Cipolletti tiene quien lo cuente: el nuevo libro de Nicolás Horbulewicz se pasea por los barrios, el fútbol y los amores de la ciudad
Nicolás Horbulewicz vive ahora en Rosario pero pasó buena parte de su infancia y de su adolescencia en Cipolletti. El Alto Valle fue parte de esa educación sentimental que quedó grabada y que ahora vuelca en cuentos que transcurren en sus calles, y sus barrios.
“La pelea fue noticia de primera plana en los medios de la región y eso, increíblemente, exacerbó la rivalidad ya existente entre las ciudades de Cipolletti y Neuquén de manera alevosa. Esa misma semana, una enorme cantidad de cipoleños que cruzaban el puente todos los días para estudiar ingeniería en la Unco, fueron injustamente desaprobados en un examen por un titular de cátedra neuquino. En represalia, en la facultad de Medicina -ubicada en Cipolletti-, la mayoría de los aplazados en la materia Anatomía II fueron misteriosamente neuquinos”.
Como en los viejos buenos tiempos
Nicolás Horbulewicz inventa. Escribe e inventa. Pero desde Rosario, donde aprovechó la pandemia para despacharse con un libro de cuentos que se llama “La última hoja de la margarita”, editado por El guardián literario, se aferra a las sensaciones y vivencias que tuvo durante su niñez y adolescencia en Cipolletti. Se entretiene recordando viejas rivalidades, como la que narra en el cuento “El Troya de la Patagonia”, sobre un partido entre cipoleños y neuquinos que termina muy mal.
“’El Troya de la Patagonia’ es todo ficción. Me interesaba retratar un poco la rivalidad existente entre Cipo y Neuquén -obviamente de manera muy exagerada- que, al menos cuando yo vivía allá, la sentía así. Quizás era solo idea mía, pero me parece que hay una necesidad del humano a rivalizar con lo que sea. Con el otro curso, con el otro colegio, con el otro barrio. Y entre los pueblos y ciudades pasa mucho esto. Acá, por ejemplo, sucede con Santa Fe capital. A un rosarino le llegás a decir santafesino y se ofende. Vos me dirás, ¡pero Rosario es provincia de Santa Fe! Sí, pero el rosarino se considera algo aparte. Es raro, y hasta quizás difícil de entender, pero es así”, dice Nicolás, desde la ciudad de Rosario, donde vive desde hace tres años.
Aunque escriba, recuerde y se inspire en el Valle, lo cierto es que el autor no nació en Cipolletti. Tiene una vida de mudanzas y viajes a cuestas. Pero la infancia, ya lo dijo Rainer Maria Rilke, es la verdadera patria del hombre.
“Nací en Buenos Aires, pero al año de edad ya me encontraba viviendo en Cipolletti, ya que mis padres se mudaron allá por cuestiones laborales. Por eso, cuando empecé a tomar conciencia de las cosas, mi casa, mi lugar, siempre fue el Alto Valle. Allí hice la primaria y parte de la secundaria, hasta que, en el 2000, nuevamente por trabajo, mis padres emigraron otra vez, en este caso hacia Pinamar, donde terminé el colegio. Luego me fui a Buenos Aires a estudiar y ahora, hace tres años que estoy en Rosario. Bastante nómade mi vida, por cierto, pero de todos los lugares en los que viví, al único que sentí como propio, es Cipolletti. Y realmente lo sigo sintiendo así. Yo me considero cipoleño, por más que hace muchísimo tiempo ya que no vivo allá. Cuando me preguntan de dónde soy, la respuesta suele ser compleja y trato de acomodarla dependiendo la situación. Pero, por dentro, a mí me nace decir que soy de Cipo”, se define.
Nicolás, que estudió Comunicación Social, e hizo talleres literarios, trabaja ahora en el aeropuerto de Rosario, en el check-in de Aerolíneas Argentinas. “Sigo escribiendo, casi siempre estoy escribiendo o pensando historias para escribir. La cuestión se complica un poco más cuando hay que sentarse y traducir esas ideas en algo medianamente bueno. O publicable, al menos. Pero tengo varios cuentos nuevos terminados y, con un poco de suerte, quizás el año que viene, publique otra antología. Al menos es la intención”, dice. Trabajar cerca de los aviones no es capricho. Además de los libros, otro de los intereses de Horbulewicz es la aviación. “Soy piloto de aviones pequeños, de los mal comúnmente llamados “avionetas”. El primer libro que recuerdo haber devorado fue “El Visitante”, de Alma Maritano, una clásica novela juvenil que cuenta las andanzas de un grupo de adolescentes rosarinos. Me lo hicieron leer para el colegio, en Cipo, y le tengo mucho cariño porque fue la primera vez que pude identificarme con la problemática de los personajes y las situaciones que atravesaban. Lo interesante de todo esto es que, vaya a saber si por destino o casualidad, hoy trabajo en el aeropuerto de Rosario, que es el lugar donde comienza y termina dicha novela”.
P – El amor, pero también la nostalgia son la arcilla que le dan forma a los cuentos de “La última hoja d de la margarita”…
R – Tengo una teoría, y es que como me resulta fácil -y también quizás un poco me gusta- escribir desde la nostalgia. Hoy que estoy transitando mis treinta, añoro cuestiones que me pasaron veinte años atrás. Quizás cuando tenga cincuenta, lo haga sobre hechos o la etapa de la vida en la me encuentro ahora. Solo el tiempo lo dirá.
P – Aunque hay mucho de ficción, ¿hay cuentos inspirados en hechos reales de la región?
R – El único cuento que toma algo que realmente pasó es “Lo prometido es deuda”. Ese partido entre Cipolletti y San Martín de Tucumán ocurrió tal cual está relatado ahí: el resultado, los dos penales sobre el final, los nombres de los jugadores y hasta del árbitro son reales. La historia que se genera alrededor del mismo, es ficticia.
P – Además del fútbol, la amistad tiene un lugar preponderante en los cuentos.
R – Quizás los cuentos con los que más me identifico son “El Troya de la Patagonia” y “El beneficio de la duda”, donde la amistad tiene, sin duda, un rol preponderante. Este sentimiento me parece maravilloso. Dolina, un tipo a quien admiro, sostiene que el amor es más importante y yo, la verdad, no sé si coincido. Quizás, si me apurás un poco, como dice don Alejandro, te cambio a media novia por el mejor de mis amigos. Sí, lo acepto. Pero, así y todo, me parece que la amistad tiene una dinámica más noble, ya que permite tomarse ciertas licencias que el amor ni siquiera contempla. Y es que a un amigo se le pueden llegar a perdonar cosas que a una pareja no. Pero todos los cuentos tienen algo de mí. Es imposible hacer literatura sin volcar cuestiones propias.
P – Este no es el primer libro que publicás. ¿Siempre hiciste ficción?
R – El primer libro que publiqué se llama “El ascenso que no fue”, y es una obra de corte periodístico que narra la temporada 98/99 del club Cipolletti en el Nacional B. Aquel conjunto de Cipo a mí me marcó mucho -yo todavía vivía allá- porque ese año se armó un equipazo que tuvo chances de subir a la Primera División. No obstante, en el orden institucional, las cosas no fueron tan favorables. La idea fue contar tanto uno como otro aspecto basándose en testimonios de los protagonistas. Fue un laburo muy lindo que me llevó varios años, entre otras cosas, porque la mayoría de los jugadores no eran de la zona y hoy están desperdigados por todo el país. Después, en 2019, participé de “Fuerte al medio”, una compilación de cuentos de fútbol organizada por el periodista Pablo Montanaro, a quien agradezco la invitación. Participamos veinte escritores y escritoras -la mayoría de la zona del Comahue- y estuvo bárbaro, porque se formó un grupo muy lindo. El laburo del escritor suele ser bastante solitario, y proyectos como ese resultan muy enriquecedores.
P – Nombraste a Dolina… ¿Qué otros escritores te marcaron?
R – Las influencias son muchas y variadas. Hay un escritor que para mí está uno o dos escalones arriba del resto y es Julio Cortázar. Pero leo de todo. Me gusta mucho la literatura futbolera. Soy un gran admirador de Osvaldo Soriano, quien además tiene el plus de haber vivido en el valle. Roberto Fontanarrosa también es uno de mis preferidos y te mentiría si dijera que no influyó un poco a la hora de tomar la decisión de venir a vivir a Rosario, por lo mucho que me gustan sus relatos.
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