El mundo no aprende

El avance de la variante ómicron de coronavirus desnudó una vez más que la comunidad internacional, y especialmente los países más ricos del mundo, han aprendido muy poco de las consecuencias devastadoras dejadas por la pandemia. Ante el desafío que plantea una nueva ola de la enfermedad reaccionan con viejos reflejos: aislarse y eludir su responsabilidad de acelerar el plan de vacunación global, que debiera ser prioridad.

La mayoría del planeta se vio sorprendida hace un par de semanas cuando Sudáfrica y Botsuana comunicaron la detección de la nueva variante, mostrando su preocupación porque, en estudios preliminares, parecía tener un poder de contagio mucho mayor que la delta, hasta ahora considerada la de mayor riesgo. Señalaron que se debían realizar estudios para verificar si era más virulenta y transmisible, o si lograba eludir la protección de las vacunas actuales, pero que los primeros datos recolectados eran preocupantes.

La reacción de la mayoría de los países fue precipitada y negativa: clausuraron vuelos y viajes desde países africanos, sin importar cercanía o lejanía de este brote, mientras que a los pocos días se revelaba que también aparecían enfermos en Europa y Asia. Pronto llegó a Sudamérica, al detectarse en Brasil y a América del Norte, en Canadá. Por el momento no se transformó en predominante en ninguna comunidad, pero de seguir con los patrones anteriores del virus, es probable que pronto lo sea.

Esta actitud volvió a generar críticas hacia medidas contundentes y generalizadas tomadas más en base a prejuicios que a fundamentos científicos y que sólo podrían agravar las desigualdades ya existentes, señaló la OMS. «A Sudáfrica y a Botsuana hay que darles las gracias” por haber dado una alerta temprana e inmediata, “no penalizarlas”, dijo su presidente Tedros Adhanom Ghebreyesus. Su principal argumento fue sanitario: las prohibiciones de viaje no evitan la propagación de variantes y una actitud podría desincentivar a otros países a que en el futuro informen y compartan datos epidemiológicos y de secuenciación por miedo a ser discriminados.

La vocera de la Alianza Africana para la Entrega de Vacunas, Ayoade Olatunbosun-Alakija, fue más contundente: “Si el covid hubiera aparecido en África y no en China, no tengo dudas de que nos hubieran encerrado y tirado la llave muy lejos. Y no hubiera habido urgencia en desarrollar vacunas, porque éramos prescindibles”, dijo. Agregó que la aparición de nuevas variantes como ómicron es “inevitable” ante la desigual distribución de vacunas en el planeta y se preguntó por qué ningún país había prohibido vuelos desde Bélgica o Israel, donde también se detectó esta variante.

Las descarnadas reflexiones llevan al punto que ningún país desarrollado parece querer afrontar: no hay salidas “nacionales”, la pandemia no termina hasta que la mayoría del planeta esté inmunizado. La comunidad internacional ha fracasado en generar un verdadero plan de vacunación global. Está aún muy lejos del objetivo (modesto) de inmunizar al 40% de la población a fin de año y al 70% a mediados de 2022. Mientras el G7 declama la “relevancia estratégica” de este objetivo, los países ricos siguen acaparando vacunas, retacean su apoyo a iniciativas como COVAX y utilizan la ayuda directa para defender intereses geopolíticos. Actualmente, el 80% de las 8.000 millones de dosis aplicadas fueron a países industrializados, emergentes o de desarrollo medio, pero los más pobres recibieron apenas el 0,6%. Muchos ni siquiera vacunaron a su personal sanitario.

La escasez de vacunas ya no es excusa. Mientras se mantenga esta vergonzosa falta de voluntad política para coordinar esfuerzos, deponer intereses mezquinos y avanzar hacia la inmunidad global, el virus seguirá teniendo en las zonas vulnerables un reservorio donde extenderse y mutar hacia formas difíciles de detectar y prevenir, generando nuevas muertes, pérdidas económicas y aumentando desigualdades y la discriminación en el planeta.


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