Día del escritor: la inevitable pulsión de contar historias
Jorge Castañeda, escritor oriundo de Valcheta, nos acerca una reflexión sobre la vocación literaria en este día.
Tolstoi supo decir alguna vez que había perdido el control sobre Ana Karenina. A mí, un escritor de la periferia y salvando las grandes distancias, me pasa algo parecido. Los textos se rebelan y terminan haciendo lo que ellos quieren como le sucedió a Jorge Amado con doña Flor. Es que cuando uno ejerce este oficio de escribir pasa que generalmente “el manantial desaprueba casi siempre el itinerario del río”. Y a mí me pasa que “de toda creación he salido con vergüenza porque fue inferior a mis sueños” como le supo pasar a Gabriela Mistral.
¡Cuesta tanto escribir! ¡Qué oficio más solitario el nuestro! ¡Y cuánto se sufre para hallar una frase feliz! Porque la inspiración es solo un susurro y después: trabajo, trabajo y trabajo.
Llevo sesenta años escribiendo y tengo publicados quince libros y varios inéditos. Publico poco, porque como dijo Miguel de Cervantes “no se puede echar libros al mundo como quién fríe buñuelos”. Y apurado por los años de mi edad estoy trabajando en varios proyectos, como un libro de memorias de mis años jóvenes en la ciudad de Bahía Blanca y otro de relatos y leyendas de Valcheta.
He participado en más de 40 antologías y publicado centenares de artículos y colaboraciones periodísticas. Y también he recibido numerosos premios y reconocimientos, pero eso de poco vale cuando uno se sienta a escribir ante una hoja en blanco. Se siente el mismo temor y la misma incertidumbre de los primeros textos. Pero así es la vida del escritor y yo no reniego porque la literatura me ha dado muchas satisfacciones y en especial la amistad de muchos colegas que como yo escriben y aman la palabra.
Y también escribir me ha permitido superar los momentos difíciles que la vida muchas veces nos depara, porque como Camus, “en medio del invierno descubrí que había, dentro mío, un verano invencible”.
Borgen: poder, mujeres y menopausia
Pocos imaginan que para escribir se debe primero haber leído mucho y vivido de igual manera, sino sería imposible dar vida a momentos y personajes. Y también se escribe para sacar a luz nuestros fantasmas internos.
¿Cómo es la vida de un escritor? Mucha rutina, mucha contracción, mucha corrección y también mucho sufrir, porque el verdadero escritor sufre mucho. Y nunca descansa porque siempre está pensando y abstraído en lo que está escribiendo.
¿Es una profesión? ¿Es un oficio? Yo no tengo las respuestas, pero creo que escribir es una pulsión que no se puede ignorar ni evadir. El gran Miguel de Unamuno con total sinceridad dijo que “En vez de hacer algo que valga, escribo”.
Es que cuando la palabra nos busca no podemos evadirnos ni ocultarnos como Jonás debajo de una calabacera. Porque tarde o temprano la palabra nos encuentra porque escribir es un mandato. Y además los escritores tenemos una gran responsabilidad como bien lo decía José Camilo Cela: “la más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.
¿Podemos los escritores cambiar el mundo? Es difícil. Solo podemos hacer pensar, entretener o abrir una ventanita de comunicación entre los hombres. Nunca por escribir me enfermé de importancia ni me gusta exponerme al relumbrón de la vanidad, porque soy tímido por naturaleza y gran lector del Eclesiastés.
“Tirando la piola por la roldana se tallan en madera/ los rostros viejos de las marionetas. / Se manejan con hilos. / Con su arrugada piel y sus cabellos blancos, se asemejan a verdaderos ancianos. Más, acabada la comedia, / se derrumban inmóviles. / Igual que las marionetas, los humanos pasan, / como un sueño, por la vida”.
Y los escritores, como todos los seres humanos también pasamos por esta vida. Por suerte, tal vez, quedará algún poema feliz o alguna palabra afortunada.
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