El hombre que soñó y creó

No podemos vivir en un valle rico, pero en una ciudad pobre de cultura

“No podemos vivir en un valle rico, pero en una ciudad pobre en cultura”. La frase es de Norberto “Tilo” Rajneri. Pero sobre todo es una convicción que lo acompañó siempre. Es la frase que lo hizo concretar sus sueños, que hoy son el sello distintivo de Roca y que ha permitido que no sólo los habitantes de esta ciudad sino de las localidades vecinas, y de todo el país, se formen y hagan realidad sus propios destinos artísticos. El germen que sembró Rajneri comenzó en los años setenta. Aquellos fueron tiempos de inspiración. Allí donde no había prácticamente nada, “Tilo” Rajneri, junto a Lila López de Caimari, Edgardo Hugo Baraldi, Gregorio Groisman, Cristina Kaufmann, Rodolfo Seifert, Martín Caimari, José Manuel García, Carlos Cordi, Walter Kaufmann y Víctor Lapuente, entre otros, imaginaron un centro cultural, le dieron forma, convencieron a artistas de Buenos Aires para que llegaran a esta ciudad, todavía en crecimiento, a moldear lo que luego sería una verdadera escuela de arte. Fue un deseo que demandó siete años para convertirse en realidad. Pero todavía hoy, en 9 de Julio 1043, la Casa de la Cultura sigue siendo un centro de reunión. Un lugar donde todos pueden disfrutar, compartir, aprender, exponer. En 1984, a la Casa de la Cultura, Rajneri le sumó un tallo más: el Instituto Nacional Superior de Artes (INSA). Un año después, el INSA ya tenía 1.130 alumnos, de entre 12 y 60 años. Fue el lugar en el que se formaron generaciones de roquenses: flauta traversa, danza clásica, guitarra, batería, teatro. Todo el arte en un mismo lugar. Rajneri convirtió al INSA, que luego se transformaría en el Instituto Universitario Patagónico de Artes (IUPA), en un modelo único en todo el país. La autodisciplina, el cuidado de todos los instrumentos en manos de todos los que hacían uso de ellos, hicieron que el INSA fuera declarado experimento piloto en todo el país y fuera la base para fijar la política nacional de enseñanza artística en centros de baja densidad demográfica. Pero Rajneri nunca estaba con los brazos cruzados. A un paso le seguía otro más, más audaz. Y en 1992, como rector normalizador del INSA y ya presidente de la Fundación Cultural Patagonia, había comenzado a construir el segundo hogar del Instituto, la Villa de las Artes. Ese oasis, ubicado al oeste de la ciudad, sigue siendo no sólo el orgullo de Roca, sino un raro páramo en el que es posible escuchar los sonidos más excelsos, y en el que, sobre todo, se ha hecho posible eso de acercar el arte a todos. Allí se han formado músicos notables que hoy brillan en los mejores escenarios del país; allí se realiza un Festival de Percusión que recibe a talentos de todo el mundo; se filman documentales; se reúnen teatristas de la Argentina; se forma a los pequeños cantantes y a los bailarines; y allí se ha logrado revertir aquello del valle rico, pero pobre en cultura. En ese espacio, la cultura es rica. Norberto Rajneri fue el hombre detrás y delante de cada una de esas siembras. Un “mecenas”, dijeron de él. Y ahora, su legado, cosecha inconmensurable, nos queda a todos nosotros.

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