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El ocaso de la clase media mundial


Puede que el orden meritocrático que está consolidándose sea más “justo” que los basados en el dinero, los lazos familiares o los favores políticos, pero dista de ser igualitario.


Los preocupados por el destino de la clase media argentina advierten que, luego de verse diezmada por una crisis socioeconómica tras otra, la pandemia amenaza con asestarle el golpe de gracia.

Puede que tales pesimistas exageren. Con todo, si bien la situación calamitosa actual de la maltrecha “burguesía” local es fruto del pésimo manejo de la economía por una larga serie de gobiernos, aún cuando por fin surgiera uno que resultara ser sumamente eficaz no le sería nada fácil salvarla porque no se trata de un drama exclusivamente argentino, ya que en todos los países desarrollados propende a ampliarse la brecha entre la llamada clase media alta y la baja que es relativamente pobre. Y, lo mismo que aquí, hay mucho menos movilidad social que antes.

La propensión a estratificarse de las sociedades tanto del mundo desarrollado como del piadosamente calificado de “en vías de desarrollo” puede atribuirse a la importancia creciente de la educación para la “economía del conocimiento” que, de acuerdo común, desempeñará un papel decisivo en los años próximos.

Puesto que para funcionar dicha economía dependerá de la inteligencia humana, los distintos gobiernos, presionados por empresarios, la tratan como un bien escaso que vale mucho más que el oro, el uranio o el petróleo. La están buscando en todas partes del planeta; cuando la encuentran, tratan de aprovecharla brindando oportunidades educativas a quienes la poseen.

Aunque en principio es muy positivo que más jóvenes de familias pobres puedan estudiar en universidades prestigiosas, el que los realmente talentosos, sean éstos nativos de los países en que harán sus carreras o extranjeros importados, se vean incorporados a las elites no siempre ayuda a los incapaces de acompañarlos.

Puede que el orden meritocrático que está consolidándose sea más “justo” que los basados en el dinero, los lazos familiares o los favores políticos, pero dista de ser igualitario.

Como es natural, quienes saben que su propio éxito profesional se debe a su inteligencia y su formación son proclives a comportarse como los aristócratas altaneros de otros tiempos. En Estados Unidos, la conducta de tales personas provocó una reacción tan fuerte que hizo posible la presidencia de Donald Trump y podría hacer tambalear la de su sucesor, Joe Biden.

Es frecuente oír decir que estamos en vísperas de una “nueva revolución industrial” – los especialistas dicen que será la cuarta – impulsada por las tecnologías digitales que ya están desplazando a una proporción cada vez mayor de trabajadores incluyendo, desde luego, a muchos de clase media que hasta hace poco cumplían tareas gerenciales o administrativas que exigían cierto grado de preparación.

Aunque los profetas de lo que nos aguarda – uno es el autoproclamado presidenciable radical Facundo Manes -, nos aseguran que, como sucedió en el pasado, pronto aparecerá una multitud de empleos de calidad equiparables con los desactualizados, los creados hasta ahora han sido rudimentarios y, para colmo, parecen destinados a desaparecer dentro de un par de años porque un artefacto bien programado, que nunca irá a la huelga, podría hacer lo mismo que un obrero de carne y hueso a un costo llamativamente inferior. De profundizarse la tendencia así supuesta, las divisiones económicas y por lo tanto sociales que ya están motivando alarma continuarán ampliándose.

Debería ser evidente que un sistema socioeconómico que beneficia a una minoría selecta y perjudica a los demás no sólo será inestable sino también incompatible con la democracia. Sin embargo, a juzgar por lo que está ocurriendo en Estados Unidos y Europa, uno con tales características está configurándose con rapidez, lo que hace prever que las décadas próximas serán muy conflictivas.

Aunque parecería que muchos gobiernos son conscientes de los riesgos, no quieren frenar lo que está en marcha porque temen que su propio país quedaría rezagado en la carrera tecnológica y por lo tanto económica a la que buena parte del mundo se ha entregado.

Así y todo, los más lúcidos no pueden sino entender que, para resolver o, por lo menos, atenuar los problemas que ya están ocasionando muchísimas dificultades, tendrían que adoptar esquemas que no discriminen entre los relativamente pocos que son capaces de dominar una gama muy estrecha de materias intelectuales vinculadas con ciencias económicamente útiles, además de algunos deportistas, personajes mediáticos, magnates y rentistas por un lado de la línea divisoria y, por el otro, la inmensa mayoría conformada por personas que tienen intereses y dotes diferentes. A menos que lo hagan, no tardarán en verse frente a rebeliones que no les será nada fácil sofocar.


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