El drama iraní
Al optar por una línea sumamente dura, imputando las protestas multitudinarias de los convencidos de que hubo fraude electoral a las maquinaciones malévolas de sionistas, norteamericanos y británicos, el "líder supremo" iraní, el ayatollah Ali Khamenei, asumió un riesgo enorme. Si su país se tranquiliza en los próximos días, Khamenei habrá ganado la apuesta, pero si, como parece probable, continúan las manifestaciones masivas, él mismo, además de la revolución islámica que representa, estará en la mira de quienes se habían limitado a reclamar la destitución del presidente presuntamente reelecto Mahmoud Ahmadinejad. En tal caso, sería muy difícil impedir que se produjera una confrontación sanguinaria entre las milicias que apoyan a Ahmadinejad y una oposición que está conformada no sólo por jóvenes de la clase media urbana sino también por muchos clérigos prestigiosos que temen que lo que comenzó como una reacción espontánea frente a un resultado electoral poco convincente se transforme en una rebelión generalizada contra la hegemonía asfixiante de religiosos que se creen con derecho a interferir hasta en los detalles más íntimos de la vida personal de todos los habitantes de su país.
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