El viaje por la ruta 40 de Karen y Pablo en «La Moscovita», la ambulancia hecha camper
Salieron de Roca en el Alto Valle de Río Negro rumbo al km 0 en Cabo Vírgenes (Santa Cruz) y de ahí a Tierra del Fuego. Acá te cuentan el paso a paso de la transformación de la ambulancia para vivir a bordo y recuerdan las aventuras en el camino.
Después de muchos meses de búsqueda, encontraron al fin lo que querían: una camioneta para transformar en un camper artesanal que les permitiera salir de viaje por las rutas argentinas y vivir a bordo. El pequeño detalle: era una ambulancia de una empresa de servicios petroleros que atendía emergencias en los pozos en Las Heras, Santa Cruz.
Pablo “Mc Gyver” Pelloni, profesor de Letras de 39 años nacido al sur del Gran Buenos Aires y Karen Kruger, psicóloga de 32 nacida en Neuquén, habían invertido horas y horas de rastreo desde su casa en Roca al norte de la Patagonia hasta dar con un vehículo a tiro de presupuesto, sin tantos kilómetros hechos y con el espacio que necesitaban. Y un día apareció.
“Teníamos el sueño de viajar así. Nuestra chance era encontrar una camioneta a buen precio y camperizarla. Había que rebuscárselas… Era eso, o que todo quedara en un lindo sueño”, cuenta Pablo. Un golpe de suerte los ayudó: la Ranger diésel 2008 no podía seguir prestando servicio como unidad de traslado por las normas, aunque solo hubiera rodado 100 mil kms. Y ellos golpearon la puerta con una oferta justo a tiempo y un proyecto que entusiasmó al propietario.
Tras pactar el precio (500 mil pesos) tenían que resolver cómo llegar desde la zona de chacras en el Alto Valle de Río Negro hasta el pequeño pueblo petrolero santacruceño, 1200 km al sur.
En febrero del 2020, tomaron un colectivo hasta Bariloche y otro a Esquel. Los pasó a buscar por la terminal el dueño de la empresa: esa noche les invitó el hotel y al día siguiente los escoltó en la ruta con su auto. “Pegamos onda real con él”, recuerdan.
Ahí estaban, de regreso a casa en una ambulancia, con un corazón gigante ploteado, un cartel impreso que decía “Fuera de servicio” y la sirena desconectada. Temían que en los controles policiales los frenaran, pero era al revés, les abrían paso. Un temible virus avanzaba del otro lado del mundo, pero todavía era un asunto lejano visto desde la Patagonia.
A Pablo le dicen Mc Gyver por su ingenio para resolver situaciones difíciles con sus herramientas. Inspirados en los blogs donde otros viajeros comparten valiosa información de sus experiencias, junto a Karen convirtieron los meses iniciales de la maldita pandemia en una especie de terapia en la chacra para camperizar esa ambulancia. ¿Hay algo más lindo que construir un sueño con tus propias manos? Así pasaron el otoño, el invierno y entraron a la primavera dándole forma a metros de la alameda.
Lo primero fue desarmar los soportes de la camilla y desmontar la instalación eléctrica y la sirena trasera para ubicar el tanque de agua de 90 litros, la mesa que se sube y se baja con el pistón neumático y se hace cama al acoplarse con las dos bauleras, la alacena, la cocinita con una garrafa de dos kilos y la pileta que van colgadas en la puerta trasera y se usan al aire libre si el día está lindo, el inodoro portátil, la ducha externa, la barra donde van las bicis, el sistema para calentar el agua conectado al radiador, hacerle una ventana chica y otra grande tras detectar con imanes por dónde pasaba la estructura de hierro. Un pequeño gran mundo en dos metros de largo por 1.30 de ancho.
«En tiempo normales hubiéramos hecho las cosas con un método. En los primeros meses de la pandemia, avanzábamos según lo que estuviera abierto. Fue el caso del Easy: ahí compramos el fibrofácil para armar los muebles», explica Pablo. Para tener una idea de lo que lograron hacer, a valores de hoy, deberían haber invertido alrededor de 2.000.000 de pesos en un camper y cerca de 1.500.000 en una camioneta como la 2008 que consiguieron para montarlo.
Resuelto el gran desafío de lo funcional, el segundo paso fue estético: lijar, pintar, plotear a Don Quijote y Sancho Panza como símbolo del espíritu aventurero donde estaba el icono cardiovascular rosado y un mapamundi en el que esperan marcar los países que conozcan a bordo de “La Moscovita”, como bautizaron los amigos a la camioneta.
“Le dicen así porque vivimos en barrio Mosconi, no tenemos gas y estamos lejos”, cuenta Karen y los dos se ríen. Están juntos desde el 2014, cuando se conocieron en una reunión en Roca.
En el verano llegó el momento de partir con Fuser a bordo, el border collie que es el tercer integrante de la familia y estaba acostumbrado a viajar de cuando salían en la Fiorino. Partieron del Alto Valle rumbo al oeste con el plan de tomar la mítica ruta 40 que serpentea la cordillera y atraviesa parques nacionales hacia el sur. El 28 de diciembre del 2020 pararon en los de unos amigos en Lago Puelo, en la Comarca Andina.
La de Año Nuevo fue la primera noche que pasaron solos con la Moscovita, a orillas del río Pinturas en Santa Cruz. La cena: fideos con tuco, un buen vino y esa alegría que no entraba en el cuerpo. “Estábamos solos en el medio de la nada, felices”, recuerda Karen.
Mientras sonaban canciones, de Los Beatles a Rally Barrionuevo, del folclore de la peruana Susana Baca a clásicos del rock nacional, avanzaban a entre 80 y 100 km/h para que el tanque de 70 litros de la Ranger diésel les rindiera unos 700 km, aunque el viento patagónico los complicara cuando soplaba con furia. Bajaron los permisos de circulación de cada provincia y en algunos controles les indicaban seguir y en otros les permitían entrar a los pueblos.
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Y si en algunas estaciones de servicio los dejaban cargar gasoil pero no usar el baño, no fue el caso de la YPF de El Calafate que eligen muchos camioneros, donde además compraron una ficha para darse una ducha e irse a dormir calentitos y otra para el lavarropas.
Pararon detrás de una pizzería y al día siguiente vivieron la extraña sensación de estar solos en las pasarelas del glaciar Perito Moreno que los deslumbró en la reapertura del Parque Nacional.
Entre lagos, montañas y otras maravillas de la Patagonia aceleraron rumbo al km 0 de la 40 en Cabo Vírgenes en Santa Cruz. Querían cruzar a Tierra del Fuego y para eso había que hacer Aduana con Chile, viajar en un ferry y volver a entrar a Argentina y les daba miedo que las fronteras se cerraran por la pandemia. Pero eso no ocurrió y disfrutaron entonces de los paisajes del fin del mundo con el regreso del verde de los bosques y las montañas después de un largo tramo de estepa.
En Ushuahia descubrieron que en un mismo día podían andar en remera por el calor, con buzo y campera por el frío y con la capucha por la lluvia. Desde la costanera vieron fondeado al rompehielos Almirante Irizar y al lado estaba estacionado el camper de Carolina y Santiago de Hakuna Matata x el mundo, parte de la tribu viajera que se animó a cambiar de vida. “Son muy buena onda. Charlamos un rato largo y nos dieron una mano con un problema que teníamos con la garrafa”, recuerda Pablo. También estuvieron en el Valle de Andorra y su glaciar Vinciguerra, el más austral del planeta, que se une al mar, la montaña y el bosque. «No puede ser tan lindo», dice Karen.
Después llegó el tiempo de remontar el camino, con la promesa de volver alguna vez a El Chaltén y al Parque Nacional Tierra del Fuego, dos de los lugares que más les impactaron. Un mes y 7500 kms más tarde estaban otra vez en Roca para volver al trabajo y empezar a soñar nuevos viajes.
«Fue espectacular, pero corto», dice Pablo y Karen se ríe. «Corto en su escala», explica. Es que en el 2013 Pablo hizo un viaje en moto de seis meses y 2.500 kms hasta Venezuela.
Y después, juntos, con la mochila y a dedo se fueron tres meses en el 2017 a Europa que se hicieron seis cuando descubrieron los pasajes aéreos a 10 euros, las chances de hospedarse gratis a través de la red de intercambio CouchSurfing, la calidez de los anfitriones para recibirlos, la magia de descubrir las ciudades guiados por los locales, la alegría de comprobar que si se paraban en el lugar justo para que los vieran y había espacio para frenar, tarde o temprano alguien paraba para llevarlos. Lo cuentan, otra vez, con una sonrisa contagiosa, mientras Fuser mueve la cola y ahí afuera, entre los álamos, la Moscovita espera por nuevas aventuras.
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