El recambio en Chile
El triunfo de Gabriel Boric en Chile, un líder joven de una heterogénea alianza de izquierda, plantea interrogantes respecto de su futura relación con el mundo y nuestro país, pero las primeras señales muestran a un político flexible y pragmático, que conoce a la Argentina y priorizará la unión regional.
La votación del domingo pasado comienza a cerrar el ciclo de la transición chilena, con el “retiro” de dirigentes emblemáticos que dominaron la política de los últimos 30 años y el surgimiento de nuevos liderazgos, muchos de ellos surgidos de las protestas de 2006, 2012 y del estallido social de 2019. Boric se impuso claramente en el balotaje, gracias a una fuerte alza de la participación, el apoyo de mujeres y jóvenes y los votantes de otros candidatos que confiaron en su “giro al centro”.
Seguramente el presidente electo priorizará la agenda doméstica, con enormes desafíos. Las expresiones de alegría popular por su triunfo llegaron junto a la turbulencia en los mercados, evidenciando que la esperanza llega acompañada de no poca incertidumbre. El nuevo gobierno deberá responder a altas expectativas sociales de cambio a corto plazo, en una economía con signos de desaceleración y repunte inflacionario. Boric se mostró sereno, prometió definir pronto su gabinete y resumió su estrategia: “expandir derechos con responsabilidad fiscal”, con pasos “cortos pero firmes” y “cuidando nuestra macroeconomía”. Y dio señales de que busca cerrar las heridas de una campaña polarizada recibiendo al candidato perdedor y reuniéndose con el presidente Sebastián Piñera.
No le será fácil cumplir sus promesas de reformar el sistema de pensiones, avanzar a la educación gratuita y cambiar el sistema tributario hacia uno más progresivo, en un Congreso sin mayorías y con un proceso constituyente en marcha.
Los analistas destacan en Boric dos capacidades que compensan su falta de experiencia: su vocación de articular acuerdos políticos, que le permitió armar la coalición que lo llevó al poder e imponerse al aparato del Partido Comunista, y una fuerte dosis de pragmatismo, flexibilidad y audacia para cambiar el rumbo si es necesario: firmó el “acuerdo de pacificación” que abrió el proceso constituyente aun en contra de la opinión de su propio partido.
En política exterior, Boric buscará “recuperar el estatus internacional de Chile” a su juicio deteriorado por Piñera, como “actor predecible y confiable”, con cuatro ejes: vocación multilateralista, tender puentes para unir a la región latinoamericana, respeto irrestricto de Derechos Humanos y la legalidad internacional (ha sido crítico de los casos de Nicaragua y Venezuela) y agendas de futuro: la crisis climática, las migraciones, cooperación sanitaria, crimen organizado.
Su relación con Argentina es buena: los medios destacaron su apoyo al reclamo por la soberanía de Malvinas y su sintonía con el presidente Alberto Fernández. Prometió responder a la invitación de ser el primer país que visite como presidente, tradición que han cumplido casi todos los mandatarios chilenos desde 1990.
Chile es un socio estratégico para la Argentina: es puerta de acceso comercial al sudeste asiático, nuevo eje económico global, y un aliado clave para futuras exportaciones desde Vaca Muerta, donde YPF planea un oleoducto para exportar shale oil hacia el Pacífico. Articula un proyecto junto a Argentina y Brasil para conectarse con Oceanía y Asia mediante un cable de fibra óptica de 14.800 kilómetros, que fortalecerá Internet en el país. Como puntos potencialmente conflictivos aparecen los reclamos chilenos en la plataforma marítima sur y el conflicto mapuche, pero es alentador que sea Boric y no un nacionalista el interlocutor.
Sin dudas será una buena noticia que Chile -como anticipó el equipo del presidente electo- mantenga una política exterior pragmática y recupere un rol moderador en la región, planteando políticas de integración que trasciendan meras afinidades ideológicas de los gobiernos de turno.
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