El ciudadano presidente
La idea de un mandatario que escinde su mundo excepcional entre presidente y ciudadano parece querer demoler decenios de discusión sobre el lugar que ocupa la representación política en la configuración de las actuales democracias representativas. De allí que la posición recientemente asumida por el presidente Mauricio Macri tiene pocos respaldos desde la teoría y práctica deseada para la política moderna. Aún así cuenta con algunos antecedentes en la larga historia de las prácticas que dieron vida a los sistemas democráticos contemporáneos. Lamentablemente debemos rescatar figuras históricas que hicieron poco por esa construcción. Hablamos de biografías que pusieron en entredicho muchos de los avances de la idea republicana del poder y de la práctica de la ciudadanía democrática.
Luis Napoleón Bonaparte, “el pequeño” como lo llamaba Víctor Hugo, es uno de los que asumía ese doble rol de ciudadano y presidente, al cual luego sumó una tercera distinción, la del príncipe que contaba con una extraordinaria herencia que lo hacía merecedor de otro destino.
Recuérdese que ese Napoleón, sobrino de aquel otro, el mejor hijo de la Revolución Francesa que tuvo en vilo a toda Europa a principios del siglo XIX, primero fue presidente en 1848 por voto popular y luego ejecutó un golpe palaciego para convertirse en emperador de Francia por veinte años.
Es sabido que el Napoleón de la segunda mitad del siglo XIX fue muy criticado por las plumas más agudas de su época. Hasta el propio Carlos Marx construyó desde su experiencia el concepto de bonapartismo que, asociado al de cesarismo, ayudó a entender regímenes excepcionales que suponían estar encima de la sociedad. También es cierto que por momentos concitó importantes apoyos en la sociedad francesa.
Ese Napoleón además de contar con un apellido tenía extraordinarios eslóganes –entre ellos la distinción de hombre ciudadano y presidente– que, como sostiene un historiador francés de nuestro tiempo, estaban “destinados a enmascarar un gusto por el poder personal y legitimar un conjunto de prácticas fundamentalmente iliberales”. Por si fuera poco, aquel Napoleón cargaba contra la temprana emergencia de un Estado de derecho republicano. La propia consumación del golpe de Estado de diciembre de 1851 y la utilización ventajosa de las estructuras policiales de entonces para sus fines lastimaron el buen derrotero del republicanismo francés.
Por ello no es una novedad el desdoblamiento que hace nuestro presidente. También aquí hay una carga de eslóganes, de contenidos desafiantes. Con ellos supone darle llanura a la representación que encarna. Propone reforzar un imaginario de presidente-pueblo. Bonaparte hacía lo mismo. De un mandatario que es un igual al común del ciudadano. Que el lugar que ocupa hoy es apenas una excepcionalidad sólo atendible a la siempre artificial distinción que la política ofrece entre representado y representante. Porque la política falsea lo que expresa la vida del común.
Que lo suyo como ciudadano es una de las caras de un presidente que no quiere ser tal y fue puesto en el lugar por fuera de las circunstancias como quien salva a los suyos.
A partir de ser un hombre común, como ciudadano presidente es un hacedor de confianza. Y como tal su lugar en la historia es ofrecer esa confianza para el otro. Hay que señalarlo, no hay novedad en esta presentación de dos roles al mismo tiempo.
Mucho ya se ha hecho en otras oportunidades del actual mandato con la distinción que desgaja al presidente en varias ciudadanías, entre ellas la de ciudadano empresario, el ciudadano hincha, ciudadano ingeniero o el ciudadano padre o, más recientemente, el ciudadano hijo.
La opinión de muchos oficialistas refuerza esas distinciones cuando defienden o buscan corregir al presidente Macri por su falta de algo más que vocabulario sobre los “principios que rigen el derecho”.
De allí las pretensiones de cubrirlo con su lugar de “ingeniero” por las desconcertantes formas en que nos dice que hay “que respetar a la Justicia” pero impugna los fallos de jueces apegados a derecho.
Es cierto que la idea del ciudadano presidente pretende darle carnadura a uno de los tantos enmascaramientos que supone la teoría de la representación política.
Recordemos que su centro es hacer presente algo que está ausente y no siempre es visible a los ojos del común ciudadano. ¿Qué es lo ausente a la vista de todos? No hay duda de que es la realidad del poder. Del poder de hacer cosas.
Poder reforzado aún más cuando este ciudadano presidente forma parte del núcleo de la elite empresarial y del dinero del país.
No es una novedad el desdoblamiento que hace nuestro presidente. Luis Napoleón Bonaparte hacía lo mismo. Propone reforzar un imaginario de presidente-pueblo.
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- No es una novedad el desdoblamiento que hace nuestro presidente. Luis Napoleón Bonaparte hacía lo mismo. Propone reforzar un imaginario de presidente-pueblo.
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