El tiempo perdido de Proust, ¿es nuestro tiempo perdido?
Hoy se cumple un centenario de la muerte de Marcel Proust, autor del voluminoso “El tiempo perdido” que coincide asombrosamente con los modos en que nos relacionamos hoy, en tiempos de algoritmos, del lugar central del yo en la percepción del mundo.
Esta semana se conmemora el centenario de la muerte de Marcel Proust, fallecido en París el 18 de noviembre de 1922 y autor de “En busca del tiempo perdido”, cuyos siete volúmenes, publicados entre 1913 y 1927, influyeron en todo un siglo de novelistas, filósofos y teóricos del mundo, como aseguran expertos que se reúnen estos días para explicar por qué hay que seguir leyendo al escritor francés.
Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust nació en una familia adinerada en París el 10 de julio de 1871 y su obra maestra, la extensa novela “En busca del tiempo perdido”, en francés original “À la recherche du temps perdu”, es una obra cumbre del siglo XX.
Hasta maña se realizan las jornadas “Experiencia Proust” (a las que se puede acceder de modo gratuito y virtual a través de la página https://www.rojas.uba.ar/streaming-), que recorren la vida y la obra del célebre autor francés, en la semana en que se conmemora el centenario de su muerte, pensadas para que mediante streamings y los cursos online tengan llegada a todo el país.
Las jornadas se organizan alrededor de su novela “En busca del tiempo perdido” en cuyo primer tomo -el más leído, “Por el camino de Swann”-, aparece la escena en la que el narrador moja la magdalena en el té y aparecen recuerdos de su infancia, una referencia que conocen incluso quienes no leyeron la novela. A partir de ese momento recupera el tiempo perdido.
¿Pero el tiempo perdido es aquel tiempo malgastado o es el tiempo que se olvidó en el pasado? “Ambos”, dice el escritor Santiago Llach, quien participará de la “Experiencia Proust”: “Por un lado es una investigación -la palabra ‘recherche’, en francés quiere decir busca, pero también investigación- en el tiempo pasado, en el tiempo perdido, una investigación sobre la memoria y quiénes somos a lo largo del tiempo”.
“Pero también puede pensarse que está ese matiz del tiempo derrochado, porque lo que cuenta la novela es la historia de alguien que quiere escribir una gran novela, a quien la frivolidad de la vida social en los salones y los amores tormentosos distraen de la tarea de la escritura. Esto por supuesto es lo que le pasó al propio Proust, que tuvo una juventud de ocio y derroche, y que ya enfermo se embarcó en la escritura de la novela, contrarreloj, intentando recuperar el tiempo perdido en los salones”, determina.
La profesora de Literatura francesa Magdalena Cámpora, quien también participa de las jornadas, ayuda a pensar cómo la obra de Proust permite pensar nuestro presente en sus complejidades y pobrezas.
“Su propuesta -destaca la especialista- coincide asombrosamente con los modos en que nos relacionamos y nos presentamos ante los otros, en los tiempos del algoritmo: primero, por el aparente solipsismo del yo, su encierro, su lugar central en la organización de la percepción del mundo -’cada uno se siente el centro del teatro’ escribe Proust- y segundo, en la descripción que hace de las tramas sociales que nos contienen, donde es posible sólo escuchar aquello que se quiere oír y donde la repetición y las máscaras son la regla de conducta, interacciones limitadas a un grupo que reproduce o dialoga con ideas que ya conocen. Del mismo modo funciona el algoritmo”.
Llach entusiasma a los lectores señalando que la aventura de leer a Proust es una de las más interesantes y desafiantes que puede emprender una persona: “puede ser tarea de una vida, sobre todo porque -perdón, spoiler-, cuando uno la termina quiere volver a leerla. Para mí, leer a Proust es sobre todo un placer. El placer de la lectura es un placer siempre extraño, complejo: un placer en contra de la vida, de la que la literatura siempre es un espejo deforme”.
“Si leer por ejemplo el ‘Ulises’ de Joyce, por citar otra obra mayúscula y difícil, es meterse en la selva con un machete dispuesto a que te devoren los mosquitos o las serpientes, leer a Proust es deslizarse sobre una pista de nieve, extensa pero placentera”, sostiene el poeta.
Para Cámpora, Proust es la absoluta puesta en tensión y contradicción de todo lo que el presente plantea, lo implosiona: “’En busca del tiempo perdido’ es un teatro de caretas y el relato marca siempre la distancia entre la persona que lleva tal nombre (lugar, profesión, estatus) en el mundo y los múltiples yo sucesivos que la constituyen y la modifican desde adentro, para luego ser olvidados”.
Y agrega: “es exactamente lo contrario de las fórmulas que ordenan la expresión de la subjetividad en las redes -’no importa cuándo leas esto’, ‘es todo lo que está bien’, etcétera- que mineralizan y moralizan la identidad”.
Cámpora que es doctora en Literatura Comparada por la Universidad Paris IV-Sorbonne con una tesis sobre causalidad ficcional en Borges y Rimbaud, también compara la literatura de Proust con la de otros escritores donde encuentra su influencia.
La investigadora explica que en Proust lo que hay son múltiples “yo de recambio” y un giro en busca de esos otros yo en el tiempo, que surgen de modo involuntario, con un olor, un gusto, una música y que solo el arte puede asir.
“Es ahí, desde los ojos vueltos hacia dentro, donde se da la comprensión y apertura hacia el mundo y donde se toca la vida verdadera”.
Para Llach “En busca del tiempo” perdido exige un esfuerzo del lector, pero “el premio es asistir al espectáculo de la escritura de la novela más ambiciosa de la historia, a la narración delicada, intensa, nerviosa, sublime de la formación de una sensibilidad y el funcionamiento de una sociedad. Lo vale”.
La vida de Proust
Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, al Oeste de París. Su padre, Adrien, fue un epidemiólogo reconocido, y su madre, descendiente de una familia judía rica de Alsacia de quien heredó el gusto por la literatura. Asmático, profesaba un amor patológico por su madre, abandonó la carrera de Abogacía y durante años fue un aficionado a la literatura. Vivió sin la necesidad de trabajar gracias a la buena posición económica de la familia.
Proust comenzó a escribir “En busca del tiempo perdido” en 1907, cuando tenía 36 años y tras la muerte de sus padres. Ambientada en la sociedad francesa de finales del siglo XIX, la novela se vale de la memoria del narrador y de la evocación de los claroscuros de los vínculos para contar tres historias de amor y celos. Un joven burgués quiere ser escritor y recupera y cuenta en primera persona los recuerdos extraviados de una vida. Y aunque las tentaciones lo desvían de su meta, la enfermedad y la guerra lo hacen tomar conciencia de su capacidad para escribir y así recuperar el tiempo perdido.
El autor murió víctima de una neumonía el 18 de noviembre de 1922 y cuatro de los siete volúmenes de “En busca del tiempo perdido” se publicaron póstumamente.
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