De San Martín de los Andes hasta Alaska: la gran aventura de Diego y la «Kawa»
Guardaparque, guía de montaña en el Lanín y con la experiencia previa de haber vivido en la Antártida, Diego se subió a las rutas con su moto para “hacer la América” a su gusto. Un viaje en el que fue testigo y documentó tradiciones y costumbres de muchas comunidades.
“Siempre lo más difícil es tomar la decisión. Una vez que largás y vas para delante, no te para nadie”. Esa es la máxima que mueve a Diego Saad. Así lo hizo cuando vivió un año en la Antártida. Así lo repite hoy, con un viaje de cinco años en moto por toda América. Desde su casa en San Martín de los Andes hasta Alaska. En aquellas tierras remotas combina ahora descanso, disfrute y algunas changas para juntar los fondos que le permitan el regreso.
Si el viaje en su Kawasaki KLR 650 duró tanto tiempo fue por dos condiciones. Diego, que tiene 44 años y fue guardaparque, quería conocer a fondo lugares y tradiciones del continente, “cosas que la gente hace y tienen que ver más con algo más espiritual”, le señaló a RIO NEGRO en diálogo telefónico desde Anchorage, la ciudad más grande de Alaska.
Los lugares destacados del recorrido fueron registrados con su cámara fotográfica, una Gopro y un dron chico. Promete plasmarlo todo en un documental que piensa realizar a su regreso, sin apuro, cuando tantas emociones e imágenes decanten y estén bien procesadas.
El otro obstáculo que lo demoró fue la pandemia. Lo obligó a quedarse dos años en México. “Fue difícil estando fuera de mi país, incertidumbre total… Las fronteras cerradas. Tuve que decidir si volver o quedarme, cuando todos los viajeros con los que compartíamos rutas se pegaban la vuelta. Me quedé solo, pero había que pensar en cómo sostenerse”.
«Llegar a Alaska representó para mí haber podido conectar con pueblos y culturas de todo un continente».
Diego Saad
Cuando los ahorros flaquearon, para lograr el sustento canjeó trabajo por alojamiento y comida. Muchas veces se quedó en casas de familia, luego de ganarse la confianza con su carpa instalada en un terreno cercano.
En San Martín de los Andes fue guía de montaña y trabajó en el Parque Nacional Lanín. Tuvo un bar y un restorán. Y nunca dejó de sacar fotos, su gran hobbie. La experiencia antártica le dio la templanza necesaria para esta gran aventura.
“Mucha gente ahorra dinero para comprarse una casa, un auto, hacer una linda pileta. Yo la gasto en viajar”, explica Diego. “Y todo lo que aprendí en mi vida trato de aplicarlo cuando las circunstancias me ponen en un nuevo lugar”.
Mientras estaba a la espera de que se abran las fronteras en un hostal de Querétaro (centro de México) fabricó un horno pizzero con un tacho de 200 litros, se puso a hacer pizzas y las repartió en “la Kawa” como delivery. Cuando pudo seguir viaje, les dejó su emprendimiento a los vecinos, a los que les enseñó a hacer las pizzas.
Kilómetros recorridos
- 80.000
- Son muchos más que los 13.300 que hay en línea recta desde su casa en San Martín hasta Anchorage, en Alaska. Se adentró en el continente en muchos lugares, pero no tocó Brasil
Perseguido por los narcos
Luego, en viaje por el desierto de Sonora, fue perseguido por tres camionetas potentes con varios sujetos. Lo obligaron a detenerse. “Los tipos venían con ametralladoras. Eran narcos que cuidaban su territorio en disputa con otra banda. Me decían que qué hacía ahí, que donde está la droga, las armas. Me mantuve sereno. Vieron mi placa argentina y hablamos. Se ve que les caí bien porque bajaron las armas. No entendían que hacía un loco en el desierto; y en medio de un enfrentamiento entre bandas.
En Estados Unidos se dio el gran gusto. La figurita de colección que buscan todos los motoqueros: recorrer la Ruta 66 que cruza el país de este a oeste. Y allí repitió el gesto de las fotos que publica en su cuenta de instagram @por.la.carretera . Su mano extendida lució estrechándose con la de un “Ángel del infierno” y frente a una “gasolinera”.
El tramo final hasta Alaska fue bien veloz desde se abrieron las fronteras. El retardo mexicano había afectado un poco, escaseaban los recursos y había que aprovechar antes que cambiara el buen clima. “Le di duro y parejo por el resto de Estados Unidos y Canadá. Es donde menos estuve, pasé volando”, indicó.
Mucho antes, de abajo hacia arriba, siguiendo la línea de la cordillera y adentrándose cuando algún lugar lo atraía, Diego trazó su camino. Chiloé, Atacama, el Salar de Uyuni, Cuzco, Otavalo, el pueblo de los chamanes en Ecuador y el “Tapón de Darien”, la región más intransitable y peligrosa de Latinoamérica (que corta en dos la ruta Panamericana entre Colombia y Panamá), fueron lugares destacados de su aventura.
En estos días prepara el regreso desde Alaska y extraña su casa en San Martín de los Andes. Promete un viaje rápido. Calcula que le llevará dos o tres meses. Dice que lo mejor que conoció es la gente y dejó amigos por todos lados.
El impulso de irse lejos
La pregunta final se impone:
– ¿Por qué te fuiste tan lejos, qué te significó llegar a Alaska?
– “Debe ser un sentimiento primitivo que traigo. Siempre voy a lugares alejados, donde la vida es más acorde a los ritmos naturales del ser humano, debe venir por ahí”, dijo Diego, al cerrar el diálogo con un autoanálisis.
Siete experiencias destacadas de un largo viaje
Con curiosidad, mente abierta y mirada a fondo como la de los viejos antropólogos, Diego Saad permaneció un buen tiempo con distintas comunidades durante el viaje de cinco años por América. Así, con sus palabras, describe las vivencias que más le impactaron:
1) Mingas de Chiloé (Islas de Chiloé, Chile)
“Los campesinos de la isla de Chiloé tienen la costumbre de construir sus casas sin cimientos anclados al suelo. Así pueden moverlas de un lugar a otro. Esto lo traen de los tiempos en los que debían llevar el ganado desde la «invernada» a la “veranada”. Si alguno decide cambiar su lugar de residencia dentro de la isla, llama a los vecinos a una «minga”, que se refiere a un trabajo comunitario en favor de una persona que lo pide y que luego será replicado para con los demás. El día de la «minga» es una fiesta y ver la casa entera viaja de un lugar a otro, a lo largo del camino, tirada por una yunta de bueyes, es un imagen surreal”.
2) Ñatitas, culto a los muertos (La Paz, Bolivia):
“En Bolivia, el recuerdo de los difuntos es permanente, ya que los que creen que la vida sigue lo practican a diario. Muchas familias conviven con los cráneos de los difuntos, de parientes o incluso de extraños. ´Almas que necesitan cariño´, dicen ellos. Los conservan a la vista en sus casas como personas presentes. Les brindan agua, comida y les rezan. Una vez al año es su fiesta por el día de los muertos, el día de las ñatitas, por el hecho de que los cráneos no tienen nariz. Ese día se juntan en el cementerio con todas sus calaveras para brindarles una fiesta con música y baile”.
3) Qeswachaka, el último puente Inca (Cusco, Perú):
“Los habitantes de cuatro comunidades del Cusco mantienen con esfuerzo la presencia de un puente hecho íntegramente con fibras vegetales de una hierba llamada Qeswa. Los puentes fueron construidos durante el Imperio Inca y les permitieron expandirse. Ahora los pobladores del Cusco lo reconstruyen cada año en una ceremonia ritual, ya que lo consideran un ser sagrado”.
4) Chamanes de fuego (Otavalo, Ecuador):
“En el norte de Ecuador, cerca del pequeño pueblo de Otavalo, existe una comunidad que concentra muchos chamanes. Dicen que eligen ese lugar rodeado de montañas y volcanes porque les da poder. Los que los visitan llegan afligidos por algún problema y ellos tienen un rito muy particular para hacer la limpia: el fuego. Luego de una ronda de invocación a sus dioses, el chamán va preparando el cuerpo desvestido de la persona, empapándola en alcohol que esparcen con hojas de plantas. Después toman un trago de licor y soplan frente a una vela encendida, lanzando así una enorme llamarada de fuego que roza la piel del poseído. La acción se repite varias veces, con el chamán dando vueltas alrededor. Dice que así quema las malas energías y purifica”.
5) Tradición cafetera (Armenia, Colombia):
“La región cafetera es grande, en el centro del país. Toda su cultura y tradición está vinculada a esta producción. En la ciudad de Armenia se celebra una fiesta para homenajear a los cafeteros y sus costumbres. Son tan alegres como los colombianos y su cumbia, tan sabrosas como el café”.
6) Fiesta de San Juanito (Guanajuato, México):
“En San Juan de la Vega, un paraje remoto del Estado de Guanajuato, sus habitantes veneran la figura de San Juanito. Es el patrono del pueblo y le atribuyen milagros y poderes sobrenaturales. Para agradecerle por sus favores recorren las calles del pueblo en procesión con la figura del Santo. Al finalizar el recorrido detonan explosivos. Le agregan pólvora al extremo de grandes martillos de madera y las golpean contra el suelo, provocando potentes estallidos. Con esta acción peligrosa, ellos demuestran su fe y devoción”.
7) Nativos de Alaska (Estados Unidos)
“Los pueblos nativos de aquí mantienen muy vigentes sus símbolos culturales y se aferran a ellos para no desaparecer. La simbología en sus tatuajes o en los tótem se vincula a criaturas del mundo animal o figuras ancestrales. Ellos le dan un valor muy elevado a su entorno natural y a la conservación de toda forma de vida”.
“La vida de ciudad no es para mi”
Diego Saad sabe lo que es vivir en solitario y no depender de nadie. Fue guardaparque, guía de montaña y le apasiona la fotografía.
“La vida en ciudad nunca fue para mí, desde chico lo noté, Donde menos gente hay estoy mejor”, dice.
En 2005 tuvo una experiencia que lo marcó a fondo: vivió todo el año en la Antártida. Su desafío fue reflejado en una nota que publicó RIO NEGRO a su regreso. Lo habían convocado para formar un equipo de investigación en la base Orcadas para tomar datos del cambio climático y su impacto en la fauna.
El silencio, la soledad y el aislamiento que vivís en la Antártida no los había experimentado con tanta intensidad en otros lugares. La dimesión de ese continente las hacen más potentes»
Diego Saad
De ese año en el continente blanco destaca tres cosas: “aprendí a convivir con el aislamiento, a profundizar la mirada sobre el lugar y uno mismo, y a valorar el silencio”.
Todo lo que vivió allí lo contó en su libro, “Un año de vida en el continente blanco”.
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