El autoestima y las palabras indelebles

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini reflexiona sobre la importancia de hablar sobre el autoestima.

Autoestima. Nombre femenino. Aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo: “Desde que escogieron su proyecto de entre más de quinientos candidatos, su autoestima ha crecido de forma espectacular”.


En varias oportunidades comienzo mis notas con la definición del término que intento desarrollar. Lo realizo en una forma sencilla, busco la definición concreta para poder acompañar el desarrollo. El ejercicio en este caso fue el mismo, pero con otra grata sorpresa. El ejemplo acompañado nos resulta excelente para analizar el término.

Lo utilizaremos como puntapié para pensar ¿cómo surge la autoestima? ¿Llega desde afuera, dado por logros y palabras de aliento? ¿Es siempre igual? Solemos escuchar: “Tiene la autoestima baja”, o “tiene que trabajar la autoestima”. ¿Cómo sería, cómo se trabaja?

Todos estos dichos y tantos otros que escuchamos en repetidas ocasiones son el nudo que pide ser disuelto. Solicita a su modo, que sea tomado de verdad, mirado, pudiendo observar con más claridad qué lleva consigo.

Al igual que parece que todos sabemos de todo y que tenemos la verdad en cada cosa que opinamos, con este término particular sucede lo mismo. A todo etiquetamos con la palabra “autoestima”. Se convierte en acreedor de todos los males y bondades que nos suceden. Casi como si se comprara en algún kiosco especializado, “dame 5 barritas de autoestima para la semana”.


Como lo verán venir, voy a ingresar en las casas. A las palabras de quienes estamos cerca de la crianza. Pero también, como en un viaje imaginario, vamos a ir juntos desde ahí hasta la escuela, o al trabajo, o a un boliche. Volemos con la imaginación.

Para ser más ejemplificadora en este viaje, los voy a invitar a la mía. Les contaré una anécdota. Mi hija mayor era pequeña. Estábamos al aire libre con una amiga de ella y su mamá. Mi hija no tenía el mejor de los momentos, se había encaprichado con algo, no recuerdo con qué. Habíamos intercambiado opiniones. Ella seguía protestando. Entré un momento y al salir escucho que la mamá de su amiga le decía: “Vas a tener que cambiar el carácter porque así no vas a conseguir novio”. Creí que había ingresado al túnel del tiempo, regresando varias décadas atrás, pero no. Era ella, con su estilo moderno y sus palabras de antaño. Como un acto reflejo me reí sarcásticamente. Me dirigí a mi hija y le dije que era una tontería lo que estaba diciendo. Si necesitaba enojarse que lo haga, tenga o no razón. Que era un problema de ella y mío y que nada tenía que ver con sus decisiones posteriores. Continué, cuando nos quedamos solas, contándoles que eso se decía antes, cuando las mujeres tenían que estar casadas para vivir. Que ahora ella era libre de estar sola o no, que sus pensamientos o emociones las tenemos que trabajar cada uno para estar mejor, no para agradar a nadie.

Ahora mi hija es grande, sigue recordando esa anécdota. Para mí como mamá también fue aleccionador. Nos sirvió tanto a ambas que comprendí que esa era una de las formas adecuadas para acompañar en su crecimiento. Podemos tal vez hacer un paralelismo entre autoestima y seguridad.

Vivimos tan afectados por tantos prejuicios, modos de ver, de sentir, de pensar, de actuar, que es inviable que tengamos una sensación de seguridad interna en cada lugar. En uno o en varios sitios podemos sentirnos mal o destratados, desencajados, perdidos, etcétera. En algunos otros podemos sentirnos cómodos, relajados, con una sensación de “fluidez”. La inteligencia radica en poder registrar cómo estamos en cada uno y decidir salir de esos sitios que no nos gustan, o poder hablarlo con el fin de modificar.


Espero no estar mareando con las palabras. Mi intención es comunicar que nuestro desarrollo no es igual a otro. Es necesario reconocernos diferentes para lograr respetarnos. Desde este respeto por nuestra individualidad, conociendo nuestras fortalezas y debilidades, podemos comunicarnos con el exterior de un modo saludable.

Manifestar “baja autoestima” por ser gordo, flaco, chueco, por no sacarse todo 10 o por no vestirse a la moda o no tener dinero o tanta otra cantidad de instancias, es directamente proporcional a lo poco que nos miramos. Llevado a los niños, a la mirada desenfocada que tenemos acerca de su particularidad y que nos medimos en base a otros. Poniendo afuera la supuesta perfección o anhelo.

“Mirá que linda esa nena, siempre tan flaquita”… ¿Qué mensaje estamos ofreciendo? ¡Que ella es más linda que vos porque es más flaca? ¿Qué valor inculcamos?

Nuestras palabras son huellas que se escriben con marcador indeleble.

Laura Collavini (lauracollavini@hotmail.com).-


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