Leyendas: en la Meseta del Somuncurá está la Salamanca de los muertos vivos
El escritor de Valcheta, Jorge Castañeda, recrea narraciones orales de viejos pobladores de la región del Somuncurá.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Las contadas en la rueda de los fogones de los viejos pobladores de la meseta tienen el encanto de recrear un mundo fantástico y onírico donde los hombres y mujeres viven entre el mito y la realidad. Sólo por el mito se pueden explicar los ciclos de la naturaleza, el mundo hostil de la noche, las desgracias personales y es en el mito donde se resuelven los viejos interrogantes de la vida.
Las bolas de fuego del Gualicho
La población, cuenta la escritora Perla Álvarez ,“al recurrir al mito encuentra en él, la solución a situaciones problemáticas de la vida comunitaria que por su organización cultural no logra responder”.
Marta Blache consigna que “un acontecer mítico refleja otro existencial y la sociedad se organiza y configura a través de esas creencias”.
En el interesante libro compilado por el Licenciado Ricardo Freddy Masera “La meseta patagónica del Somuncurá, un horizonte en movimiento” se rescatan los trabajos de campo donde se recogen las narraciones orales de viejos pobladores de la región del Somuncurá.
Uno de ellos, por lo fantástico del relato, merece transcribirse literalmente. La entrevista corresponde a Guillermo Rodríguez realizada a un informante de la meseta, Fausto A., donde cuenta textualmente “Galopiando a Cona Niyeu, yo vide la Salamanca”.
“-Yo una vuelta aquí, salí de chasqui por un fallecimiento de… de una pibita, bah, me presté de voluntario y me fui a Cona Niyeu. Y acá la bajada del rincón grande hay un salitral grandote, hay, Me decían que por ahí había salamanca, bueno, yo no le creía. Por ahí le creía a alguno que había salamanca. Me fui. Se me entró el sol al bajar nomás, sería como las nueve, las diez de la noche, por ahí serían, me entré por el salitral ese. Y seguí galopiando. Y cuando seguí galopiando así, de frente venía un auto, por la picada de Cona Niyeu. Yo dije un auto, no le hice caso, iba a presentarme de chasqui en la comisaría de Cona Niyeu y cuando quise acordarme me había agarrado como así. Ande está la camioneta un poco más acá (sería unos ochenta metros de donde estábamos). Se pararon las luces y cómo chispiaba… medio me quise sorprender, sujeté el caballo. Quise ladear el caballo así (sacarlo hacia un costado). Mi caballo se asustó, no lo podía doblar el mancarrón y… quedó duro el caballo (paralizado). Y agarré, le cambié el rebenque con ésta. Primero saqué una caja de fósforos y le hice cruz. Le tiré fósforo encendido… le hice cruz el caballo. Y después lo saqué, le encajé unos azotes con la mano izquierda, ahí recién lo saqué de la huella. Pero duro mi caballo. Y no salía al tranco y no salía al tranquito y pasó… vino a quedar así, la luz esa (al costado), luces que habían, estaban abriendo. Y después se formó una luces de esa claritas, se formó como un pueblo. Ahí andaban gente caminando afuera, mujeres y hombres. Yo llevaba ruda en los bolsillos, agarré un palo de ruda, me lo puse en la boca. Dentré a mascar. No alcancé a llegar a Cona esa noche. Me jui a quedar… Al llegar al codo. Acá un alambre…No andaba mi caballo. Se quedó mi caballo. Al otro día, recién me presenté en la mañana. Venía aclarando… Llegué la comisaría. Ahí vide que había sido poderosa la salamanca. Ni me asuste, que si me asusto, no estaría haciendo el cuento. Cuando llegué allá le conté al jefe, al oficial: me pasó esa cosa. Entonces había un agente de policía, de Rucu Luan era. Dice, entonces usted pasó al lado de una salamanca, me dijo el policía, el agente de policía. Dice yo soy de Rucu Luan, dijo, en Rucu Luan había una salamanca grande…la luz en la noche. Yo no entiendo eso, dice el jefe. Yo sí, le dice el policía. Entiendo, le dijo. Yo soy de Rucu Luan y allá en mi pago hay salamanca, le dijo. Y que le puede pasar a Usted, me dijo el oficial. No, digo, yo le aviso nomás mientras me puede pasar una cosa de vuelta, imprevista, le digo. Y cuando iba así, cuesta abajo, así, iba pa allá hacía cuenta que me sacaban del recado del caballo. Parece que me tiraba pa atrás. Casi me había sorprendido otra vez. Y mi caballo no daba nada, lo quería galopiar, no había caso… Había gente, todos vestidos así como andamos nosotros, caminando. Luces por todos lados. Había un hombre que lo conocía , por acá en el desierto lo conocí, estaba vivo ese pobre hombre. Salía trabajando para acá. Y lo vide que andaba por ahí ese pobre hombre. No pasó el año, falleció. Lo vide con el vestuario que tenía, todo. Ante el año falleció. Así que eran cosa rara que había eso. Ese salitral. Y ahora ahí en ese salitral dicen que no se ven la luces. Se ve, pero en lugar desierto. Arriba de una loma se ve. Pero por temporada”.
Hasta aquí el ameno relato de un poblador de la meseta. “Esta oralidad común en la región, revela un espacio amplio poblado de animismo. Las acciones relatadas –dicen los investigadores- hilvanan acontecimientos de naturaleza realista o ficticia pero verosímil”.
El poeta pampeano y amigo Edgar Morisoli glosó de esta forma a los viejos pobladores de la meseta: “Pueblos de adobe salitroso/ junto a las sombras de los chenques, / esquiladores y choiqueros/ pirquineros de mala muerte; / muchachita de los quinchos/ allá por Arroyo Verde/ ¿Quién te corteja sino el viento/ por los chilares del poniente? / Tenías ojos de chulengo/ y un asombro de miel silvestre”.
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