El renacer de Ari, con el sostén del yoga
Los dolores físicos y una mente inquieta llevaron a esta joven roquense a las prácticas, pese a que antes creía que “era aburrido y de hippies”. Dice que fue el camino para sanar tras los golpes y pérdidas que tuvo en sus 36 años de vida. También sufrió las miradas con lástima y el “vos no podés”. Siente que su cuerpo se completa con el yoga.
Los dolores físicos y una mente inquieta llevaron a esta joven roquense a las prácticas”. Dice que fue el camino para sanar tras los golpes y pérdidas que tuvo en sus 36 años de vida.
Ariadna Sagües es pura chispa. Nació en Zapala, vive en Roca y le dicen Ari. A los 17 años iba en un auto con su novio y la cuñada y volcaron en Ruta 22, al salir de Roca. Allí perdió su brazo derecho, el hábil. Fue un volver a empezar para alguien que explica que “no venía por buen camino”. En el largo proceso para rearmarse y sanar, vinieron más golpes. Descubrió el yoga hace poco y hoy, con 36 años y dos hijos, cuenta en esta entrevista porqué esa práctica se convirtió en el sostén de su vida.
P – ¿Cuándo y por qué decidiste tomar clases de yoga?
R – Tenía muchos dolores físicos y estaba cansada de buscar soluciones por todos lados. Había escuchado de sus beneficios pero no me convencían. Soy muy incrédula y el yoga me olía a chantas. Hace dos años me llegó el nombre de Amaki Marziali (NdR: una instructora de Roca con amplia experiencia) y ella me convenció de ir a sus clases. Primero fue raro, porque siempre me siento condicionada. Es que cada vez que inicio alguna actividad noto incomodidad en los profesores, la duda de ver qué hacen frente a mí con un esquema que ya traen preparado. Amaqui arrancó con su clase grupal y siguió como si nada, me quitó el peso.
P – ¿Y qué sentiste en esa primera clase?
R – Que con el yoga la cabeza para porque está muy ocupada. Toda mi vida hice actividades físicas. Conozco a fondo mi cuerpo, me desenvuelvo bien. Claro que hay un montón de cosas que por lógica hoy no puedo hacer, pero sí adaptarlas. El mundo del yoga me atrapó. Y pensar que creía que era algo aburrido…. De hippies, puro paz y amor.
P – ¿En qué notás que cambiaste desde que lo practicás?
R – Como soy impulsiva, me dio el cambio más importante de mi vida: aprender a no reaccionar. Puedo identificar mis emociones, verlas a tiempo para poder correrme cuando es necesario. Hay mucho de autoanálisis en mi camino, de autosanación. Y fue por etapas. A veces di lugar y me abrí a la gente y en otras no, me preservo. Así fui sanando. Vengo en el camino de la espiritualidad hace rato, pero no había llegado tan profundo como lo logré con el yoga.
P – ¿Cómo fue adaptarte a la pérdida de tu brazo derecho?
R – Fue un volver a empezar. Tenía 17 años, era una piba linda, tenía todo resuelto, sentía que iba para adelante, que iba a arrasar con lo que quisiera… Pero no hubiera estado bueno. No venía por buen camino. No iba a ser una buena persona. Siento que es como si me hubieran sacado de la trampa que ponen para las cucarachas y perdí una patita en esa acción.
P – ¿Y qué es venir por el lado malo del camino?
R – No tomar buenas decisiones. Era una persona egoísta que buscaba solo mi conveniencia, cueste lo que cueste. Después de haber trabajado sobre mis carencias y mis miserias, me di cuenta de lo que era. Por ahí suena mal decirlo, pero pienso que es fácil ser bueno para alguien que siempre fue bueno. Lo difícil es serlo cuando no lo fuiste ni sos, cuando te propones cambiar y serlo.
P- Un cambio que entre otras cosas significó empezar a ser zurda de golpe.
R – Aprendí a hacer todo con el otro lado. A veces pasa en mi cabeza que la información se me da vuelta, como en espejo. Antes de tomar una acción, mover, se te confunden un poco las cosas por el cambio de hemisferios que ocurre en el cerebro. En otro plano, fue muy duro como chica adaptarse a la idea de dejar de darle importancia al físico porque lo que vale es lo de adentro.
P – ¿Cómo fue salir al mundo después de lo que te pasó?
R – Tuve el accidente y me fui a Buenos Aires a que me salven la vida. No sólo era el brazo. Lo cortaron, pero había que controlar que no subiera la gangrena. Después de un mes y medio de internación y curaciones volví a Roca y no me la banqué. Enfrentar la mirada de la gente que me conocía fue lo más difícil.
P – ¿Qué te decían esas miradas, cómo las veías?
R – Eran miradas de lástima, pero sobrecargadas. Y yo no me llevo bien con el papel de pobrecita, así que me fui de Roca. Me tomé el palo. No me la banqué.
P – ¿Cuándo empezaste a rearmarte?
R – Después de estar un año en España me vine a Buenos Aires y estudié periodismo dos años. Mi problema es que me aburro rápido. Volví a Roca. Eran los años duros. Los que siguieron a la crisis del 2001. Gente durmiendo en las calles, mi papá que se enfermó. Me enamoré, volví a tener objetivos, a animarme, pero mi pareja se suicidó al poco tiempo, cuando nuestro hijo Diego tenía apenas nueve meses. Otra vez a tener que armar el castillo.
P – Más dolor sobre el dolor que traías…
R – Ahora, a la distancia, siento que estar en el dolor es lo que me obligó a sacar todo. Cuando te quedás desnuda, desangrándote, después no queda otra que salir para intentar crecer. Y así se me fue pasando el dolor. Tuve una nueva pareja y llegó Benjamín, que hoy tiene 11 años. Más tarde me separé. Hoy, mirando hacia atrás, entiendo que la vida es una búsqueda de crecimiento. Y a veces hay que sacarse muchas mochilas.
P – ¿Qué le dirías a alguien que pasó por una situación cercana a lo que viviste?
R – Que no pierdan el tiempo en guardarse. No enfrentar es caretearla, es ser hipócrita. Yo pasé mucho tiempo creyendo que no podía. Culpando a todo, poniendo excusas. Y así se te puede ir la vida. La otra es no dejarse llevar por la mirada de afuera, el “no vas a poder”, el “qué lástima lo que te pasó”. Hay que dejar de darle vueltas al asunto y arrancar.
Lo que más extraña
Hay algunas cosas que Ariadna lamenta no poder hacer sola. Una es atarse el pelo de la forma que le gusta. Recuerda como era, el paso a paso, pero ya no saldrá así, como quiere y desea, por más que le explique a quien la asiste en ese momento tan personal.
En lo demás puede casi todo. Y enumera: atarse los cordones, abrir una lata, cambiar a sus hijos y bañarlos cuando fueron pequeños, etc. Mientras estuvo internada tras el accidente, explica que lo primero que aprendió fue a abrocharse el corpiño. Ariadna muestra también que tiene una gran capacidad para reírse de sí misma. “Una de las cosas que ya no podré hacer es aplaudir”, tiró y lanzó una sonrisa.
Una rueda para superar los límites
Ahí está Ari, sosteniendo la postura de la rueda o chakrasana. Es una de las más exigentes en yoga. Un gran arco hacia atrás que tiene a manos y piernas como puntos de apoyo en el piso.
A los ojos de todos resulta sorprendente que pueda lograrla por su condición. Pero puede. Y da su explicación de por qué: “yo trabajo desde el centro de mi cuerpo, mi núcleo energético. Todos mis movimientos nacen desde ahí, lo hago desde los 17 años y tras el accidente, cuando tuve que aprender a reequilibrarme. Cuando estoy en la rueda, cierro los ojos y veo mi cuerpo energético. Es como si el brazo que no está estuviera apoyado. Lo puedo percibir como una idea de calor, un hormigueo o cosquillas”. Y cuenta que lo que sigue a ese momento es un momento liberador, porque “siento que me había puesto límites mentales, una idea de que yo no podía”.
En las prácticas Ariadna siente que no tiene limitaciones y disfruta a pleno.
“Ella activa energéticamente su brazo”
de Amaqui Marziali
Ariadna llegó a su primera clase de yoga sin avisar y tarde.
Acomodó su mat y al levantar la mirada vi a una mujer nueva, a la que le faltaba completamente un brazo.
Sentí el impulso primario de adaptar sobre la marcha la clase para que ella pudiera hacerla…Luego solté el impulso, seguí con lo que estaba haciendo y me limité a observar.
Ella hizo toda la practica!!
Continuó con las clases y avanzó rápidamente. También su visión interna fue despertando en los momentos de meditación y pranayama. Más tarde también pudo reconocer el control sobre su reactividad emocional en su vida cotidiana.
Un día, practicando chackrasana me cuenta que sentía completamente el brazo que le faltaba y que energéticamente lo activaba a través de las terminaciones nerviosas. Dijo que así podía realizar y sostener las posturas. Eso me pareció muy importante. Lejos de quedarse en una postura de auto/limitación o auto/compasión ella intuitivamente despertó su cuerpo energético para suplir lo que físicamente no estaba….
Chackrasana, (mas allá de su técnica y beneficios físicos) representa en sí un círculo, una rueda.
Cuando asumimos la realidad del espacio curvo, también la idea lineal y limitada de quienes somos puede alterarse.
Si nos pensamos humanamente como una linealidad, donde A es seguida de B y luego de C tenemos naturalmente un comienzo, un medio y un fin. Nacimiento, desarrollo, muerte.
Pero si nos movemos hacia una nueva percepción, cuestionando la linealidad humana, si nos podemos transformar físicamente en un circulo, ,naturalmente nos expandimos.
En el circulo todos los puntos son iguales, no hay punto de partida, no hay donde llegar, no hay comienzo y no hay final.
Por lo tanto podemos experimentarnos como seres eternos, ilimitados, “circulando” en un determinado espacio- tiempo.
Las limitaciones son un estado mental. A veces adquirido, no cuestionado, cristalizado y hasta resignado. Y como todo estado mental puede también ser transmutado.
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