Lecturas: «El puño invisible», de Carlos Granés
Vivimos un periodo de calma cultural, donde prevalece la frivolidad y la inocuidad de las obras. Eso propone el antropólogo social colombiano en este ensayo que publicó la editorial Taurus y que es un exhaustivo análisis de nuestros tiempos.
Ricardo Kleine Samson
“Mendieta, ya no quedan más domadores. Ahora son todos licenciados en problemas de conducta de equinos marginales…” Parafraseando la siempre ocurrente y oportuna definición del negro Fontanarrosa, podemos decir que el malabarista que en el semáforo de la esquina intenta sorprender a los automovilistas revoleando sus pelotas y procurando que no se le caiga ninguna, a cambio de unas monedas, ha pasado, desde ahora, a ser un artista callejero.
Es decir que, el malabarista en cuestión, ha dejado de hacer un espectáculo circense y ha ascendido a la misma categoría en la podríamos encuadrar a Martha Argerich, a Daniel Barenboin o al mismísimo y querido Fontanarrosa. Quizás 1 o 2 escalones más abajo, pero todos en la misma escalera. Con lo cual hemos borrado y desbarajustado los bordes de aquellas definiciones que nos servían para determinar la calidad y categoría de las pericias y talentos de las personas.
Además, el nuevo artista en cuestión, usa jean rotos y gastados para, además de dejarnos su impronta circense, manifestar su rebeldía. Una rebeldía tan inofensiva como la cerveza sin alcohol. La rebeldía descafeinada, inofensiva y tan desteñida como sus jeans, es otra de las tantísimas manifestaciones del hedonismo contemporáneo que no asustan a nadie.
De esta manera intento presentar el ensayo colosal del gran Carlos Granes: “El puño invisible”, con el que el colombiano fue galardonado, por unanimidad, con el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, cuyo jurado integraba el español Fernando Savater y Rafael Rojas entre otros. Premiaron no sólo la calidad de su escritura -rica, amena, apasionante- sino también la documentación transcripta y la creatividad expresada en el texto. Una maravilla.
Este libro es tan peligroso como el odiado y maldecido despertador matinal que nos saca del sueño para volver a la rutina. Pero escuchémoslo a él: “Puede que muchas de las manifestaciones culturales actuales se muestren transgresoras y rebeldes, pero la verdad es que vivimos un periodo de calma cultural, donde prevalece la frivolidad y la inocuidad de las obras, y en el que los artistas, antes de oponerse a la sociedad en la que viven, producen un arte que celebra los aspectos más rentables y degradantes del capitalismo contemporáneo: la banalidad, el plagio, la explotación, el shock escandaloso, el exhibicionismo, la bobería, el sadismo, el amarillismo, la vulgaridad; que terminaron contagiando a la literatura, con resultados bastante desalentadores: historias frívolas, cuyo mérito es el concepto más que la calidad narrativa. No hay movimientos culturales subversivos, así intenten serlo, porque toda la transgresión y la irreverencia han sido asimiladas y rentabilizadas por la industria cultural”.
Volvamos a Granes: “Este despliegue de independencia absoluta reblandeció por completo las definiciones. El arte era lo que el artista dijera que era el arte. El artista emancipado inició una carrera descontrolada hacia la experimentación y el vuelo imaginativo. Quiso transformar al hombre y a la sociedad y fue tal su soberbia que pensó que la suya era una misión cuasi sacerdotal, destinada a promover nuevos valores y macerar las viejas formas de pensar y vivir. Ser rebelde era pasarlo bien, divertirse, poner el placer por encima del compromiso y la responsabilidad. Quedaron los rebeldes sin causa, los insatisfechos porque sí, los impugnadores por oficio y los seudo anarquistas. Un ejemplo paradigmático de los tiempos que corren es Paris Hilton, máxima heredera de la burguesía internacional que renunció a su rol de dama de la alta sociedad y se convierte en una chica rebelde, trasgresora y hasta pornógrafa, para hacerse famosa y aún más rica. Fueron los entusiastas del fuego purificador que echarían por tierra el paisaje social en el que habían nacido. La fuerza del individuo emancipado de todo compromiso, deber y ley fue una de estas visiones inspiradoras. La conducta extraña era prueba de que el individuo se había emancipado de las convenciones y códigos falsos. El loco era una especie de mártir por una sociedad enferma, que mantenía sus principios morales y no se conformaba ni cedía a la hipocresía general. En pocas palabras era el último bastión de pureza y autenticidad en los confines de occidente…”
¿Puede la civilización vivir sin artistas ni escritores que escarben en sus entrañas? Tal vez por un tiempo, pero no indefinidamente.”
Un final esperanzador. Propio de Carlos Granes.
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