológicos absolutamente enfrentados, en los cuales cada miembro de un grupo considera a cada miembro del otro grupo (y al conjunto del otro grupo) como lo malvado en sí mismo. Y ese pensamiento tiende al fanatismo: no poder ver nada positivo en el otro y no ver nada negativo en nuestro bando.
Discursos discriminatorios
La tribalización no solo genera violencia social, sino que impide a las sociedades mejorar, ya que cada bando carece de la fuerza para imponerse, pero tiene fuerza suficiente para vetar todo lo que el otro hace. Así se condena al conjunto a la degradación, como vemos en la Argentina de la última década.
El fenómeno de la tribalización tiene raíces que se remontan a los inicios de la evolución de los primates: para sobrevivir en las selvas africanas hace millones de años fue mucho más útil reunirse en manadas (el origen de las tribus humanas).
Para participar activamente de una tribu cada uno de los individuos no solo debía creer lo mismo que el resto de su grupo y acatar las órdenes de los líderes que lograban imponerse, sino que era igualmente necesario considerar que las creencias de otras tribus eran erróneas, cuando no perversas. Era tan importante el acatamiento total a la propia tribu como la desconfianza hacia (o el enfrentamiento con) otra tribu distinta de la propia.
La historia de la civilización es la redefinición constante del concepto de amigo-enemigo (tribal) y la creación de espacios sociales más complejos y sofisticados que nos permitan vivir a todos sin caer en las divisiones tribales y sin que esa pulsión por la tribalización nos lleve a enfrentamientos violentos. Así fue como inventamos la democracia (para que todos puedan participar de la manera más pacífica y colaborativa posible en la toma de decisiones).
Sin embargo, cada tanto la pulsión tribal vuelve a imponerse. Y eso sucede porque las sociedades no encuentran la forma de estimular la colaboración por sobre el enfrentamiento. Basándose en las simplificaciones excesivas y en la intransigencia es fácil que la tribalización se establezca y una vez que se ha establecido se hace casi imposible salir del círculo vicioso de la demonización del “otro bando”.
En su libro “Por qué el budismo es verdad”, Robert Wright analiza los procesos evolutivos que nos llevaron a carecer de lo que él llama “empatía cognitiva”: “La evolución -dice Wright- nos facilitó la empatía emocional; somos buenos tratando de proteger a un ser indefenso que vemos sufrir. Pero el problema es que somos muy malos para ponernos en el lugar de otro y tratar de comprender cómo entiende el mundo: creemos que el que no piensa exactamente igual a nosotros y no cree en las mismas cosas solo lo hace porque es malo y porque sus creencias son perversas”.
Según Wright, esta falta de “empatía cognitiva” nos lleva al “error fundamental de atribución”, el que surge de nuestro mal análisis sobre el comportamiento de las personas.
Wright agrega: “Cuando vemos el comportamiento de un extraño atribuimos demasiado su disposición y no atribuimos lo suficiente a su situación. Cuando vemos a alguien siendo un imbécil en la caja del supermercado decimos: ‘Oh, es un imbécil’, mientras que en realidad, podría haber tenido un mal día. Puede que acabe de descubrir que tiene cáncer. Quién sabe, pero lo que se tiende a decir por defecto es: ‘Esa es la clase de persona que es’, mientras que si ves a alguien dando dinero a un indigente dices: ‘Oh, esa es una persona caritativa’.”
Pero la realidad es más complicada que nuestras primeras impresiones. Con nuestros amigos y aliados, si hacen algo bueno, lo atribuimos a la disposición: ellos siempre están dispuestos a hacer algo bien. Pero si nuestros amigos y aliados hacen algo malo, lo atribuimos a las circunstancias: “fue por stress, se sintieron muy presionados, tuvieron un mal día, lo dejó la mujer”.
Con nuestros enemigos sucede lo contrario: si vemos que hace algo malo pensamos que eso demuestra, una vez más, que son mala gente. Y si hace algo bueno pensamos que nos quiere engañar o que lo hace de hipócrita.
Wright cree que debemos aprender a ponernos en el lugar del otro sin prejuzgarlo para aprender que los que no son como nosotros no son inevitablemente horrendos. También debemos aprender a ser más autocríticos con nosotros mismos y menos indulgentes con los de “nuestro bando” para ver que nuestra tribu también hace cosas malas. Wright dice que para mejorar la sociedad debe deponer ese tribalismo irracional y apostar al diálogo franco.
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