La leyenda tehuelche de las ballenas

Cuenta la leyenda que antes caminaban. ¿Por qué se acercan a la playa? Las ballenas no nos olvidan nunca. Hay que protegerlas y no molestarlas.

Rumi, un poeta sufí que vivió en los años 1200 supo decir que “No eres solo una gota en el océano, eres el océano entero en una gota”. Y como casi siempre los poetas tienen razón. Solo tenemos que aprender de los antiguos y tendremos una concepción del mundo y de todos sus seres mucho más rica y de respeto por la naturaleza en todas sus manifestaciones.


Se preguntaba Kaakapol: “¿De quién es el aire? ¿De quién es el agua, las lagunas y los ríos? ¿De quién es la sal, la leña, los piches, los guanacos y ñandúes, las ballenas y hasta los baguales y vacas del campo? ¿Qué sucedería si un hombre entre sus hermanos, pretendiera todo ello para sí solo?”

Los patagónicos estamos pisando una tierra privilegiada. Grandes culturas nos antecedieron desde hace trece mil años. Tenemos Fauna y flora de excepción, paisajes únicos en el mundo y riquezas innumerables. Y también tenemos (es casi lo más importante la memoria de los mayores)”.

Mi amigo, el cantautor Oscar Payaguala, que tuvo la gentileza de poner música y canto a mis versos, supo recopilar una vieja leyenda tehuelche que tituló “La ballena no puede olvidarnos”.

“Hace muchos años Walkenk, la ballena, caminaba los mismos senderos y cañadones que los ñandúes, los guanacos, las maras o los piches. También jugaba con ellos… aunque muchos trataban de evitarla ya que debido a su enorme peso era muy torpe”.


“Contaba el abuelo que en esa época, hace ya mucho tiempo, cuando las mujeres dominaban a los hombres, los zorros y ñandúes nadaban y las ballenas caminaban. Pero que todo cambió de repente y ya nada es igual”.

“De a poco, los animales comenzaron a alejarse de ella y Walkenk, entristecida, se fue alejando hacia un cañadón desde donde podía ver a los amigos que ya no jugaban con ella. Y allí lloraba horas y horas…Y después de llorar, daba enormes suspiros hasta que el sueño la vencía”.

“Y así pasaba sus nuevos días. Una mañana cuando, todos despertaron, faltaba un grupo de maras revoltosas. Otro día, fue el guanaco más grande el que no estaba”.

“Piches con puntas afiladas, zorrinos de suave pelo, veloces ñandúes y hasta un zorrito muy inteligente, fueron desapareciendo en un misterio cada vez más intrigante. No había rastros en la tierra, nadie había escuchado nada… El miedo se hizo presente”.


“Los momentos de paz y alegría se habían terminado para siempre. Unos, atemorizados por las desapariciones sin explicación, y la Walkenk, allí desde su refugio en el cañadón, presa de una pena que era cada vez más grande”.

“Todo el paradero estaba triste y silencioso… pero el punto culminante fue cuando comenzaron a desaparecer toldos, y niños y mujeres y hasta los guerreros armados con sus arcos y sus flechas”.

“El terror se apoderó de todos. Y convocaron a una reunión urgente con Elal”.

“Cuando llegó Elal escuchó atentamente los reclamos. Entonces, caminó por el lugar, y rápidamente descubrió el motivo: Walkenk dormía, pero dormí cansada de tanto llorar y suspirar. Y cada suspiro de la triste ballena provocaba un viento atrapante”.


“Y en ese mismo momento Elal, el héroe protector decidió que ella era demasiado grande para andar caminando sobre la tierra y después de liberar a todos los guanacos, zorros y zorrinos, las mara, los ñandúes, algunos pajaritos pequeños y otros grandes, los niños, las mujeres y los hombres, y de revisar que no quedara dentro de Walkenk ningún toldo, ningún arco, ninguna flecha, porque allí estaban todos dentro sin saber cómo salir, le explicó a la angustiada ballena que ella iba a vivir mejor en el agua, que en vez de sus pequeñas piernas le daría una aletas y que le haría un agujerito arriba de la cabeza para que pudiera largar por allí el agua que entrara a su boca, y que, además, y esto era lo importante para ella, iba a volver a ser feliz”.

“Y así fue, porque en el agua Walkenk se sintió inmediatamente a sus anchas, como si en vez de gorda, enorme y torpe fuera liviana, ágil y juguetona… Y sin poner en peligro la integridad de nadie, con la misma bondad de siempre y con la misma curiosidad de cuando caminaba los cañadones patagónicos y ese interés por ser parte de todo nunca lo perdió… ni las esperanzas de saber cómo están sus amigos de la tierra y por eso siempre continuó volviendo a las orillas para observar”.

Por Jorge Castañeda, Escritor, Valcheta.-


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