El Anticristo contemporáneo

En “El Anticristo”, Nietzsche sostiene que el cristianismo tal como lo conocemos no lo fundó Cristo (al que imagina parecido a Buda), sino San Pablo. De esta manera, el verdadero Anticristo es Pablo, quien es el que tergiversa la doctrina de Cristo para crear un poder universal perverso y autoritario basado en la santificación del dolor y el desprecio por la vida.

Algo similar está ocurriendo desde hace 20 años con el pensamiento de Michel Foucault: la corriente políticamente correcta considera a Foucault su Cristo, pero solo toma algunas de sus ideas –aislándolas del conjunto de su obra, que es compleja y muy rica– para sentar las bases de los nuevos movimientos represivos de la vida contemporánea.


Sucede, entonces, con Foucault lo que Nietzsche dijo que había sucedido con Cristo: se toman algunos de sus pensamientos y se los aísla del conjunto. Se lo hace decir lo contrario de lo que dijo. Los que leímos a Foucault mientras vivía nos sorprendemos de que el Foucault que inventaron los del pensamiento políticamente correcto se haya convertido en un represor de la libertad de pensamiento (y de todas las demás libertades). No vamos a detenernos en lo que dijo Foucault, ya que ahí están sus muchos libros. Vamos a recorrer cómo el pensamiento políticamente correcto –y las militancias identitarias, el feminismo, el movimiento trans, el movimiento antirracista y hasta el movimiento progordo– toman a Foucault para crear una inquisición moderna.


Hace unos meses varios medios argentinos entrevistaron a las referentes más prestigiosas del feminismo argentino. Casi siempre les preguntaron si apoyaban o no los escraches y las cancelaciones que tantas militantes feministas y de otras minorías identitarias hacen habitualmente (recordemos los escraches, con quema de libros incluidos, contra J. K. Rowling). Las feministas consultadas primero negaron que hubiera escraches y cancelaciones. Y luego, ante algunos ejemplos que mostraban los periodistas, estas líderes del feminismo dijeron que era una forma de hacer justicia ante un poder dominado por el patriarcado.


Es decir, “no hacemos escraches ni cancelamos gente, pero tenemos que escrachar y cancelar gente porque hay injusticias que no podemos resolver por vías democráticas, ya que el poder está todo en mano del patriarcado, dominado por los varones blancos, delgados, capaces y heterosexuales” (para la lógica políticamente correcta ser capaz también es una forma de discriminar, ya que se deja de lado a la gente que no demuestra capacidades). Estas líderes feministas son filósofas y científicas sociales.

Han leído a Foucault. No es por desconocimiento que se tergiversan sus ideas. No hay ignorancia, sino un uso político descarado de fragmentos de sus teorías para hacer exactamente lo contrario de lo que Foucault propuso en el conjunto de su obra.


Tras la era de los derechos civiles (1960-2010) en la que el activismo antirracista, el feminismo y el orgullo gay buscaron y lograron en muchos países la igualdad jurídica de las mujeres, las minorías raciales y diversidades sexuales ante la ley, surgió una nueva forma de activismo. Este cree que las desigualdades que persisten solo pueden superarse si se ataca lo que argumentan que es el fundamento de todos estos males: las actitudes, los prejuicios y las formas de hablar. Ahora la lucha es por el discurso, no por la igualdad jurídica (ya lograda).


Todo se reduce a lo que uno cree. Es una forma de religión. Si crees que las palabras pueden destruir a la gente, haces lo imposible para que no se puedan decir esas palabras.



Para cambiar la forma de hablar y de pensar de toda la sociedad, la gente políticamente correcta tomó de Foucault su análisis sobre el conocimiento, el lenguaje y el poder. Pero la simplificó al extremo, hasta tal punto que se le hace decir a Foucault lo contrario de lo que afirmó. Los militantes de lo políticamente correcto sostienen que si la opresión se sostiene por la forma en que hablamos las cosas, la solución es cambiar la forma en que la gente habla de las cosas, y que está bien hacerlo por medios autoritarios si es necesario, algo que jamás sostuvo el filósofo francés.


Los que pensamos que la libertad de creencia no solo es una libertad individual básica, sino también que el libre intercambio de ideas es la forma en la que avanza el conocimiento y progresa la moral, no estamos preparados para comprender este movimiento autoritario que se presenta como progresista.


Al final, todo esto se reduce a lo que uno cree. Es una forma de religión. Si crees que las palabras pueden destruir a la gente entonces haces lo imposible para que no se puedan decir esas palabras.


Foucault estaría estupefacto si viera cómo han desvirtuado sus ideas los fanáticos del movimiento políticamente correcto: de una crítica al poder autoritario, su pensamiento fue convertido en el fundamento del nuevo poder autoritario.


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