El amante de las cumbres que lleva 45 años como guía de montaña en Bariloche
Ronaldo “Roni” Monras, de 62 años, estima que “debe haber ascendido un 60% de las cimas de la región”. La pasión por recorrer y guiar a la gente por la montaña se mantiene intacta.
En una época, solía anotar en un cuaderno cada salida a la montaña. Pero fueron tantos ascensos que esta rutina quedó en el camino. Ronaldo “Roni” Monras estima que hay unas 140 montañas “con nombre” y otras tantas cumbres secundarias “sin un nombre”. Este guía de montaña de 62 años supone que “debe haber ascendido un 60% de las cimas de la región”.
¿Hasta cuándo continuarán los ascensos? “Hasta el día en que mi corazón ya no sienta nada y no haya pasión. Por el momento, parezco un chico de 15 años. Es un verdadero deleite. Es más fuerte que yo”, se jacta este hombre con una pasión inusitada.
“Empiezo a caminar y me transformo. No se puede explicar pero debe ser lo que me enseñaron tantos personajes, como Otto Meiling. Hoy faltan esos líderes en Bariloche. Por eso, siempre a nivel montaña siempre hablamos del pasado”, agrega con una nostalgia que no logra disimular.
Su interés por la montaña comenzó cuando era chico y escuchaba el Panorama Invernal, el programa del periodista Carlos Bustos. “Tenía el sueño de esquiar y competir pero como en mi casa no había un peso, nunca lo logré”, cuenta.
En 1975, con solo 15 años, una conocida le confió que el Club Andino buscaba ayudante para la escuela juvenil de montaña. No solo lo tomaron. “A la segunda salida ya me dejaron guiar y fue amor a primera vista. Llevo 45 años como guía de montaña ininterrumpidos. Cada salida es una exploración, una diversión”, confía.
Este guía ironiza sobre la palabra “trekking” que emplean muchos caminantes de la montaña. “Se trata de subir un cerro, bajarlo, hacer travesías. Trepar la montaña. El trekking implica ir por lugares inexplorados. No hay guardaparques, no hay caminos. Acá se llenan la boca y son mentiras”, cuestiona.
Años atrás, Monras solía llevar un machete porque era común perderse en la montaña. Las picadas no estaban bien marcadas y cada salida era todo un desafío. “Para llegar a donde queríamos, vivíamos macheteando. No tenía buen calzado y tampoco las linternas de ahora. Dormíamos así nomás con un cubrecarpa y mi campera -Gore Tex- era una bolsa de consocio con tres agujeros. Vivíamos felices y nadie se murió”, ironiza.
El GPS estaba a años luz. Y tampoco existía la aplicación Wikiloc. Solo se trataba de observar con detalle cada cerro, y cada 200 metros, volver a mirar, entender que ese cerro había cambiado y reconocerlo.
“En cada salida, dibujaba un mapa a mano de cada picada y me lo guardaba. Cuando regreso, me llevo las fotocopias de ese plano. Aprendí a ubicarme en cada cerro y reconocer el alrededor. No necesito GPS”, dice y recuerda a sus “maestros”, como Otto Meiling, Hugo Jung, Alfredo Slipek, Manolo Puente y Andrés Lamuniere (padre) que le enseñó la técnica del paso en montaña con la cual nunca más volvió a cansarse.
Ser guía de montaña es una pasión. Si pensás en todo lo que te puede pasar, ni salís de tu casa”,
Roni Manrás, guía de montaña.
Le genera gracia la pregunta más frecuente que le hace hoy día en cada guiada: “¿Hay señal de celular?”. Reconoce también que es una misión casi imposible pedirle a la gente que deje a un lado su celular.
Monras no puede evitar correr el tiempo atrás. “Antes, llevábamos velas, papel de diario y cada uno trasladaba un poco de leña en su mochila. Hoy, vas a un refugio y parece un pub (hasta tienen copas colgando y hay tres personas que te atienden). Me siento un extraño en un refugio de montaña”, plantea.
Por eso, lo que más disfruta son de los lugares agrestes. “Es lo último que nos queda y hay que disfrutarlo segundo a segundo”, señala.
Luego de décadas de desempeñarse como guía de chicos, los últimos 10 años Monras guía adultos mayores en el grupo GEDA y dona sus honorarios al Club Andino. Define las salidas como amigables, cortas y no tan exigentes. Aclara que solo se camina. No se trepa, tampoco se escala. “Eso le ha dado la posibilidad a la gente adulta de conocer la zona sin tener esas exigencias grandes que demanda una salida larga. Mucha gente llega a la montaña en forma amigable gracias a estas salidas”, menciona.
La premisa de Monras es que todos lleguen a la cumbre sin importar la demora. Normalmente, asegura orgulloso, se logra.
También califica a Bariloche como una ciudad “con montañas y no de montañas”. “A la gente no le interesa el montañismo. En cada salida del grupo de excursionistas son 50 o 60 personas cuando hay miles de habitantes. ¿Y qué sabemos de la montaña? Siempre sobresalen las muertes, los accidentados, los rescates. Nada lindo. Siempre están como telón de fondo. Años atrás, uno sabía quién había escalado una nueva ruta, tal aguja, quién había subido tal cerro”, añora.
Monras reconoce que una de las vistas que más lo ha impactado es la del Bayo que compite con el cerro López, como así también el cerro Campana, donde se ve “la mitad, Chile; mitad, Argentina”.
Momentos difíciles hubo varios en su historial de montañas. Un ayudante quebrado, una caminata por el filo del Catedral hasta el Refugio Frey con neblina mientras guiaba a 40 personas y “no veía a más de tres”. Y, más que una vez, admite que se desorientó. Pero aún 45 años después, sigue sintiendo con la misma intensidad su pasión por alcanzar la cima.
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