El dilema de siempre
La Argentina debe elegir ser el socio menor del Brasil o integrarse al sistema económico internacional.
Mientras la clase dirigente brasileña siga convencida de que su país está en condiciones de erigirse en una gran potencia, el gobierno argentino tendrá que elegir entre acompañarla, conformándose con ser el socio menor de una nación subdesarrollada, e intentar avanzar por el camino trazado por Chile que, para frustración de algunos y envidia de otros, ha decidido integrarse cuanto antes al sistema económico internacional. En el gobierno del presidente Fernando de la Rúa el partidario más vehemente de la primera estrategia es, cuando no, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, un católico militante que no ha ocultado su entusiasmo por el Mercosur, una agrupación «latina» que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, no ha vacilado en tratar con desprecio. Así las cosas, era de prever que al avanzar las negociaciones sobre el ALCA, el mercado común panamericano impulsado por el presidente estadounidense George W. Bush, el gobierno de De la Rúa tendría que optar por uno de los dos proyectos. Por lo pronto, la posición oficial sigue privilegiando la tesis de Rodríguez Giavarini, el cual acaba de darse el gusto de rechazar lo que se ha calificado de oferta del gobierno norteamericano de sellar un acuerdo bilateral que, de concretarse, significaría la ruptura definitiva del Mercosur, pero es evidente que Cavallo quisiera que las negociaciones correspondientes se iniciaran sin demora.
Conforme a los mercosuristas encabezados por el canciller, a la Argentina le convendría que el mercado regional actuara como un bloque monolítico, porque así los países miembros podrían arrancar más concesiones a sus interlocutores estadounidenses. En teoría, están en lo cierto, pero sucede que si bien los dirigentes brasileños parecen reacios a descartar por completo el ALCA, actitud que desataría una nueva crisis en el seno del Mercosur, todo hace sospechar que están resueltos a asegurar que el proyecto continúe trabándose hasta que los norteamericanos finalmente decidan abandonarlo. Dicho de otro modo, lo que quieren los brasileños -y con toda probabilidad Rodríguez Giavarini también- es impedir que el ALCA cobre vuelo, porque por diversas razones la idea de la integración hemisférica les produce escozor.
A la larga, pues, el Mercosur, es decir, la voluntad por parte de la Argentina de subordinarse a los designios geopolíticos brasileños, no es compatible con el ALCA, proyecto que supondría estrechar los vínculos económicos con Estados Unidos. Esta realidad hace prever que el conflicto entre el canciller y el ministro de Economía crezca en intensidad en las próximas semanas. Al fin y al cabo, sus diferencias no son pequeñas. Antes bien, reflejan visiones estratégicas radicalmente distintas. Mientras que la de Rodríguez Giavarini es tradicional, una versión levemente retocada de los planteos de los nacionalistas premenemistas, aquella de Cavallo se inspira en la aceptación plena de las connotaciones de la «globalización», este fenómeno multifacético que está modificando con rapidez no sólo las relaciones entre los diversos países, sino que también está provocando cambios sociales y económicos en todas partes.
En esta batalla, Cavallo lleva las de ganar. No es cuestión tanto de su personalidad «avasallante» ni de que su salida intempestiva del gobierno provocaría una convulsión mientras que la eventual renuncia de Rodríguez Giavarini sólo preocuparía a las autoridades brasileñas, cuanto del hecho de que nuestra economía depende casi por completo de la buena voluntad norteamericana. Sin el respaldo activo de la Casa Blanca, la Argentina no tardaría en caer en la cesación de pagos, desastre que perjudicaría gravemente a sus vecinos; en cambio, la ayuda brasileña, por generosa que fuera, no sería suficiente como para hacer diferencia alguna. Frente a esta realidad antipática pesan poco los reparos culturales e ideológicos de los comprometidos con el Mercosur, entidad que a su entender contribuye a protegernos contra la globalización, lo cual significa que incluso en el caso de que Rodríguez Giavarini se las ingeniara para deshacerse del superministro cuya presencia en el gobierno le molesta tanto, su triunfo personal no sería suficiente como para conservar un bloque regional que ya parece haberse desactualizado.
Mientras la clase dirigente brasileña siga convencida de que su país está en condiciones de erigirse en una gran potencia, el gobierno argentino tendrá que elegir entre acompañarla, conformándose con ser el socio menor de una nación subdesarrollada, e intentar avanzar por el camino trazado por Chile que, para frustración de algunos y envidia de otros, ha decidido integrarse cuanto antes al sistema económico internacional. En el gobierno del presidente Fernando de la Rúa el partidario más vehemente de la primera estrategia es, cuando no, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, un católico militante que no ha ocultado su entusiasmo por el Mercosur, una agrupación "latina" que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, no ha vacilado en tratar con desprecio. Así las cosas, era de prever que al avanzar las negociaciones sobre el ALCA, el mercado común panamericano impulsado por el presidente estadounidense George W. Bush, el gobierno de De la Rúa tendría que optar por uno de los dos proyectos. Por lo pronto, la posición oficial sigue privilegiando la tesis de Rodríguez Giavarini, el cual acaba de darse el gusto de rechazar lo que se ha calificado de oferta del gobierno norteamericano de sellar un acuerdo bilateral que, de concretarse, significaría la ruptura definitiva del Mercosur, pero es evidente que Cavallo quisiera que las negociaciones correspondientes se iniciaran sin demora.
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