El pesimismo de la cultura pop
Durante los últimos años, tanto el cine como la televisión se han sumido en una especie de obsesión por el declive social y la autodestrucción de la élite. Pero surge una pregunta: ¿Es esto lo que queremos y necesitamos?
Si se supone que la cultura pop es escapista, la cosecha actual de ciencia ficción y fantasía sugiere entonces que el mundo real debe ser verdaderamente insoportable.
El cine y la televisión han convergido en una obsesión por el declive social y la autodestrucción de la élite. Esa severidad estilizada y costosa bien puede coincidir con el sentimiento público de que todo, desde la democracia hasta la naturaleza, está bajo una profunda amenaza y que el pesimismo es una opción más inteligente que la protesta. La pregunta es: ¿Es este el arte que realmente queremos y necesitamos?
Esta idea de la decadencia aparece con mayor fuerza en dos exitosas precuelas de fantasía: House of the Dragon, de HBO, ambientada antes de los eventos de su gigantesca serie fantástica Game of Thrones; y en The Lord of the Rings: The Rings of Power (El señor de los anillos: Los anillos de poder) de Amazon Prime, la cual tiene lugar siglos antes de El Hobbit y El señor de los anillos.
House of the Dragon narra la etapa previa a una cruel guerra civil arraigada en la disfunción familiar. Los Targaryen, alguna vez conquistadores legendarios de Westeros, están en declive. Tras el fallecimiento de un rey más interesado en estudiar la historia que en gobernar el presente, su segunda esposa y su familia política le usurpan el trono a la heredera elegida. Los lectores del material de George R.R. Martin que sirve como base para la adaptación de House of the Dragon saben lo que se avecina: un conflicto sangriento y destructivo que lo único que logra es acelerar la extinción de los dragones y la dinastía Targaryen.
The Rings of power también gira en torno al final de una era. Como sugiere el título, el show narra el origen de las piezas de joyería que causan tantos problemas en El Hobbit y en la trilogía de El señor de los anillos. Sin embargo, los fatales errores de juicio que conducen a la forja de los anillos están integrados en un arco narrativo más amplio sobre el poder menguante de los elfos en la Tierra Media, y en los eventos que al final harán que la mayoría de ellos abandonen sus costas.
Esa tendencia hacia la decadencia es, en algunos aspectos, inherente a las precuelas. Una historia destinada a explicar el caos que otros héroes tuvieron que enfrentar -ya sea el Imperio Galáctico de Star Wars, el final de la dinastía Targaryen o el azote de algún anillo problemático- inevitablemente terminará en un tono algo deprimente.
Sin embargo, esta tendencia también está apareciendo en muchas otras partes de la cultura pop. Las dos epopeyas de ciencia ficción más recientes que obtuvieron relucientes adaptaciones tienen el mismo tono sombrío.
Foundation, de Isaac Asimov, recientemente adaptada como una serie para Apple TV Plus, trata sobre un matemático que intenta preservar el conocimiento colectivo de la civilización anticipándose al colapso del imperio en el que vive. En Dune, de Frank Herbert, adaptada al cine por el director Denis Villeneuve, la calamidad visita primero a la noble familia Atreides, luego al imperio que los atacó; incluso el surgimiento de un nuevo régimen es presentado como una tragedia.
Por su parte, Netflix ha terminado el rodaje de una adaptación de las novelas El problema de los tres cuerpos de Liu Cixin, una historia que comienza cuando un científico convencido por la Revolución Cultural China de que la humanidad no merece sobrevivir invita a una raza alienígena hostil a destruir la especie. Incluso el Universo Cinematográfico de Marvel tiene un matiz angustioso: sus superhéroes han descubierto el multiverso, pero esas líneas de tiempo que se bifurcan son una amenaza, no una oportunidad.
Es cierto que se están produciendo nuevas filiales de la utópica Star Trek, pero estas están siendo transmitidas en servicios de streaming más pequeños; el optimismo es ahora un producto de nicho en lugar de un fenómeno cultural masivo. Incluso las nuevas películas de Star Wars sucumbieron al estancamiento. Con el fin de brindarles a los fanáticos algo familiar, la trilogía más reciente resucitó al Imperio y al Emperador, y puso a sus héroes a combatir las mismas viejas batallas en lugar de explorar cómo una República victoriosa podría gobernar mientras buscaba volver a unir a la galaxia.
Estas películas y programas para TV no tienen analogías políticas directas en el sentido más obvio. Una guerra civil familiar no es una representación útil de la polarización política contemporánea. Peter Thiel podrá haber llamado Palantir a su empresa de análisis de datos, en honor a las esferas de cristal mágicas del universo ficticio de J.R.R. Tolkien, pero Los anillos de poder como tal son una tecnología de las élites en lugar de una metáfora aplicable a la influencia corrosiva de las redes sociales. A menos de que me esté perdiendo de algo, una sociedad secreta de mujeres ultrapoderosas no está moldeando en secreto la historia del mundo, como en Dune.
Y sin embargo, la sensación generalizada en la cultura pop de que las cosas están empeorando está en sintonía con la tristeza generalizada del mundo real. Los residentes de 15 países grandes y ricos le dijeron al Centro de Investigaciones Pew a principios de este año que pensaban que la próxima generación iba a estar en peores condiciones económicas. La gente cree, de forma abrumadora, que el cambio climático los “perjudicará personalmente”, pero no confían mucho en que sus gobiernos actuarán de forma efectiva para mitigarlo, según otra encuesta del año pasado. Millones de personas murieron en la pandemia de COVID-19, la invasión rusa a Ucrania ha renovado el espectro del desastre nuclear y el breve turno de Estados Unidos como potencia hegemónica y garante de la estabilidad mundial ya está llegando a su fin.
Pero hay más en la ficción, y en la vida, que el derrotismo de un rey enano en Los anillos de poder, quien le dice a su hijo: “La roca que vive dentro de nosotros ansía lo eterno, se resiste al paso del tiempo. Pero el fuego acepta la verdad: todas las cosas un día serán consumidas, y se harán cenizas”.
Está muy bien deconstruir ideas viejas y tropos perniciosos. Pero hay una diferencia entre la autoexaminación y la adopción de la aniquilación. En lugar de caer en la decadencia y la desesperanza, la cultura pop debe recuperar su poder para mostrarle al público lo que es posible.
Tanto en el mundo real como en los ficticios, algo permanece luego de que el antiguo orden se ha desgastado. Especialmente en un momento en el que la política y los gobiernos del mundo real se sienten en un punto particularmente bajo, la ficción tiene un papel útil que desempeñar también en la estimulación de la imaginación creativa. Eso es sobre todo cierto en la ciencia ficción y la fantasía, géneros que en su esencia asumen que el progreso es posible y que la nobleza humana puede moldear el mundo.
Tomemos el ejemplo de For All Mankind, la historia alternativa del programa espacial escrita por Ronald D. Moore. En su relato, Estados Unidos sufre una aplastante derrota cuando la Unión Soviética gana la carrera para poner un hombre en la luna. Pero en lugar de darse por vencidos, los estadounidenses generan un nuevo fervor competitivo en la exploración espacial, y comienzan a aprovechar los talentos de personas que antes eran ignoradas. Lo que al principio parecía un desastre se convierte en un combustible para el dinamismo.
Las verdaderas epopeyas pueden ayudar al público a tener más perspectiva. Las novelas del universo de Tortall de la autora de literatura juvenil Tamora Pierce, cuyos derechos han sido adquiridos por Lionsgate, cuentan una historia que abarca varios cientos de años sobre el progreso social, el rechazo y el impulso renovado. A los activistas estadounidenses preocupados por la erosión de los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTQ+ les vendría bien una afirmación de que, incluso cuando el arco narrativo moral del universo pareciera ser imposiblemente largo, se puede lograr que se incline hacia la justicia con persistencia y organización.
Quizás estamos en un punto en el que la idea del optimismo sin cursilerías es más fantástica que dragones o elfos, y que el progreso pareciera estar más lejano que la luna. Sin embargo, la ficción no tiene por qué jugar con las mismas reglas que anclan a la realidad. Además, le puede recordar a los espectadores que, si así lo elegimos, todavía es posible que seamos los héroes de nuestras propias historias.
Por Alyssa Rosenberg (The Washington Post).-
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