Por qué es importante no sobreproteger a los niños y permitir ciertos riesgos

Asumir cierto riesgo en las actividades lúdicas permite a los menores poner a prueba sus habilidades y estrategias perceptivas, motoras o cognitivas.

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Alejandro Cano Villagrasa, Universidad Internacional de Valencia y Nadia Porcar Gozalbo, Universitat de València

Desde una perspectiva educativa, el riesgo se entiende como sinónimo de exploración. Los humanos, durante toda nuestra vida, debemos adaptarnos al mundo físico y social que nos rodea. La exploración mediante los sentidos (vista, oído, tacto, olfato y gusto) brinda a los niños y las niñas la posibilidad de conocer las propiedades y la funcionalidad de los objetos, así como construir un sentido del mundo y entender qué implica formar parte de él.

Durante el desarrollo, los niños atienden, perciben y retienen información del entorno a través de la continua exploración. Aprenden a usar sus sentidos y desarrollan y fortalecen sus habilidades motoras, perceptivas y sensoriales como resultado de la interacción con el medio. La inteligencia se desarrolla a partir de las acciones cotidianas realizadas en el entorno en el que viven.

Al observar, explorar el mundo y recopilar información, los menores desarrollan conceptos básicos como el peso, la velocidad y el tiempo, entre otros. Estos procesos resultan fundamentales para el desarrollo del razonamiento, la lógica, la imaginación, la creatividad y la confianza.

El juego con objetos del entorno

Los niños aprenden a través de la exploración y el descubrimiento y cuando interactúan con otras personas. Alentar a los niños a hacer preguntas, cometer errores y practicar es crucial para su educación.

Los niños necesitan años de juego con juguetes y objetos reales para comprender el simbolismo entre el mundo real y el abstracto. Necesitan tener estos materiales al alcance de la mano en todo momento para desarrollar las habilidades correspondientes a su edad cronológica y a su desarrollo madurativo, tanto a nivel cognitivo como motor.

Además de ello, los juegos dinámicos con el uso de objetos del entorno o que impliquen un cierto riesgo de accidente podrían ser beneficiosos. Estos juegos pueden ayudarles a aumentar sus competencias e hitos del desarrollo. Los beneficios son aplicables a cualquier persona, desde etapas muy tempranas (de 2 a 3 años) hasta la edad adulta. Asimismo, llevar a cabo estos juegos puede ayudar a mejorar la percepción del tamaño, la forma, el movimiento y la profundidad.

Asumir cierto riesgo en las actividades lúdicas permite a los menores poner a prueba sus habilidades y estrategias perceptivas, motoras o cognitivas, generando en ellos una adaptación al medio y una mejor resolución de las situaciones problemáticas que se les plantearán durante el crecimiento.

Ni mucha protección ni poca

La teoría del desarrollo psicosocial de Erikson indica que, entre el primer y el tercer año de vida, los niños y niñas se encuentran en una etapa en la que deben conseguir un equilibrio entre la autodeterminación y el control ejercido por los otros.

Si la resolución de dicha etapa es satisfactoria, el menor desarrollará sentimientos de control y eficacia, afirmándose como una persona independiente, asertiva y flexible. Esto derivará en un adulto con sentido de la autonomía.

¿Qué aporta el apego?

El apego seguro fomenta la conducta exploratoria competente y activa del niño en presencia de su figura de apego; la cual se utiliza como base segura a partir de la cual explorar. La exploración le permite aprender cosas nuevas y estimular el desarrollo.

Asimismo, este estilo de apego estimula el autoconcepto, la autoeficacia y la autonomía del niño. Para conseguirlo, es imprescindible atender las necesidades del menor de manera efectiva, proteger del peligro sin ser alarmista, expresar afecto abiertamente, dedicar tiempo, establecer límites y normas, mostrar interés por sus preocupaciones e intereses.

Límites útiles, claros y fijos

El estilo parental es un factor estrechamente vinculado con el desarrollo cognitivo. Llamamos “estilo democrático” al de los padres y madres que combinan el afecto y la comunicación familiar, el fomento de la autonomía, y el establecimiento de límites.

Para que los límites funcionen, todos los miembros del entorno (ya sea familiar o escolar) deben ser conscientes de la utilidad de las normas para la convivencia, el bien común y el bien individual. Las normas deben tener un motivo, ir acompañadas de una explicación clara, estar adaptadas a la edad del niño, ofrecerse en un momento óptimo (libre de distracciones y estados emocionales intensos) y evitar el exceso.

Cuándo sobreprotegemos

Es necesario identificar que afecto y sobreprotección familiar no son sinónimos. En términos generales, la sobreprotección deriva en una concepción errónea del mundo por parte del niño o niña.

Por una parte, las preocupaciones excesivas del entorno familiar indican al niño que el mundo está lleno de peligros. Asimismo, la privación de oportunidades para superar las dificultades resulta en unos niños carentes de autoconfianza.

Una educación positiva

Los niños deben asumir riesgos (entiéndase riesgos como conductas exploratorias) con el fin de obtener un desarrollo óptimo. Para promover dicha conducta, deben moverse en entornos, tanto familiares como escolares, que sean flexibles. Los adultos que los acompañen deben darles seguridad y confianza, evitar el castigo físico, corregir sin faltar al respeto, usar el refuerzo y ofrecer opciones. También, deben intentar anticipar los actos, sugerir (y no imponer) las órdenes, valorar los intentos, ser empáticos, pacientes, y dar tiempo.

Es importante que los límites y las normas estén claros, y que los niños y las niñas recuerden lo que se espera de ellos.

En definitiva, es primordial que la crianza de los padres se base en una educación positiva, que permita la exploración y la interacción con los elementos del entorno, con el fin de que se estimule el aprendizaje durante la infancia y se lleve a cabo un desarrollo general adecuado a nivel lingüístico, cognitivo, motor, social, sensorial y adaptativo.

Alejandro Cano Villagrasa, Profesor en el Grado de Logopedia y Psicología, Universidad Internacional de Valencia y Nadia Porcar Gozalbo, Logopeda, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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