Emoción y festejos en las calles del pueblo fantasma

Viejos pobladores de la aldea minera en Neuquén se reunieron ayer a recordar otro aniversario del estallido que en 1951 costó varias vidas y redujo todo a escombros. Con las banderas argentina y neuquina de fondo, hubo cuecas y mucha emoción al recordar anécdotas de la vida en el lugar. Recorrieron antiguas calles y hasta lo que supo ser la escuela. "En este lugar hubo un pueblo, que alguien haga algo", dijeron y prometieron encontrarse dentro de un año.

SAN EDUARDO (AN).- María Barrera supo ser la flor más bella de San Eduardo, el pueblo carbonero del norte neuquino. Era la reina de la desaparecida aldea minera y ayer -bajo la garúa- cumplió el sueño del regreso. Ya no hay calles, tampoco árboles. Apenas unas pocas paredes de adobe que se las aguantan con la lluvia, el viento y los cincuenta años que pasaron desde la última partida. Ayer por la mañana, una veintena de mineros e hijos de los empleados de la vieja mina de carbón volvieron al pueblo de San Eduardo, o a lo que queda de él, a pocos kilómetros de la balsa Huitrín. Todo muy lejos de estos tiempos, que bañan de leyendas a ese espacio que supo ser un próspero pueblo carbonero.

Es que ayer a las 9, se cumplió un nuevo aniversario del estallido que se cargó con una decena de vidas. Fue un jueves, en 1951. El estallido marcó el principio del fin pero más que las muertes hubo otras cuestiones íntimamente ligadas a la economía. Hacia el 60, el carbón (asfaltita) que se obtenía de las fauces mismas del cerro de San Eduardo valía poco y el gobierno nacional había apostado por Río Turbio. Así pues, la metáfora de San Eduardo puede servir para los pueblos que apuestan su sustento sólo a los recursos no renovables. «Lo que me gustaría que quede asentado es que en este lugar hubo un pueblo, que alguien haga algo», pidió María, la reina que ahora tiene más de 70 y vive en Buta Ranquil.

La noche del miércoles, cuando el frío empezó a apretar, se refugiaron en la construcción que mantiene las mejores paredes en pie. Cuando identificaron el escenario no pudieron menos que reír: «Era la oficina de los jefes», relató el camarógrafo Carlos Monsalve, promotor de la reunión que tomó forma a pesar de que muchos no creían. Hay gente -sobrevivientes- que viven en los alrededores de Chos Malal y Buta Ranquil que no fue hasta la mina porque decía que «eran contadas nomás» y que nadie tendría ganas de ir a un lugar en el que no queda nada, sólo los muertitos cuyos restos permanecen dentro de la negra tumba minera.

Una bandera argentina, otra de Neuquén, el himno cantado con sentimiento de tripas y algunas cuecas y tonadas en la oficina de los jefes marcaron algunos de los momentos emocionantes. También

una misa a cargo del cura Roberto Azurro y palabras alusivas a cargo del intendente de Chos Malal Carlos Lator. El funcionario, que ayudó para que todo salga bien, es clave en esta historia. El y su esposa Cecilia Arias fueron los autores del libro «San Eduardo, volver en la memoria» que despertó para siempre la ansias del regreso. Fue un mapa que está en el libro el que sirvió para realizar caminatas por las calles, la plaza e incluso las aulas de la escuela.

Cuando llegaba el momento de la despedida, asomó don Atilio Alarcón, quien dejó la mina y se radicó en los alrededores. De minero a criancero, el hombre prometió una ternera para el compartir el próximo 29 de marzo. Al mediodía, las 80 almas que revivieron a San Eduardo se prometieron otro regreso, dentro de 365 días.


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