Lecturas: “Ayer”, de Agota Kristof

Libros del Asteroide publicó esta nouvelle de la autora húngara, quizás la más autobiográfica de sus novelas. Aunque el protagonista es un varón, el texto insiste en los temas que le son propios: la guerra, el desarraigo y la lengua nueva que debe aprender.

Agota Kristof comparte con el protagonista de su novela “Ayer” el exilio, el trabajo en una fábrica de relojes y la escritura en la lengua del país transformado en refugio, porque si algo logra la autora húngara en sus ficciones es narrar, mezclar, volver insumo literario aspectos de su vida, llevando a la ficción la pregunta por la verdad como artificio, como forma de darle sentido a lo vivido.


La nouvelle que acaba de editar en castellano Libros de Asteroide fue escrita por Kristof (1935-2011) en 1995 después de su monumental trilogía “Claus y Lucas”, en la que dos hermanos gemelos viven el desarraigo y la pobreza a partir de la guerra y diseñan un camino de supervivencia en la casa de una abuela cruel y desapegada a la que llaman Bruja.


Acá vuelve a ser un varón el elegido para ficcionalizar los temas que insisten en su escritura: la guerra, el desarraigo y la lengua nueva y aprendida como territorio a habitar. Si en “Claus y Lucas” hay lugar para la pregunta por quién narra (¿Claus o Lucas? ¿Es el mismo? ¿El anagrama de los nombres da cuenta de que pueden ser uno?), en “Ayer” la identidad también habilita preguntas: Sándor Lester huye a un territorio en el que se transforma en Tobías.


Antes de ese viaje, sabemos que Sándor es el hijo no reconocido de un padre maestro con una familia tradicional que lo veía como un hombre bondadoso con sus alumnos, en especial con éste, y una madre prostituta. De esa infancia, Sándor trasladará, o arrastrará, el recuerdo de Line, de quien se enamoró y a quien esperó y añoró después de dejar su país.
Kristof escribe en su libro de relatos “La analfabeta” que en ese itinerario sintió que perdió definitivamente la pertenencia a un pueblo porque tuvo que aprender una lengua nueva -el francés- para poder recuperar aquello que la sostuvo ante lo irreparable: la lectura y la escritura.
“Las ganas de escribir vendrán más tarde, cuando el hilo de plata de la infancia se haya quebrado, cuando vengan los días malos y lleguen los años de los que diré: ‘No me gustan’. Cuando, separada de mis padres y mis hermanos, ingreso en un internado de una ciudad desconocida, donde, para soportar el dolor de la separación, sólo me queda una solución: escribir”, se lee en uno de los relatos de “La analfabeta”, esa autobiografía que capta la pasión de Kristof por “la incurable enfermedad de la lectura”, como ella la define.

Es cierto que en “Claus y Lucas”, la trilogía compuesta por “El gran cuaderno”, “La prueba” y “La tercera mentira”, están los ecos de esa vida pero en “Ayer” también y uno de ellos es el tiempo en la fábrica. “La fábrica, las compras, la niña, las comidas. Y la lengua desconocida. En la fábrica es difícil conversar. Las máquinas hacen demasiado ruido. Sólo se puede hablar en el cuarto del baño, mientras se fuma rápidamente un cigarrillo”, describe Kristof sus días en la relojería en Suiza.


En “Ayer”, traducida por Ana Herrera, la fábrica también produce relojes e impone un ritmo agobiante para Sándor: “Lloro. No quiero ponerme la bata gris, no quiero fichar, no quiero poner en marcha mi máquina. Ya no quiero trabajar. Me pongo la bata gris, ficho, entro en el taller. Las máquinas están en marcha. La mía también. Solo tengo que sentarme delante, coger las piezas, meterlas en la máquina, apretar el pedal”, describe.


A esa rutina agobiante (”Prisión o fábrica, me da lo mismo”) se incorporará Line, la mujer a la que esperaba y llega un día al pueblo cercano con un marido y una hija. Será su llegada la que lo hará pensar que puede proyectarse a través de la escritura, aunque ella crea que eso no es una posibilidad.
-Pobre Sándor, si ni siquiera sabes lo que es un libro. ¿En qué lengua escribes?
-En la lengua de aquí. Tú no sabrías leer lo que yo escribo.


El hábito de la escritura insiste en ese narrador: escribe en un diario y un libro, le cuenta a una interlocutora que parece no darle crédito ni proyección a esa decisión. Pero Sándor tiene a la escritura como forma de escapar del rendimiento del tiempo. En esa vida reglada, cronometrada para sobrevivir, él escribe “caminando hacia el autobús”, “en el autobús”, “en el vestuario de hombres”, “delante de mi máquina”.
“El problema es que no escribo lo que tendría que escribir, sino que escribo cualquier cosa, cosas que nadie puede comprender y que yo mismo no comprendo tampoco. Por la noche, cuando transcribo lo que he escrito en mi cabeza a lo largo del día, me pregunto por qué habré escrito todo esto. ¿Para quién y por qué?”, se pregunta entre el desconsuelo y la esperanza.

Télam


Agota Kristof comparte con el protagonista de su novela “Ayer” el exilio, el trabajo en una fábrica de relojes y la escritura en la lengua del país transformado en refugio, porque si algo logra la autora húngara en sus ficciones es narrar, mezclar, volver insumo literario aspectos de su vida, llevando a la ficción la pregunta por la verdad como artificio, como forma de darle sentido a lo vivido.

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