«El romance de mi vida es con la música»
Omar Moreno Palacios estará el domingo en Roca. Participa del ciclo "Nuestro canto" en Casa de la Cultura.
Con apenas ocho años, Omar Moreno Palacios debutó en el «Teatro Manuel Cobo» de Lezama, provincia de Buenos Aires. Anteúltimo de ocho hermanos, inició su carrera profesional en noviembre del ´56. En 1957 cantó en Radio Carve de Montevideo, junto a Charlo y Sabina Olmos. En El Espectador se presentó en un ciclo cuyo joven locutor fue nada menos que Alfredo Zitarrosa. En el ´62 actuó en «La Cacharpaya», teatro de proyección folclórica. Fueron famosos sus recitales en «El Palo Borracho» de Juncal y Callao, y en «La Salamanca». En 1968 lleva por vez primera música de la llanura a la Antártida. Durante un año integró el conjunto de los Hermanos Abrodos. También compartió escenarios con el Grupo Vocal Argentino, Marián Farías Gómez, Raúl Barboza, Amelita Baltar, Virginia Luque, los Hermanos Ábalos, Julia Elena Dávalos, Los Chalchaleros, Antonio Tarragó Ros, Los Quilla Huasi, El Chúcaro y Norma Viola, Los Trovadores, Las Voces Blancas y Luis Landriscina.
Del ´96 al ´98 se presentó en París con marcado reconocimiento del público. En 1999 y 2000 participó en «Guitarras del mundo» que reúne a distinguidos intérpretes .
Ahora, Omar formará parte del ciclo Nuestro Canto y se presentará en la sala II de Casa de la Cultura, de Roca, el domingo, a las 21.
Omar no pasó por la disyuntiva de cualquier joven, de cualquier músico joven al elegir una de las tantas posibilidades para desarrollar su vida. No optó por un repertorio que funcionara en radio o televisión, que las grabadoras encontraran vendible. Encaró por el lado del afecto a la música surera.
«Es que yo no elegí, hermano, nací con esto. Mi bisabuelo Palacios, cantor y guitarrero de San José, Uruguay; por parte de mi papá (Pedro Ponciano) Moreno, también uruguayo de Colonia del Sacramento. Desde que tengo uso de razón, no conocí otra gente -mis tíos, mis primos- que no fuera vestida de gaucho. A los siete ya tenía totalmente definido qué iba a hacer con mi vida. Siempre digo, y a la gente le causa gracia pero es así, que nunca tuve que hacer un test vocacional».
– Sabrás por tus hijas que hoy es más dificultoso tener clara esa cuestión a los diecisiete, al terminar el secundario, o a los veinte o más?
-Es verdad. Soy padre de cuatro mujeres, todas cantantes, tocan la guitarra. Tienen un grupo (Tierra Morena) y le cantan a nuestra tierra. No son cantoras de fogón o como puedo ser yo, de la provincia de Buenos Aires. Me alegra el alma que así sea. Te sigo contando? En mi casa -de puertas abiertas, siempre con mucha música- caía mi tío Eusebio y Juan Francisco Posadas que tocaban la (acordeona) verdulera; Beto Posadas, guitarrero; el Chino Posadas, acordeonista. Papá cantaba muy bien y mamá (Julia Josefa Palacios), mejor todavía. Hasta los dieciocho años que alcé el vuelo? y me fui a Montevideo. ¿Adónde si no?
– Pero no te atrapó la vida urbana.
-No, no. Las grandes ciudades, ya sea de nuestro país o de algunas partes de Europa donde he estado, no me han modificado en lo absoluto. Me han incorporado cosas, por supuesto; de esa cultura viajera, del andar, no pude escapar y he capitalizado mucho. Pero no me cambiaron.
– Mientras fuiste haciendo repertorio bonaerense, ibas adentrándote en el modo de vivir del paisano rural, hacías tareas de campo.
-Todas. Mi familia, lamentablemente, no lo tuvo. Siempre he andado en campos de otro (sonríe); ahora mismo, que hace treinta y ocho años crío caballos criollos? Cuando llegaste estaba consultando mi agendita porque una periodista de la revista de Biogénesis Bagó, «El Molino», quiere hacerme una nota en el campo y estaba viendo qué día podía ser y dónde.
– ¿Arrendás?
-No, hoy se llama capitalizado; antes era aparcería. Tengo unas yeguas en el partido de Rauch, a tres kilómetros del boliche «El gualicho», en la ruta 30, más tirando a Las Flores. Después otras en Las Armas, partido de Maipú, y unos potritos en Castelli, que me doma mi amigo de toda la vida, Emilio Garzón».
– ¿Los vendés?
-Si por mí fuera, no. He tenido que vender por necesidad. Más, llegué a quedarme con cuatro yeguas y un padrillo porque me metí en comprar un campito aunque cinco mujeres de mi casa me dijeron que me iban a jorobar, y las cinco acertaron».
– Paralelamente, la música se fue metiendo más dentro tuyo.
-Yo, ahora, ya de colmillo cruzado y unos cuantos de a diez encima, he caído en cuenta -hay que ser lerdo- que el romance de mi vida es con la música. Más allá de mis hijas, lo mejor que me ha podido pasar, y de mis caballos? Ahora estoy solo. Me he separado después de treinta años de matrimonio y vivo en esta casa de dos plantas (en Temperley, sur del GBA). Trabajo frente a una ventana mirando los caballitos de mis nietos a los que acabo de darle un poco de avena. Nunca imaginé que fuera a afincarme acá, sin embargo el 10 de noviembre cumpliré treinta y dos años en este lugar.
– Hablabas del enamoramiento con la música.
-Sí, definitivo, total. Me cambia el ánimo, me alegra, me entristece, se me caen unas lágrimas como gorra de vasco escuchando ciertas voces, ciertos ritmos, determinadas cantoras de esas que no se difunden ni llenan una sociedad de fomento. Y acá escribo mi libro de cuentos, ¡a ver si lo termino de una buena vez! ¡Lo agarro, lo cambio, le pongo, le saco! No toco la guitarra porque me ocupo en eso. Me consume tiempo también la radio; mañana (miércoles 22) de las ocho a las tres voy a grabar cinco programas («La matera de Omar Moreno Palacios» por AM 1270 Provincia, La Plata).
– Contás historias, algunas personales, ciertas.
-Es lo que ocurre con los cuentos que hago, tienen mucho de fantasía pero una cosa sucedió? Yo me guardo los nombres e inclusive hasta el lugar, pero los que son de ahí, saben de quién hablo.
– Y usás el bolazo.
-El gaucho bolacero que nada tiene que ver con el mentiroso.
– Una exageración heredada de lo andaluz.
-¿De adónde venimos nosotros, hermano? En la provincia de Buenos Aires somos España puesta acá. Un día, viendo muy temprano Televisión Española, me sorprendí con música que me encantaba y reconocí algo que tocaba mi tío Eusebio en la verdulera; acá lo conocemos como valseao. A éste le ponés castañuelas y suena a lo que escuchaba de chico. Y en los cuentos uso el recurso de exagerar con humor; el bolazo, sí. Ciertas cosas que ocurren son para un cuento. ¿Cuántas veces hemos dicho, si te cuento lo que me pasó, no lo vas a creer, es para hacer un cuento? Y cuando es así, hay que contarlo. Julio Miño, uno de nuestros grandes, santafesino, sanjavielero, en una parte del «Tata Nica», dice: «Da lo mismo hacer un cuento que vivirlo en esta vida.» Y es cierto.»
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