El cierre de las fronteras impacta en los chilenos de la región
Historias de desarraigo familiar, efectos emocionales y económicos trae aparejado el bloqueo de los pasos que conectan Argentina y Chile.
Isabel aguarda la apertura de la frontera entre Chile y Argentina para poder llevar las cenizas de su madre hasta el cementerio y así, depositarlas junto a las de su padre. Casos de personas con necesidad de cruzar del otro lado de la cordillera abundan.
Hay muchísimos chilenos residentes en Bariloche que ansían reencontrarse con sus familiares después de un largo año de pandemia, otros que requieren hacer trámites o gestiones. El contacto intercultural trasciende cualquier límite fronterizo.
Liliana Gómez definió la situación como desesperante. Su abuela, de 97 años, vive en Purranque, en Osorno. “Hablamos por teléfono domingo por medio y siempre le decimos: ‘Ojalá, abra pronto la frontera’. Pero así venimos hace más de un año. Ella nos dice que está vieja y que se va a morir; nosotros le pedimos que espere, que ya nos podremos ver”, contó Liliana, con angustia. Su padre chileno se radicó en Bariloche 50 años atrás.
La mujer admitió que el temor es que una vez que se habilite el paso por Cardenal Samoré, “la gente aproveche a viajar unos días, vuelvan a cerrarlo y ya no se pueda volver. Es todo un riesgo porque todavía hay gente varada allá”.
Recordó el caso de un hombre residente en Bariloche, con diabetes y demencia senil, que quedó varado en Chile al comienzo de la pandemia. Ya estaba entrando en un estado depresivo cuando su hija, con la ayuda de Liliana, logró un permiso especial por parte de la Dirección de Migraciones. El hombre tuvo que ir por sus medios a la Aduana y su hija fue a buscarlo del lado argentino.
Otro caso de desesperación y angustia es el de Marisol Parancan. Cuando tenía apenas 21 años, emigró Chile ante la falta de trabajo y se estableció en Bariloche donde tuvo dos hijos. Hasta el 2019, esta mujer de 56 años vendía artesanías en la carpa del Centro Cívico pero la recaudación mensual no le resultaba suficiente. De modo que cuando le ofrecieron un puesto como mucama en un hotel en un campo, ubicado a 50 kilómetros de la ciudad chilena Chaitén, no lo dudó.
Marisol solía viajar a Bariloche para reencontrarse con sus hijos y su nieta cada dos meses cuando lograba juntar algunos días libres. “Solo me vine por una decisión de trabajo porque mis dos hijos no tenían trabajo. Pero me agarró la pandemia y no he podido volver. Necesito ir a ver a mi familia en Bariloche. Extraño mucho y son días difíciles para mí”, admitió la mujer al borde del llanto.
Los martes y jueves, Marisol vende pancitos en la Municipalidad de Chaitén para reunir algo más de dinero. Envía parte de su sueldo a Bariloche para colaborar con sus hijos y con familias conocidas que “no la están pasando bien”.
“Esta situación de no poder ver a mi familia desde hace un año y medio me enferma. Quisiera que me den un permiso para ir y volver. Lo cierto es que no puedo perder el trabajo porque ese dinero nos ayuda mucho”, sostuvo.
Habla con sus hijos a diario por videollamada pero confiesa que ya no alcanza. “Una madre necesita abrazar a sus hijos, a su nieta. Va a cumplir 6 años y la dejé de ver cuando tenía tres. No pudimos compartir ni una Navidad. Esta pandemia nos ha jugado en contra. También perdí a mi hermano de Covid”, reconoció.
La mujer objetó que las fechas de posible apertura de la frontera se van corriendo. “Estoy vacunada con las dos dosis. Necesito una esperanza de que voy a poder abrazar a mis hijos, aunque más no sea en el límite”, dijo.
Cuestionó también que mucha gente pudo cruzar a Argentina en avión. “Esto es para la gente que tiene plata. Para mí, irme en un avión es un mes de sueldo que significa una entrada para mis hijos”.
La migración más fuerte en Bariloche
En los últimos 10 años, se entregaron alrededor de 1.600 radicaciones permanentes y temporarias a chilenos en Bariloche. Detrás, siguen unas 1.100 radicaciones para bolivianos, 1.000 de paraguayos y 800 de venezolanos.
Marfila Vida, de 82 años, aún mantiene su casa en Puerto Montt pero pasa gran parte del tiempo con su hija Ruth Guaiquín que migró a Bariloche en 1984. En el inicio de la pandemia, quedó varada del lado chileno. “Al principio, estaba bien porque es muy activa pero después, empezó a decaer. Pudo volver recién el 6 de noviembre. Pusieron muchos palos en la rueda. Mucha gente perdió su trabajo e incluso un hombre murió allá”, apuntó Ruth.
Objetó que “las autoridades enviaban aviones a buscar a los turistas que tienen plata cuando acá había gente varada a 300 kilómetros”.
Antes de regresar a la Argentina, su madre logró tramitar la pensión de su esposo y hoy, su hija puede pagar todos los servicios de la casa en Chile, vía internet.
“Conozco a muchas personas que deben viajar para cobrar su jubilación. Algunos hacen el trámite a través del consulado con una declaración jurada. Pero solo el envío de Andreani cobra 6.000 pesos”, manifestó.
Al consultarle a Margarita Alvarado qué representa el cierre fronterizo, no lo duda: “Es alejarme de mi familia”. Esta mujer solía viajar una vez al mes a Santiago de Chile para comprar mercadería para su puesto en una feria de la calle Onelli.
Cuando se cerró la frontera, también estaba en Chile. Logró regresar a la Argentina en el último micro que circuló por Samoré. “Usaba cada viaje para trabajar y visitar a mis 11 hermanos y a mis primos. Soy la única que vive en Argentina. En este momento, me angustia saber que mi hermana mayor está enferma”, reconoció y agregó: “Aunque estamos muy cerca, ponen muchas trabas. Quizás pueda ir pero, ¿Cómo vuelvo? Ya va más de un año que la frontera está cerrada”.
En el consulado hay pedidos a diario por trámites
El cónsul de Chile en Bariloche, Luciano Parodi, definió como complejas las situaciones de familias chilenas en Argentina debido a “los protocolos sanitarios que dificultan la vida a muchos”. Admitió que hay múltiples dificultades.
“En este momento, los vuelos están suspendidos. Solo hay vuelos humanitarios excepcionales. Pero hay mucha demanda”, destacó.
Aseguró que, desde el inicio de la pandemia, reciben el pedido de muchas familias para hacer trámites o gestiones bancarias en Chile. Algunos, dijo, se han podido resolver desde el Consulado. “Otros han optado por ir a Chile, a través del retorno humanitario. Con un certificado consular, alguien debe llevarlo a la frontera y deben buscarlo del otro lado. Pero no podemos garantizarles el retorno a la Argentina porque esto depende de las autoridades nacionales y las medidas se van actualizando”, indicó.
Pidió paciencia a la población ya que deben atender por turnos que se otorgan vía mail.
Desde el Consulado, estiman una población que alcanza las 40.000 personas (se contemplan tres generaciones). Abarca desde Junín de los Andes hasta Esquel y, hasta la costa atlántica. “Hay familias nuevas y profesionales que trabajan de ambos lados de la cordillera. La vinculación entre ambos países es histórica y seguirá creciendo”, señaló.
El costo emocional y la ayuda de internet
* Rosana Rins
Los migrantes chilenos que, desde hace seis décadas al menos, viven en la provincia de Neuquén vieron desdibujarse la vinculación con sus familias del otro lado de la cordillera, por la pandemia que obligó el cierre de las fronteras.
Si bien el período más doloroso para ellos fue el año pasado cuando los pasos fronterizos estaban clausurados, hoy que se permite el paso ante una emergencia, la situación no se descomprimió demasiado.
La comunidad chilena debe afrontar dos factores que complejizan la posibilidad de mantener el vínculo con sus familiares, montaña de por medio: la burocracia para conseguir la documentación necesaria y el aislamiento tecnológico que sufren las familias de zonas rurales. Para poder viajar a Chile deben tramitar en el consulado, un permiso donde deben explicar el motivo del viaje. Y solo se otorga ante una emergencia o urgencia. El formulario debe completarse y enviarse de manera digital y allí radica el primer escollo.
“Muchos no saben como hacerlo y recurren a la pastoral de migraciones para que les tramitemos el permiso. Las páginas web no están hechas para los pobres. Pero la cosa no termina ahí. En el permiso que les otorga el consulado, se deja sentado que pueden ir a Chile, pero que no les pueden garantizar fecha de regreso a Argentina”, explicó el titular de la pastoral de Neuquén, Jorge Muñoz.
Además, el que pasa a Chile, debe costearse el traslado hasta la frontera, conseguir un contacto en el país transandino que lo busque del otro lado y debe afrontar con sus propios recursos todos los gastos de alojamiento, comida y traslado. Ante esto, muchos deciden no viajar.
La última oleada inmigratoria de chilenos a Argentina se produjo en la década del ‘80, “con lo cual es una población envejecida. Entonces el costo afectivo de no poder estar junto a un familiar enfermo o a punto de morir es altísimo”, agregó Muñoz.
El titular de la pastoral comentó que es mucho más alto y doloroso para las familias chilenas que viven en zonas rurales o alejadas de poblados urbanos.
“Muchos aprendieron de sus nietos a utilizar el celular o la computadora para comunicarse y verse con sus familias en Chile, pero no son todos. Y solo lo pueden hacer los migrantes que viven en ciudades donde la tecnología está presente. Pero la gente de las zonas rurales está totalmente alejada de sus afectos y se siente el desarraigo a su país mucho más”, dijo.
A modo de ejemplo, Muñoz comentó que muchas familias pobres recortan gastos para poder pagar el cable y así poder ver el canal de Chile y recibir noticias de su tierra. “Para muchos es el único arraigo”, concluyó.
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