El polvorín egipcio

Al iniciarse hace poco más de un año la primavera árabe, muchos supusieron que se trataría de una reedición del derrumbe del comunismo en la mitad oriental de Europa y que, como resultado, gobiernos democráticos, si bien defectuosos según las pautas del mundo desarrollado, reemplazarían a las dictaduras que dominaban casi todos los países del Oriente Medio y África del Norte. Por desgracia, el optimismo así manifestado ya parece prematuro. Puede que Túnez, como Marruecos, logre evolucionar en una democracia, pero en el resto de la región las perspectivas distan de ser alentadoras. Mientras que Siria se desliza hacia una confusa guerra civil en que la minoría alauita liderada por el dictador Bashar al Assad trataría de defender sus privilegios contra la mayoría sunnita, el país árabe más poblado, Egipto, corre peligro de hundirse en la anarquía. Lo que sucedió la semana pasada en un estadio de fútbol de Port Said, donde murieron más de setenta personas en medio de disturbios que, con razón o sin ella, fueron atribuidos a los simpatizantes del dictador derrocado Hosni Mubarak que supuestamente ordenaron a las fuerzas de seguridad mantenerse pasivas, fue sintomático. Desde la caída del régimen de Mubarak, se han multiplicado los episodios violentos al enfrentarse musulmanes enfurecidos, con el apoyo de militares, con integrantes de la comunidad cristiana, intensificarse el odio hacia Israel –algunos legisladores egipcios se las ingeniaron para culpar a los judíos por la matanza de Port Said– y ensombrecerse el panorama político debido al triunfo abrumador de los islamistas en las elecciones recientes. La revueltas que desataron la primavera árabe entusiasmaron a muchos progresistas occidentales porque las protagonizaban jóvenes de apariencia y actitudes muy similares a las de sus contemporáneos en Europa, pero, como pudo preverse, sólo se trataba de una minoría reducida. En las elecciones que se celebraron el año pasado, los representantes de la llamada por algunos “generación Facebook” sólo consiguieron una fracción pequeña de los votos, mientras que los “moderados” de la Hermandad Musulmana obtuvieron casi la mitad y, para sorpresa de muchos, islamistas mucho más duros les pisaron los talones. Por su parte, el régimen militar encabezado por el mariscal de campo Mohammed Hussein Tantawi, que sigue en el poder, no ha vacilado en pactar con los religiosos, de ahí la furia de muchos jóvenes relativamente occidentalizados, entre ellos los hinchas de fútbol responsables del estallido de violencia primero en Port Said y más tarde en El Cairo, que tienen buenos motivos para temer por su propio futuro. No sólo se trata de lo que les aguarda en una sociedad regida por fanáticos religiosos respaldados por la poderosa, y sumamente corrupta, corporación militar. También saben que, tal y como están las cosas, Egipto va hacia un desastre económico que podría adquirir grandes proporciones. Lo mismo que sus equivalentes de países europeos como España, Grecia e Italia, los jóvenes egipcios ya se sentían muy frustrados por la falta de empleos a la altura de sus expectativas, motivo por el que tantos se sumaron a la rebelión contra Mubarak, pero en la actualidad sus perspectivas laborales parecen aún más sombrías de lo que eran un año atrás. Muchos quisieran probar suerte emigrando a Europa, pero dicha alternativa está haciéndose cada vez menos factible. De todos modos, por razones evidentes el turismo, que ha sido una de las fuentes principales de ingresos de la parte “moderna” de la economía egipcia, se ha visto golpeado con fuerza por el clima de violencia que se ha apoderado del país, pero aún más ominosos han sido la fuga en gran escala de capitales y el aumento del precio de los alimentos que Egipto tiene que comprar en los mercados internacionales. A menos que la economía se recupere vigorosamente muy pronto, podría precipitarse en la bancarrota, pero dadas las circunstancias la posibilidad de que se revierta el deterioro se aproxima a cero. Así pues, en vista de que el grueso de la población, que está conformado por campesinos analfabetos escasamente productivos, ya vive al borde de la indigencia, lo más probable es que Egipto, además de sufrir más violencia social, política y religiosa, experimente un desastre humanitario.

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