Más allá de los best sellers: la buena literatura que crece en pequeñas editoriales
El catálogo editorial que se publica en Argentina de autores extranjeros está plagado de joyitas escondidas. “Nada mejor que el paso del tiempo para evaluar lo que queda de un libro”, sostiene un editor que se dedica a bucear, y por suerte, rescatar esos tesoros.
Milena Heinrich
Télam
Si la tarea del editor, de la editora, supone siempre asumir un riesgo, entonces qué tipo de perspicacia entra en juego en los sellos argentinos cuando apuestan por poner en circulación literaturas internacionales en principio ignotas o con trayectorias ajenas a la comunidad lectora de nuestro país: ¿Cómo se piensa un proyecto de construcción a largo plazo cuando se decide publicar autores internacionales por fuera de los nombres más célebres?
Desde el fenómeno que generó “Los elementales” de Michael McDowell, el fervor de “Mi abandono” de Peter Rock, también autor estadounidense; pasando por el interés en Cynan Jones, Jamaica Kincaid, Deborah Eisenberg o Jesse Ball, sin olvidar rescates como la reedición de libros de Stanislaw Lem o de Kurt Vonnegut, el catálogo editorial que se publica en Argentina de narrativas internacionales está plagado de joyitas escondidas, descubrimientos y traducciones de calidad, que aportan mucho a la bibliodiversidad y expanden las conversaciones de la escena internacional por fuera de los best sellers del momento o autores hiper reconocidos.
Si todo libro implica un riesgo, ¿cómo toman impulso las editoriales medianas y pequeñas para publicar voces que en principio son poco conocidas en nuestro país, tienen una circulación muy menor entre la comunidad lectora local o quedaron quizá un poco en el olvido, a pesar de que sus libros hayan cosechado sustanciosos reconocimientos?
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Detrás de un editor o editora, se sabe, hay buenos lectores y detrás de esos libros que llegan con la impronta de cada editorial argentina, buenas traducciones. Un poco de la fórmula que trae la industria editorial independiente para abrir el juego en el mercado.
“El riesgo es muy grande para una autor conocido, pero es mucho mayor cuando se trata de uno desconocido. A los costos de la traducción, hay que sumar la corrección de la traducción y los derechos en moneda extranjera. El costo es tan grande que exige vender muchos ejemplares para solo cubrir los gastos”, explica Diego D’Onofrio, editor de La Bestia Equilátera, sello que en su catálogo apuesta por rescates de libros de autores como Michael McDowell, Elizabeth Taylor, Muriel Spark, entre otros.
Mucha de la apuesta de La Bestia en estas publicaciones cuyas ediciones originales fueron hace décadas responde a una premisa: “Nada mejor que el paso del tiempo para evaluar lo que queda de un libro”, como sostiene su editor. “La necesidad de los agentes, editores, prensa, por imponer una novedad muchas veces no permite discriminar la calidad de un libro de una cuestión meramente publicitaria. Cuando ya pasaron 40, 50, 60 años desde el momento de publicación, ese lapso permite tener en cuenta solo aquellos libros que han sobrevivido: por lo habitual solo resiste el paso del tiempo aquellos libros muy buenos”.
Por otro lado, también es cierto que hay “muy poco de una elección o preferencia” para publicar autores ignorados o poco leídos, dice D´Onofrio e inserta una variable clave en la medida que una editorial es también un actor en el mercado y necesita diferenciarse: “En España existen unas 200 editoriales que están activamente traduciendo todos los best sellers, libros premiados, y aquellos con muy buena crítica. Entonces queda muy poco para publicar y no existe otra opción más que ir hacia lo desconocido u olvidado. Allí la exigencia aumenta porque no existe la repercusión internacional del libro, y en muchos casos tampoco se puede entrevistar a los autores ya que están muertos. Por lo tanto solo queda como argumento de venta la calidad del libro. La exigencia termina siendo enorme”.
Como dice Hernán López Winne, cofundador de Godot, el riesgo siempre es el mismo: “No hay forma de saber si el libro va a vender bien o no. La lógica para asumir riesgos es siempre la misma: el libro nos gustó mucho y suponemos que puede vender bien. Después hay que lograr que eso suceda, y ahí está presente esa incertidumbre que solo se puede zanjar una vez que el libro fue publicado y llegó a las librerías”.
El catálogo de Godot se especializa sobre todo en no ficción pero también editó literatura de Woolf, Cheever o Beckett. Sin embargo, la incorporación del contemporáneo Peter Rock con el libro “Mi abandono” es un caso que desde el propio sello consideran “extraño”. “No es algo que esté en nuestros planes, en principio, publicar autores contemporáneos extranjeros de ficción”, aclara.
Pero “como pasa siempre (o casi) en el mundo de la edición, nos llegó la novela a través de una agencia, la leímos en cuestión de horas y la contratamos -cuenta López Winne-. Así que el primer paso fue medio un salto al vacío: la novela nos partió la cabeza, como nos pasa con libros de no ficción, hicimos una oferta y avanzamos. Después pasó lo deseable: el libro se vendió muy bien, y las otras novelas que escribió Peter son igualmente extraordinarias, tenemos publicadas dos más, tenemos contratadas dos más, y vamos a seguir adelante con el resto de su obra, todo lo que podamos”.
Bien distinta es la experiencia de Chai Editora, un sello que se gestó con la idea de publicar y traducir narrativa contemporánea extranjera. Soledad Urquia, su fundadora junto a Santiago La Rosa, piensa que en el riesgo está la definición de su editorial, donde la apuesta va más allá del libro. “Eso genera un pacto con los lectores y lectoras, que no buscan el nombre un autor conocido o autora conocida o un libro sobre un tema resonante sino la curaduría”, dice la editora.
Se teje así una “complicidad” y “confiamos en que eso vibrante que nosotrxs encontramos en los textos que decidimos publicar también resuena y es interesante para los lectores y lectoras. Priorizamos sobre todo la experiencia de lectura”, dice Urquia sobre la propuesta de Chai de “incorporar nuevas voces a la escena literaria de Latinoamérica y España, con todos los riesgos y el trabajo de presentación que eso implica”.
Para Chai un ingrediente fuerte de esa apuesta está en la traducción, tarea que encomiendan a escritores: a Laura Wittner y Esther Cross para Cynan Jones; a Virginia Higa para Amy Fusselman, y a Federico Falco para Deborah Eisenberg.
Con esa convicción trabajan desde el año 2002 en Interzona, que publica literatura, ensayo y teatro local pero también internacional.
En palabras de Luciano Páez Souza, su editor, “a veces los autores o autoras que elegimos traducir son voces reconocidas en sus países o fuera de ellos pero no tanto en Argentina o Latinoamérica. Pero creemos, aunque empecemos desde muy abajo, que siempre se puede construir y la audiencia lectora aumenta porque el aporte que se hace a la constelación literaria es necesario y está en diálogo con las tradiciones que manejamos”, dice y ejemplifica el caso de Stanislaw Lem con Borges y la tradición fantástica local, desde Oesterheld hasta Cortázar.
Para D´Onofrio, de La Bestia Equilátera, en los blogs literarios internacionales se pone a prueba el olfato, donde como entrecomilla él, está el “descubrimiento”. Sin embargo con eso no es suficiente: “Luego hay que leerlo y tratar de imaginar su traspaso a la lengua española. En general la ficción vende por su tema: debe tener algún toque existencial, tratar de alguna manera el tópico de los vínculos de pareja y las relaciones familiares. Pero el tema atractivo sin talento literario, desprovisto de estilo, no tiene valor”.
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