El pan nuestro de cada día
Recuerdo haber hecho en la adolescencia unos panes que me salieron tan duros, que mi hermano trató de romperlos a hachazos.
Desde que era adolescente, ponerme a cocinar sin que me lo exigieran fue, y sigue siendo, una especie de escapismo. Y entre las cosas que más me costaba -y gustaba hacer- estaba el pan: el simple pan de cada día hecho en casa, tan ascético, o el tipo “cordero” con chicharrones, delicioso y antojadizo, que preparábamos con la grasa de la carne diaria que mamá separaba para ese fin.
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