Emergencias: el tiempo y la muerte en la literatura

Quien haya descendido a esas catacumbas asépticas que son las salas de terapia intensiva, sabrá de la ralentización extrema del tiempo.

No ha mucho experimenté la casi inmovilidad del tiempo; seguramente también a vos te ha pasado, se nos presenta sobre todo cuando estamos enfermos, postrados en una cama. Y si has descendido a esas catacumbas asépticas, escondidas y aisladas del mundo como son las salas de terapia intensiva, experimentás la ralentización extrema del tiempo. En ese mundo azulejado, blanco, silencioso, “que ni sé cuando es de día/ ni cuando las noches son”, como dice el famoso romance, pero acá ni siquiera el canto de una avecilla alegra, sólo el sonido de un respirador o de alguna pequeña alarma en los aparatos; en ese mundo el tiempo está detenido. No hay ningún tipo de referencia y la mente divaga contando de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda o viceversa los azulejos blancos que tenés enfrente. Si como dicen muchos, la muerte es un túnel blanco, ahí te vas preparando en una especie de ceremonia de graduación o por lo menos es lo más parecido al limbo. 

Exasperado por la inmovilidad temporal y ya con cierta lucidez fue la literatura la que logró poner a rodar nuevamente los engranajes del tiempo. Comencé a recordar algunas lecturas cuyos temas eran precisamente los relacionados con la enfermedad, la salud, las salas de los hospitales o sanatorios. Y el primero que vino a la memoria fue un cuento de Cortázar, “Torito”, ¿te acordás? El monólogo en la sala de un hospital de Justo Suárez, que viejo, pobre y enfermo recuerda sus días de gloria cuando era el boxeador más famoso de la Argentina. “Lástima esta tos, te agarra descuidado y te dobla. Y bueno, ahora hay que cuidarse, mucha leche y estar quieto, qué le vas a hacer. Una cosa que me duele es que no te dejan levantar, a las cinco estoy despierto y meta mirar p’arriba. Pensás y pensás, y siempre lo malo, claro. Y los sueños igual, la otra noche, estaba peleando de nuevo con Peralta…”. 

Hay un cuento extraordinario del italiano Dino Buzzati, se llama “Los siete pisos” y es la historia de Giuseppe Corte, que padece una enfermedad leve y le recomiendan un sanatorio especializado. Al llegar le asignan el último piso, ya que el hospital tiene una organización muy peculiar: “Los enfermos eran distribuidos piso por piso, de acuerdo a la gravedad. El séptimo, o sea el último, era para los casos muy leves. El sexto estaba destinado a los enfermos no graves, pero que necesitaban cuidado. En el quinto se curaban afecciones serias; y así, sucesivamente, de piso a piso. En el segundo estaban los enfermos muy graves; y en el primero, los desahuciados”. Por razones fortuitas, errores inexplicables y designios misteriosos el protagonista lentamente va descendiendo los pisos. El final seguro que te lo imaginás. 


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