Libros y verano, la gran dupla

Lejos de la imagen “ligera” de la literatura de vacaciones, escritores y editores cuentan cómo aprovechan esta época del año para leer aquello que no pudieron a lo largo del año, trabajar en sus próximas obras. De paso, nos dejan recomendaciones de buenos libros.

Mientras el imaginario de la literatura del verano tiene fama de ser pasatista, una literatura ligera que se lee cerca de la pileta tomando una bebida refrescante o en la playa, entre niños jugando en la arena y vendedores pregonando su mercancía, algunos escritores y editores aprovechan esta época del año para leer lo que no pudieron en el invierno -no precisamente textos livianos o breves- o para trabajar en su escritura, aprovechando el ritmo aletargado de otras actividades para sostener rutinas más largas y exigentes dedicadas a la obra propia.


Las librerías de la costa cambian los libros de sus vidrieras de invierno y contratan empleados temporales para atender al público. Las editoriales tienen su plan de publicaciones para verano. Si fuese necesario ilustrar una nota sobre este ciclo del año, quizá se elija un suelo de arena y un libro apoyado sobre dos ojotas (blancas).

A contramano de esa postal, esta época es observada por cinco escritores argentinos desde sus experiencias con la estación: el narrador y editor de Radar Libros y Verano 12, Claudio Zeiger; las novelistas Gabriela Cabezón Cámara y Selva Almada; y los escritores Hernán Ronsino y Edgardo Scott, quienes deconstruyen esa idea del ocio estival ligado a la liviandad en las lecturas o, también, esa creencia que une al esfuerzo con determinadas lecturas, vedadas para el goce veraniego en el ideario popular.

La literatura que se escribe sobre la estación u ocupa un lugar importante en una obra desde “Sueño de una noche de Verano” de William Shakespeare es intensa. “El sol también sale” de Ernest Hemingway, “El Gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald, “El faro” de Virginia Woolf. Y más: William Faulkner escribió “Luz de agosto”, Albert Camus publicó en 1954 “El verano” y nuestro Julio Cortázar en 1974 en su libro “Octaedro”, donde aparece el relato “Verano”.

Para el escritor y editor Claudio Zeiger, nacido en la calurosa Buenos Aires el día de la primavera de 1964, el verano es prácticamente su razón de ser literaria, según confiesa. El año pasado publicó el volumen de cuentos “Verano interminable”.


El periodista y narrador cree que existe una literatura que se podría rotular “de verano”, es decir “como representación de un tipo de literatura que se asocia básicamente a las vacaciones, al ocio y al tiempo libre”, sin embargo el autor de las novelas “Nombre de guerra” y “Adiós a la calle” observa una paradoja que viene detectando en los últimos años: “el viejo y querido best seller entretenido de verano (que inclusive en el caso de la literatura argentina tiene el ejemplo máximo en los años 70 de los libros de fin de año de Silvina Bullrich para leer en la playa) fue reemplazado por una literatura para las vacaciones que es intensa, me refiero a géneros como la ciencia ficción, el fantasy, el terror llenos de sangre, de vampiros y de zombies”, formas que para el escritor ocupan el lugar de la literatura de entretenimiento, incluso para adolescentes.

Para la escritora Gabriela Cabezón Cámara, que nació en San Isidro en la primavera de 1968, autora de las aclamadas novelas “La virgen Cabeza”, “Romance de la negra rubia” y “Las aventuras de la China Iron”, el verano es un momento donde trabaja un poco menos porque no da talleres. Sin embargo, se ocupa de hacer artículos y avanzar con la ficción que está escribiendo en ese momento. “Y leer”, especifica la novelista: “No tengo ningún prejuicio respecto de las lecturas de verano. Un verano había descubierto el remo en las islas del Delta del Paraná. Estaba bastante sola por una serie de cuestiones que habían acontecido en mi vida apenas antes, y leí toda ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust. Algún otro, la saga de Ripley, de Patricia Highsmith. Y, durante la adolescencia, todo lo que encontraba en las mesas de usados y podía comprarme. Novelas de Silvina Bullrich, por ejemplo. Y algún libro de Maurice Maeterlinck, también”.

A Cabezón Cámara le gusta de estos meses “la circulación liviana por la ciudad, o ir a la playa. Imagino que como a todo el mundo. Y sí, claro, la disminución de los eventos de toda clase favorece mucho a la escritura”, asegura.

Hernán Ronsino, nacido en Chivilcoy durante los días más frío del invierno de 1975, autor de una obra premiada por la crítica y por la lectura, entre la que se destacan “Lumbre”, “Glaxo” y su reciente novela “Una música”, el verano siempre funcionó como un tiempo de exploración de lecturas y como un momento para desplegar proyectos narrativos, “bocetarlos”, aclara.


En este verano está leyendo “Agua corriente” de Anne Carson, “Arboleda” de Esther Kinsky y “Yomuri”, “la notable nueva novela de Cynthia Rimsky” se entusiasma el autor de “La descomposición”.

Ronsino confiesa: “Pero no es que en el verano trabaje más o lea más que en el resto del año. Es, más bien, un tiempo donde fantaseo proyectos de escritura”, sugiere.

La escritora Selva Almada, nacida en Entre Ríos en el otoño de 1973, cuyo último libro publicado es “No es un río”, la última novela de “la trilogía de varones” completada con “El viento que arrasa” y “Ladrilleros”, autora además del libro “Chicas muertas”, asegura que el verano es el momento de la escritura, o lo fue al menos con sus últimos libros. La escritora especifica: “Un poco porque es mi estación favorita del año, otro poco porque cuando coordinaba talleres eran los dos meses que tenía libres, sin clases, con la cabeza completamente despejada. Los talleres, que disfrutaba muchísimo, eran también una interferencia constante para la escritura y para la lectura”.

“A fin de año cuando me preguntaban en esas encuestas que hacen los suplementos cuántos y cuáles libros había leído me daban ganas de contestar: muchísimos, pero todos inéditos”, acota.


En el verano es cuando más lee Almada, “siempre tengo dos pilas: una es la de los libros que no pude leer durante el año por falta de tiempo y otra es la de los libros vertiginosos (no les llamaría pasatistas), esos que agarras y no podes soltar, los libros largos, los novelones que no podría leer durante el año de trabajo porque no vale entrar y salir de ellos, sino qué hay que quedarse, instalarse varios días seguidos”. La novelista está leyendo en este momento “El pasajero”, de Corman McCarthy.

La autora entrerriana en concordancia con lo que dice Zeiger agrega: “Quizá sea un cliché, pero las novelas que proponen un poco de misterio, de muertos o de zonas escabrosas son las que me gusta tener entre las manos en la hamaca paraguaya o en la pileta”.

No es lo único que lee en verano. También lee poesía (aunque eso lo hace todo el año): “leo o releo poesía como un paréntesis, un momento suspendido, un poco de agua fresca en el medio del día caluroso. Vengo de leer “El viaje” de Elena Anníbali, uno que estaba en la pila de los que aún no había podido leer, y qué hermosura: lo leí de un tirón y enseguida volví a leerlo y al rato se lo presté a una amiga como quien pasa una gran noticia o, mejor dicho, un tesoro”, concluye.

La experiencia personal de Zeiger ofrece un imaginario que está en su novela “Verano interminable”, que tiene que ver con “cierta ligereza con algo que es agónico, pero al mismo tiempo es fuertemente sensual, algo entre Hermann Hesse y Truman Capote” señala, aunque dice que como lector de verano busca lecturas que le “recontra calientan la cabeza”.


Por ejemplo, ahora está leyendo ensayos sobre la agupación Montoneros. Zeiger tiene esas dos facetas, “una relacionada con el cuerpo y otra con el alma, ambos disociados”, explica.

Los cuentos de “Verano interminable” giran alrededor del imaginario de un verano consciente que va rápidamente hacia su propia agonía, en un devenir que desarrolla una sensualidad y un vitalismo. “Ese es mi imaginario personal que se remonta a la infancia y a la adolescencia, sobre todo a esos veranos cargados de un tiempo diferente a la actualidad, con mucho más ocio, tiempo libre, con mucha más disponibilidad también para el peligro, para las aventuras aunque no se concretarán” señala.

Por su parte, el escritor Edgardo Scott, nacido en Lanús en el verano de 1978, quien actualmente está en invierno porque reside en Francia, explica que lee “libros sobre el verano durante el verano. O livianos. Y amplía: “Recuerdo a una mujer grande que se llevaba a la carpa novelas de Yourcenar o John Irving. Pero en cambio los libros de playa, los libros de las vacaciones, un poco como los amores de verano, pertenecen a una zona particular de la literatura”, indica el autor de la novela “No basta que mires, no basta que creas” y el libro de cuentos “Los refugios”

Scott no cree tanto en los libros que se llevan “para” las vacaciones como en aquellos libros con los que uno se cruza “en” las vacaciones: “Ya sea en una librería del lugar, en un puesto de diarios y revistas, o en una mesa ratona o anaquel olvidado de un café o del hotel en el que paramos”, sostiene.


En Mar de las Pampas, el autor leyó “Días de lectura” de Proust y “Eichmann y el holocausto” de Hannah Arendt: “También recuerdo empezar en Mar del Plata, ‘El río sin orillas’ de Saer. Recuerdo leer en la sierra, en Merlo, los cuentos completos de Onetti. Y sobre todo recuerdo a mis doce años en la playa, leer el flamante ‘Corazones en llamas. Historias del rock argentino en los 80’ de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz”, recuerda.

“En esta línea, los libros del verano, los libros de las vacaciones son libros de viaje; libros que nos encontramos en el camino. Libros que se parecen a un encuentro”, sintetiza Scott.


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