Gemma viaja sola, con su violín, por los paisajes de la Patagonia

Gemma Mamaní tiene 22 años, y hace 1 decidió salir a recorrer la Patagonia con su violín. Salió desde Bahía Blanca y en un primer intento venció los miedos de lo que implicaba viajar sola, luego llegó a Ushuaia y desde ahí comenzó a subir, con su música y sus sueños.

Gemma Mamani viaja para encontrar la paz. En algún destino de la Patagonia saca su violín se acomoda su cabello negro y largo como noche y toca. Su rostro reposa sobre el instrumento y ella se deja llevar por la música, por el aire puro de la cordillera. Atraviesa el sur y se deja enamorar por paisajes y experiencias. Deja de tocar, conversa con turistas, planifica nuevas rutas y sonríe, con la sonrisa más luminosa que existe.

Es de Bahía Blanca, tiene 22 años y arrancó a viajar en enero del 2021, para curar las presiones de la pandemia. Había pasado un mal año y decidió ir a pasar un mes a El Hoyo, Chubut. Estuvo en un voluntariado en un hostel, conoció El Bolsón, Lago Puelo, Bariloche y en esa recorrida, se dio cuenta que el tiempo no alcanzaba para todo lo que quería ver.

“Dije quiero seguir viajando. Era la primera vez que viajaba sola, nunca lo había hecho y siempre tenía miedo. Pensaba ‘¿cómo voy a estar con personas extrañas?’, y ni hablar de hacer dedo. Pero a medida que pasó el tiempo gané confianza y seguridad en mí. Porque más allá de conocer personas y descubrir lugares, es un viaje para conocerte a vos misma y decir ‘yo puedo’”, relata la viajera.

Hace una semana atendía el teléfono desde San Martín de los Andes. Allí había llegado con amigos de esos que se hacen en el camino. Cuenta que en estos meses nunca tuvo una mala experiencia. Cuando publica en grupos, muchas chicas le escriben y preguntan cómo es viajar sola en Argentina. Ella siempre dice que es una cuestión de intuición que cada una la desarrolla de a poco, con los kilómetros recorridos.


Salir para sanar


En Bahía, estudiaba y trabajaba. En el conservatorio había comenzado la carrera de profesorado de violín, y en los tiempos libres, era niñera. Cuando volvió de El Hoyo, en su primer viaje, se quedó dos semanas y se fue a Tierra del Fuego, donde vive su mamá. Había estado hacía un par de años allá y no había tenido una buena experiencia, por lo que quería darle una segunda oportunidad a ese lugar tan lindo.

“Me llevé el violín, pero no tenía intención de tocar en la calle. Me daba pánico pensar en el que dirán. Vengo de una educación conservadora en cuanto a la música, siempre tocaba en orquestas y estaba muy sujeta a la crítica. Pensaba que me gustaría pero no me animaba”, confiesa.

Gemma visitó la zona de los lagos en Bariloche, donde la gente la acompañó en sus shows.

Quería pasar unos meses en Tierra del Fuego. En Ushuaia trabajó, estaba muchas horas en el trabajo y no podía salir a conocer. También hacía voluntariados en un hostel, donde los viajeros le contaban sus historias y solo deseaba salir a la ruta. Después de cinco meses, sintió que era hora de volver a viajar, pero esta vez, con su violín como aliado.

Ese instrumento, que suena frente a los turistas del Lago Lácar de San Martín, llegó a sus manos cuando tenía 10 años. Su papá, para que haga algo después de la escuela, la mandaba a inglés y al conservatorio. Era una imposición, pero ella eligió el violín y se enamoró. Cuando terminó el secundario decidió que quería seguir tocando. Quería que surjan oportunidades en lo musical y pasaba horas ensayando, con mucha presión.

“Era muy exigente conmigo misma. Quería avanzar y estaba todo el día estudiando, daba clases, tenía profesores, pero me di cuenta que no lo disfrutaba. Yo sola me presionaba y en pandemia, sin ir a clases, la pasé mal”, cuenta.

Conoció a un chico que le contó su experiencia como mochilero.La idea le quedó dando vueltas y vueltas en su imaginación, pensaba cómo sería. “Un día me quebré. Venía de experiencias del pasado no resueltas, que no había superado. Lloraba y lloraba, iba al psicólogo, tomaba pastillas pero no sanaba. Necesitaba algo diferente, y viajar podía ser una opción”.

Esos meses en Usuhaia, rodeada de viajeros conoció a un suizo que en pocos días siguió viaje. Pero antes de irse le propuso encontrarse en El Chaltén. Era el impulso que necesitaba para salir de la isla.

“Hubo una conexión con él, y pensaba quedarme un tiempo más en la isla, pero yo sigo mi corazón, aunque suene cursi. Lo siento, lo hago, así que me adelanté a la aventura y me fui hasta ahí”, cuenta.

Recorrió Tres Lagos, Perito Moreno, Los Antiguos, Esquel, El Bolsón. En El Bolsón fue la primera vez que se lanzó a tocar. Venía practicando, tocaba a veces en público para vencer la timidez. Pero esa tarde llegó a la plaza con su violín, un repertorio de cinco canciones preparadas y una pista en un parlante y tocó.

“No sentía vergüenza. Comencé a ver que me grababan con los celulares. Toqué música de película como la de Titanic, una Lambada, algo de música clásica, rock nacional con un tema de Cerati, el tema El cóndor pasa, que es una canción andina . La gente se acercaba a hablar conmigo”, cuenta.

En parque Los Alerces acampó y pasó sus primeras fiestas sola. Bariloche es un lugar que la enamoró con su magia. El Centro Cívico, la zona de los lagos, tocaba ahí y se sentía famosa, cuenta mientras larga una carcajada. Ahora tiene un repertorio de 13 o 14 canciones, sumó zambas y folklore.

“Algo muy loco del viaje es que conocés mucha gente. Nunca necesité plata,ves como la vida, o el Universo te da lo que necesitás. La primera vez que toqué a la gorra conté la plata y me largué a llorar, me emocioné cuando descubrí lo que recibía. Lo pensé, lo quise y lo atraje, creo que así funciona”, dice antes de cortar la llamada y continuar su viaje rumbo a Mendoza.


Si querés seguir su viaje, ella lo comparte en las redes. En Instagram aparece como gemmaadhara y en Facebook como Gemma Mamani.


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