El Mercosur fue gestado en Río Negro
El 26 de marzo se cumplieron treinta años de la firma en 1991 del Tratado de Asunción, partida de nacimiento del Mercosur, pero se ignora que su gestación ocurrió cerca de Bariloche, insuperable e idílico sitio para gestar vínculos imperecederos, un 16 de julio de 1987.
En 1983, las incipientes democracias de la Argentina y Brasil heredaban de sus dictaduras, la mutua y planetaria sospecha de una carrera militar nuclear. La Argentina lideraba Latinoamérica en el campo nuclear, porque era flamante exportadora de esa tecnología e Invap dominaba en Pilcaniyeu, Río Negro, la exclusiva tecnología del enriquecimiento de uranio. Aunque eran desarrollos pacíficos, su secreta gestión generaba suspicacias internas y externas, amenazando la Seguridad regional y mundial: las potencias “proliferantes verticales”, dueñas de ese oligopolio mundial, intentaban excluirnos del mercado civil, acusándonos de “proliferantes horizontales”, impidiendo siquiera soñar integrarnos con Brasil.
El frente interno planteaba un desafío no menor: conforme al esquema pre-democrático, la CNEA continuaba tutelando la política nuclear externa, retaceada a la Cancillería y desgajada de la política exterior, nada menos que en la prioridad de la agenda mundial: la Seguridad. La democracia, la reputación y la Seguridad del país exigían otra política, y Alfonsín decidió someterla a un control civil y democrático, articulándola con la Política Exterior general. Así, el Canciller Caputo y su Vicecanciller Sábato, crearon en la Cancillería una oficina especial -Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme (DIGAN)-, con el desafío de continuar aquellos desarrollos, su pujante política exportadora y la resistencia al inicuo régimen del “desarme de los desarmados“, pero atendiendo el contexto internacional y balanceándolo con el fortalecimiento del rol de la Argentina como líder en la promoción de la paz y el desarme, conforme a su mejor tradición.
Desde esa nueva oficina, tal decisión política fue implementada por jóvenes diplomáticos formados ad hoc y liderados por el Emb. Saracho, entre los que me contaba, iniciando una de las dependencias de mayor prestigio técnico actual en nuestra Cancillería.
Aunque las discusiones con nuestros técnicos fueron arduas, primó su idoneidad y patriotismo, con la contribución de INVAP, creando una Política de Seguridad Externa que constituye hasta hoy una “Política de Estado” ejemplar, con notables contribuciones a la no proliferación, el desarme, la Seguridad y a nuestra historia diplomática.
El audaz proceso de fomento de la confianza mutua en el campo nuclear propuesto en 1985 por Alfonsín al tempranamente desaparecido Presidente Neves, se continuó con la suscripción entre Alfonsín y Sarney de la Declaración Conjunta sobre Política Nuclear, anexo a la Declaración de Foz de Iguazú (30/11/1985), considerada el “embrión del Mercosur”. Aquel documento proponía crear “mecanismos que aseguren los superiores intereses de la paz, la seguridad y el desarrollo de la región”, iniciando un proceso denominado en la jerga de la seguridad internacional como “medidas para el fomento de la confianza”: salvaguardias e inspecciones mutuas, coordinación de políticas internacionales, intercambio de expertos y de información, etc. Un proceso tan espinoso que sus negociadores fueron tildados de “vendepatrias” a ambos lados de la frontera.
El más simbólico y trascendente paso fue la invitación de Alfonsín a Sarney, a visitar la ultrasecreta Planta de Pilcaniyeu, el 16 de julio de 1987. Sarney lo recordó así: “Alfonsín es un hombre de Estado de estatura mundial. El problema nuclear entre nuestros países era grave. Nuestros militares se preocupaban por quién llegaría primero a la bomba atómica. El Presidente me llevó a Pilcaniyeu […] Queríamos, de este modo, terminar con la barrera nuclear que comprometía nuestras relaciones. No fue preciso que recurriéramos a las N.U. o a la Agencia Internacional de Energía Atómica. Fue un ejemplo único en el mundo de una solución personal para un problema tan profundo“. Y agregó en su discurso fúnebre en el Congreso: los “acuerdos de cooperación en el campo nuclear” firmados entonces entre ambos países fueron parte de la “ingeniería política” que sirvió para “acabar con las desconfianzas”.
En efecto, la visita a Pilcaniyeu enmarcada por ese proceso de acercamiento nuclear con Brasil, que constituye un modelo sin parangón a escala mundial, fruto de la visión estratégica de Alfonsín y del que los argentinos debemos sentirnos especialmente orgullosos, cobra altura en esta efeméride, no sólo como condición sine qua non del Mercosur, sino también de la seguridad regional y del prestigio que rodea hoy a la Argentina como proveedor internacional responsable de tecnología nuclear, comprometido con sus usos pacíficos, y como líder en la promoción del desarme, la no proliferación nuclear y la seguridad internacional.
Hoy, todo aquello aparenta ser parte de un pasado inconcebible, pero entonces la Argentina torció el rumbo de colisión con Brasil en el que la había embarcado la dictadura militar, inaugurando la etapa de paz e integración regional de la que aun gozamos. Entre 1985 y 1988 formé parte como joven diplomático de aquellas negociaciones, primero internas y luego con los brasileros y, sobre todo, de aquella visita histórica a Pilcaniyeu, aunque fue recién cuando bajo la llovizna, acompañado por mis hijos, despedí el féretro del Presidente Alfonsín honrado por una multitud, mientras Sarney hablaba en el Congreso argentino, cuando terminé de valorar que aquel suceso ocurrido en 1987 en las proximidades de Bariloche, había sido crucial para la Seguridad y la Paz de la Argentina, del continente y del mundo.
Maximiliano Gregorio-Cernadas *
*Diplomático de carrera y autor del libro Una épica de la paz. La Política de Seguridad Externa de Alfonsín (EUDEBA, 2016)
Comentarios