El imperio de los amigos

El empresario periodístico Daniel Hadad nunca fue un enemigo del gobierno kirchnerista, ni siquiera fue un adversario, pero a pesar de entender que le sería muy provechoso integrar la cofradía de los magnates K ha sabido mantener cierta distancia del poder, acaso por intuir que a la larga no le convendría comprometerse demasiado con un proyecto político determinado. Es lógico, pues, que haya caído bien en las filas oficialistas la compra de los medios que tenía Hadad por Cristóbal López, un hombre que hasta ahora se ha especializado en el petróleo y en el negocio muy lucrativo del juego, que le pagará la friolera de aproximadamente 40 millones de dólares estadounidenses. En adelante, los resueltos a difundir el relato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner podrán ampliar su audiencia sustancialmente a través de otras cinco radios más un canal televisivo sin tener que preocuparse por los eventuales reparos de una persona que podría sentirse tentada a desafiarlos, ya que, a diferencia de Hadad, López depende mucho de la buena voluntad gubernamental. Si bien abundan en todas partes empresarios adinerados que fantasean con convertirse en zares periodísticos por suponer que les permitirá desempeñar un papel cultural y político destacado, en nuestro país el negocio tiene un atractivo adicional para los dispuestos a congraciarse con los poderosos de turno. El gobierno kirchnerista nunca ha vacilado en invertir una cantidad inmensa de dinero aportado por los contribuyentes en aquellos medios que le son afines aun cuando se haya tratado de periódicos con muy escasos lectores o emisoras de radio y canales televisivos que resultan ser igualmente minoritarios. Sin embargo, lejos de perder dinero los dueños de tales medios a causa de su falta de profesionalismo, pueden prosperar merced a la generosidad de sus benefactores. Así las cosas, el que López, que es de suponer sabe mucho más de tragamonedas que de periodismo, no haya tenido experiencia alguna en el rubro carece de importancia. Es tan inclusivo el modelo de Cristina que en él hay lugar para todos, siempre y cuando logren convencerla de su lealtad. Para los kirchneristas, ensamblar un gran aparato propagandístico no ha resultado ser tan fácil como habrán previsto. A primera vista, el imperio mediático que han construido es imponente. Contiene varios diarios, muchos canales de televisión abiertos o de cable y radios, además de organismos estatales supuestamente públicos pero en realidad partidarios como Télam y, desde luego, el empleo cada vez más frecuente por parte de Cristina de la cadena nacional de radio y televisión para difundir sus vehementes alocuciones y los aplausos que siempre las acompañan. Con todo, a pesar de los recursos ingentes que se usan para subsidiar a este ejército de comunicadores oficiales y los esfuerzos por perjudicar a quienes se resisten a sumarse al coro kirchnerista, el impacto ha sido menos contundente de lo que era razonable esperar. Muchos medios oficialistas siguen en terapia intensiva desde su nacimiento o, lo que es lo mismo, desde transformarse en portadores de las buenas nuevas gubernamentales; si no fuera por los cuantiosos subsidios que perciben, morirían. Que éste haya sido el caso puede considerarse un tanto paradójico, ya que no cabe duda alguna de que el oficialismo cuenta con la aprobación, cuando no el apoyo entusiasta, de buena parte de la ciudadanía, pero parecería que dicho sector mayoritario no suele comprar muchos periódicos y, cuando ve televisión o escucha la radio, prefiere los programas de entretenimiento liviano a los netamente políticos. De todas maneras, será interesante seguir la evolución de los medios que López acaba de comprar a Hadad. Si para frustración de su nuevo dueño se ven abandonados por el público, no se vería afectado en el bolsillo, ya que a los repartidores de publicidad oficial no les importan tales detalles, pero sería un golpe a su amor propio. Por lo demás, el eventual fracaso de otra parte del gran imperio propagandístico que los kirchneristas han armado para permitirles triunfar en la guerra cultural que creen estar librando los haría todavía más resueltos a perjudicar a los medios aún independientes que, por perverso que les parezca, siguen siendo mucho más populares que los que han improvisado a un costo multimillonario.

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