La hija oscura: los claroscuros de la maternidad
El éxito de “La hija oscura”, la película que se puede ver en Netflix, basada en el libro de la misteriosa autora Elena Ferrante, pone en la mesa un tema del que casi no se hablaba: la posibilidad del agobio de la crianza, el deseo de querer algo más.
¿Qué pasa cuando una madre se siente agobiada, incompleta, abrumada?
La literatura primero y el cine y las series después, trajeron a la mesa un tema incómodo: la maternidad no siempre es color de rosa ni es todos los días maravillosa. Hay momentos de desborde, hay días en lo que se siente que es imposible hacerle frente a todo. Ya lo anticipaba Tolstoi, allá por 1887, en esa novela que tiene el comienzo más celebrado y repetido de la literatura: “Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su manera”, de la sufrida Anna Karenina.
La maternidad fue puesta en la balanza en muchísimos libros: el genial “Apegos feroces” de Vivian Gornick; “La hija única” de Guadalupe Nettel; “El verano que mi madre tuvo los ojos verdes”, de Tatiana Tibuleac; los perturbadores cuentos de Taeko Kōno, reunidos en “Cacería de niños”, sólo por citar algunas de las muchas maneras en las que la literatura se acercó al tema sin concesiones en los últimos tiempos.
Hace algunos días, la cuestión volvió a la mesa de la mano de un éxito de Netflix, “La hija oscura”, (The Lost Daughter), ópera prima como realizadora de la actriz Maggie Gyllenhaal, que es a su vez una adaptación a la pantalla grande de una de las novelas de la misteriosa y admirada escritora Elena Ferrante.
¿Qué cuenta? La historia de Leda (Olivia Colman, excelente como siempre), una profesora de literatura que tiene 48 años y que se va sola de vacaciones a una isla griega en busca de un entorno paradisíaco. Lo que encuentra en esas playas termina siendo un viaje a su propio pasado. Y ese pasado no es el paraíso. Lo que ve, además de una ruidosa familia, es a una joven madre, Nina (intepretada por Dakota Johnson), que se convierte no sólo en un espejo de su propia juventud, sino, y sobre todo, en una puerta de regreso a su propia maternidad, cuando aún estaba casada.
“Me estoy ahogando”, le dice en aquel entonces Leda a su marido, en uno de esos viajes que hace su memoria al pasado, para dar cuenta del estado de desborde en el que se siente inmersa.
La película va y viene entre ambas épocas, el presente en la playa y el recuerdo de Leda. En ese pasado, se ve a una Leda de veintipico ( interpretada por Jessie Buckley), lidiando con la crianza de sus hijas, su matrimonio, sus ambiciones profesionales, todo en un precario equilibrio, que se desbarata.
Lo que hacen la película y el libro en el que está basada, es mostrar los claroscuros de la maternidad: ni es lo mejor ni es lo peor de los mundos, pero sí es una experiencia fuerte en la que conviven sentimientos extremos. Nadie cuestiona el amor que sienten Leda por sus dos hijas y Nina por la suya.
Pero la película desmonta tabúes, sale de la zona de confort de lo que habitualmente se dice de la maternidad. La madres de esta película viven la maternidad de una manera agridulce. Muchas veces más agria que dulce.
La Leda joven es una madre que quiere escapar del agobio que siente, y de hecho lo hace: se enamora de otro hombre y decidida a vivir esa relación; deja a su marido y a sus niñas de 5 y 7 años. No las vuelve a ver por tres años.
Ni la película ni el libro levantan el dedo o señalan acusatoriamente la decisión de Leda.Leda vive con las consecuencias de lo que hizo. Vive con las contradicciones en las que se vio sumergida a partir de su decisión.
Como en el libro de Ferrante, lo que hay en la película es una aproximación descarnada a los bordes mas sombríos, o más bien menos hablados de la maternidad: la lupa puesta sobre el agobio de la crianza; sobre la posibilidad de no seguir los mandatos.
“Leí la novela hace muchos años. Y la primera sensación fue que la protagonista estaba realmente jodida. Pero después me di cuenta de que me sentía identificada. ¿Será que yo también estoy jodida, o esto es algo que sentimos muchos y de lo que no hablamos? En última instancia, es a la vez perturbador y reconfortante, porque, si alguien lo escribió, quiere decir que no estamos solas con nuestros terrores y nuestras ansiedades, ni, en el otro extremo, con la intensidad de nuestra alegría y de nuestro amor”, le dijo Gyllenhaal al New York Times, en una entrevista a propósito del estreno de la película y de la adaptación del libro de Ferrante. Una adaptación que, es bueno señalar, toma el riesgo y sale con éxito al hacerle algunos cambios al original.
“Las mujeres suelen enfrentarse a una versión de fantasía de sí mismas –dijo la directora en el estreno de la película, en el Festival de Venecia, en donde se llevó el León de Plata al Mejor Guión Adaptado–. Nos vemos haciendo cosas en las que somos buenas o de las que nos sentimos orgullosas. Pero, en realidad, la mayoría tenemos un enorme espectro de cosas dentro. Me extrañaría mucho encontrar a una sola madre que, en cierto momento de su vida, no haya pensado ‘y qué tal si me voy dando un portazo’. Eso casi nunca ocurre, pero en La hija oscura nos encontramos con una mujer que sí lo hace”.
La película es conmovedora justamente por esos grises de la maternidad. Ahí está Leda de joven queriendo escapar con su amante, mientras su hijita le pide que le de un beso en el dedo que acaba de lastimarse.
“Estaba como quien está conquistando su existencia y siente un montón de cosas a la vez, entre ellas un vacío insoportable. Me di cuenta de que no era capaz de crear nada mío que pudiese equipararse a ellas”, sostiene la protagonista de “La hija oscura”.
Sobre este tipo de reflexiones, que tan bien están llevados a la película, lo dijo muy bien la revista de Los Ángeles Times: “La hija oscura analiza la confusa humanidad de la maternidad con el tipo de enfoque empático normalmente reservado para los gánsteres, asesinos seriales y otros antihéroes. El viaje de Leda es retorcido y algo inexplicable (no es, hay que decirlo, violento o abusivo). Pero la belleza y la importancia de La hija oscura es su capacidad para contener dos pensamientos al mismo tiempo: una madre puede amar a sus hijos, profunda, verdaderamente y también necesitar algo más de la vida”. Tan sencillo, perturbador y profundo como eso.
Tres más para ver y leer
* Kramer Vs Kramer (1980): Audaz para su época, el film arranca con la decisión de la mujer de dar un portazo y dejar a su marido e hijo.
Distancia de rescate. El libro de Samata Schweblin y la pelicula de Claudia Losa también, exploran lo complejo de la maternidad, y sobre todo la relación entre Carola y su hijo David, al que por alguna razón ella no puede querer.
La hija única, el libro de Guadalupe Nettel, presenta no una sino muchas maternidades posibles, con una mirada amplia y comprensiva.
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