El infierno son los padres
Mirando al sur
Julio y agosto son los meses en que estallan los viajes de egresados. Miles de chicos de 17 años promedio se van o se fueron a Bariloche y a Brasil, entre los destinos preferidos, porque vivir unos días de descontrol parecería ser requisito indispensable para señalar el fin de un ciclo. Que no es poca cosa: pronto terminarán los estudios obligados y comenzarán los tiempos de las propias decisiones. No sin tristeza y una nueva nostalgia, los padres nos los iremos despegando del cuerpo, desarmaremos la rutina escolar, dejaremos de levantarlos cada día al mismo horario, de sufrir por cada aplazo y de festejar cada materia aprobada, con la esperanza de que sepan qué hacer de ahí en más. Lo cual no significa que dejemos de estar, por supuesto. Pero les dimos el viaje, hay una sensación de “ya está”; lo organizamos, lo pagamos, tal vez ellos ayudaron con algunas rifas y bailes, tal vez no, pero no importa tanto: les regalamos el cierre perfecto de su etapa escolar para que sientan de verdad que algo está terminando.
Pero ahora nos toca volver atrás: al momento en que los chicos van a subirse al micro, al momento en que los padres los despiden y se miran entre ellos y descubrimos que los jóvenes son nuestro reflejo, y que nosotros, adultos responsables, podemos ser tan o más problemáticos que ellos.
B. me invita un café luego de que nuestros hijos, cada uno con su respectiva escuela pero al mismo tiempo, parten hacia Bariloche. Me dice que tiene tanto para contarme que voy a poder escribir una columna completa sólo con lo que ella me diga. Yo agradezco que me regalen columnas, así que la escucho y escribo:
“Había algo en el aire cuando llegamos a la esquina en donde esperaba el micro, comienza B. Los padres mirándose con desconfianza entre ellos y mirando a los hijos de los demás con recelo. ¿Cuál sería el “barderito” del grupo? ¿Cuál tomaría de más? ¿Quién molestaría a quién? La mayoría de los padres no nos conocemos, la organización para el viaje se hizo por correo y yo preferí no meterme. Había organizado el viaje de egresados de séptimo grado y fue el infierno. Para qué repetirlo. El tema es que a poco de llegar descubrimos que había más valijas que espacio en el micro y comenzó la competencia entre padres por ver qué hijo lograba viajar con su respectiva valija y quién debía comenzar a deshacerla. El problema fue además que cuando algunos padres bienintencionados intentaron ayudar y se pusieron a estrujar valijas otros recordaron que allí estaba el alcohol lo mejor protegido posible. ¡El alcohol! Una madre dijo, risueña, que ella había comprado el champagne que llevaba su hija, que claro que no tenía la edad para comprar ni para tomar ni para nada. ¿Te das cuenta? Despotricamos contra el alcohol, aplaudimos las normas de control de los viajes de egresados, ¡pero les compramos las bebidas a nuestros hijos! No voy a tirar ninguna piedra. Yo sabía que el mío llevaba alguna botella, y miré para otro lado. Por lo menos no se las compré yo, y por un instante me sentí mejor madre que las demás. Qué consuelo hipócrita. Cuando por fin entraron todas las valijas en el micro y no hubo que lamentar estallidos, empezaron los gritos. Un hombre, que no era padre de nadie allí, que tenía un hijo que no iba a esa división ni a este viaje, se acercó al lugar de salida a las ocho de la mañana sólo para poder informar a quien quisiera escucharlo que un chico presente fumaba marihuana y que seguramente había convidado al suyo. Quería acusarlo, poner en aviso a los coordinadores y, si era posible, a la policía. Quería arruinarle el viaje. El adolescente acusado no se quedó atrás. Si varios padres no hubieran intervenido esos dos se iban a las manos, y conste que el chico contaba con el apoyo de todos sus amigos y el padre estaba solo. Un par de papás que conocían al acusador y a su hijo se lo llevaron a un costado y le hablaron. Le dijeron que a esa edad en realidad nadie obligaba a fumar a nadie, y que su hijo tenía su fama, que fumaba desde hace tiempo como tantos otros, que allí no había culpables sino adolescentes con problemas y padres con problemas más grandes, y que venir a arruinarle el viaje así a un pibe tan parecido a los otros no era lo indicado. Que esas cosas se solucionaban de otro modo, en otro espacio, que se hablaba entre adultos, que no se metía a los chicos en el medio. El padre en cuestión se calmó, los chicos comenzaron a subir al micro. Todos respiramos aliviados. Y mientras yo trataba de que mi hijo me saludara una vez más, una madre a la que no conocía se me acercó, se presentó, me preguntó si yo era la madre de tal, que lo soy, y sin anestesia me dijo: yo quiero que mi hijo deje de ser amigo del tuyo, pero el mío siente que tiene que cuidar a todos… eso me dijo. Y yo, que acababa de descubrir, sin anestesia, que mi hijo era caratulado como “mala influencia”, todo lo que pude responder fue: a esta edad no se les puede elegir los amigos. Y me di media vuelta y me fui al otro lado de la cuadra. En ese momento arrancó el motor del micro, los chicos del fondo sacaron sus botellas de cerveza, supongo que para brindar por el viaje, y yo todo lo que pensé, con las neuronas que me quedaban vivas, era que ojalá comieran algo, que no tomaran en ayunas… Es chiste pero… tal vez toman para aguantarnos a nosotros, porque en ese par de horas que llevó acomodar valijas, calmar a un padre enfurecido y sobrevivir a una madre desubicada pensé que el verdadero infierno somos nosotros, los padres, que sentimos que los hijos de los demás son los delincuentes, los salvajes, los culpables de todos los males, y que los nuestros sólo se dejan arrastrar para ser parte de un grupo que detestamos. Después de eso preferí no subirme al otro infierno: el grupo de padres de Whatsapp, y sólo me comuniqué con un par de conocidos. La madre de una chica me fue contando del viaje, ya que como madre de varón sólo recibí monosílabos a las consultas de ¿lo estás pasando bien?, ¿qué van a hacer hoy?, ¿comés bien?, ¿hace frío?
Diez días después los chicos volvieron enteros, felices, sobrios y agotados. Yo abracé al mío cuando bajó del micro y me lo llevé antes de que cualquier otro padre se brotara o hiciera apenas un comentario”.
Luego de esa historia, B. y yo nos quedamos en silencio. Como madres de varones no tenemos siquiera una foto del viaje para compartir. Pero nuestros hijos están en casa, están bien y disfrutaron de su viaje de egresados. Hemos sobrevivido otra batalla. Brindamos con café.
¿Te das cuenta? Despotricamos contra el alcohol, aplaudimos las normas de control de los viajes de egresados, ¡pero les compramos las bebidas a nuestros hijos!
Yo, que acababa de descubrir que mi hijo era caratulado como “mala influencia”, todo lo que pude responder fue: a esta edad no se les puede elegir los amigos.
Datos
- ¿Te das cuenta? Despotricamos contra el alcohol, aplaudimos las normas de control de los viajes de egresados, ¡pero les compramos las bebidas a nuestros hijos!
- Yo, que acababa de descubrir que mi hijo era caratulado como “mala influencia”, todo lo que pude responder fue: a esta edad no se les puede elegir los amigos.
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