El amansador de los “animales más nobles”
Eduardo Toledo es un apasionado de los caballos. Participa como voluntario de la asociación civil Ancape Cahuel de Roca, que trabaja con equinoterapia en personas con discapacidad. Mientras cuidaba con los animales contó por qué este animal es el más fiel.
El cielo prometía tormenta. Como en una pulseada, las nubes grises empujaban a los nubarrones blancos y esponjosos. El viento volaba las ramas de un sauce llorón hacia un costado y las hojas de los álamos sonaban con la ráfaga. Desde el fondo, Eduardo Toledo caminaba escoltado por Pampucho y Tiznao. Las alpargatas Taba negras daban pasos tranquilos sobre la hierba verde y a cada lado, los vasos de sus compañeros marcaban el compás.
Esa tarde estaba a cargo de los caballos de la asociación civil Ancapé Cahuel de Roca, que trabaja con equinoterapia como método terapéutico para ayudar en la rehabilitación, integración y desarrollo físico, psíquico y social de las personas. Es uno de los voluntarios que dedica parte de su tiempo a su pasión.
“Había llevado a los muchachos a la rampa, a practicar. Los hago caminar sobre la chapa, para que se acostumbren a los sonidos, porque después, por ahí, suben las personas que vienen en silla de ruedas”, decía el hombre mientras abría el corral para ingresar al caballo Pampa y el Labruno.
Hoy, son cinco caballos, cada uno tiene su historia y se los trata con mucho afecto. Las tres recién llegadas son Clarita, Luna y Milagros. Las preparan para que, en poco tiempo, puedan participar, contaba Eduardo mientras Luna metía la cabeza cerca de su oreja en busca de caricias. Ella había sido donada por una familia hace poco y es mansa, buena y mañosa.
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Para Clarita las cosas no fueron tan fáciles y es por eso, que todo le cuesta más. Por sufrir malos tratos la justicia se la sacó a su dueño anterior. Si bien hace cinco meses recibe afecto, le costaba confiar en las personas, pero de a poco, demostraba sus avances. Cuando el hombre caminaba por el corral, ella lo perseguía en un “sí acepto” a su amistad.
“Tiene cataratas o algo así en el ojo, no puede ver, son secuelas de su vida anterior, cuando llegó no quería que nadie se acerque, pero ahora se deja acariciar y está mucho mejor”, Eduardo le pasaba la mano por el hocico.
La más nueva de todas es Milagros. Está en un corral al fondo, sola. Llegó la semana pasada porque una familia la donó. Se la regalaron a un chico que estuvo muy grave de salud. Los dueños habían prometido que si se recuperaba se la darían. Así fue y ahora ella, se prepara para ayudar.
“Tiene tres años, y será así petisa. Muchas veces regalan caballos viejos o con patologías, pero necesitamos caballos sanos, porque desde aquí se imparte salud”, dijo Eduardo.
En asociaciones civiles sin fines de lucro como Ancape, los voluntariados, como Eduardo, son fundamentales, por eso la convocatoria está abierta. Aunque no es un trabajo remunerado, se toma con compromiso.
La institución instruye acerca de la conducta animal, el acercamiento al caballo, la preparación del animal, los cuidados respecto de su salud, la preparación del espacio donde se reúnen las familias y la monta.
“Soy de la idea de amansar sin rigor, trato de no usar el bozal. Aunque lleva tiempo, y es todo un proceso yo prefiero que sea así”.
Eduardo Toledo, voluntario de Ancape y un enamorado de los caballos.
Los caballos y Eduardo
Desde chico fue un apasionado por los caballos. Sentado sobre la pelusa de los álamos, en medio del campo, recordaba que el primero que montó fue de niño en el barrio Villa Obrera, en el que se crió. Un vecino tenía una yegua y todos esperaban para poder salir a andar. Como el hombre estaba poco en casa, él la cuidaba y salía en el lomo de Estrella cada vez que podía.
“La amansamos ahí . Después empecé a trabajar en el área privada y surgieron obligaciones, pero cuando entré a la asociación, hace 8 años, retomé. Lo que hago tiene dos cosas que me llenan el alma, una es la pasión por los caballos y por otra el voluntariado, el poder ayudar, sentirme útil para algunos”, dijo.
Cuando le toca franco en el trabajo, llega muy temprano y lo primero que hace es limpiar los corrales, los bebederos, les da agua limpia. Después los lleva al palenque, los cepilla, le limpia los bazos, los saca andar. Llevarlos a la rampa, montarlos, o sacarlos a verdear, son algunas de las cosas a las que dedica su día.
En verano llega a las 8 de la mañana y cuando quiere acordar son las 8 de la tarde y sigue ahí. Los fines de semana, hay actividades con Ancape. “Parte de lo que sé, me lo enseñaron y todavía hay muchas cosas por aprender. También me capacito en cursos, ahora estoy haciendo un instructorado de equinoterapia”, contaba sin dejar de hacer su trabajo.
Sostenía que cada caballo deja su sello en la asociación y en las personas que interactúan con ellos. Las pérdidas por enfermedades o por edad fueron siempre muy duras, porque son parte de la familia.
“Ojón y Bugui estaban llegando a los 30 años y debimos mandarlos a una granja en Cipolletti para terminar sus días allá y se los extraña. El caballo es un animal fiel, sin maldad, super noble. Una vez estábamos en una reunión, y había una chica con síndrome de Down, Pampucho nos empezó a mirar a todos hasta que la vio, se comunicó y se fue con ella. Yo creo que fue así porque se identificó, porque ninguno de los dos tiene maldad. Es increíble ver la conexión que tienen entre ellos».
Jirafa es otro de los caballos que extrañan. Era un caballo de carrera que habían donado porque no rendía en las cuatreras, pero un día se lesionó tan mal que debieron sacrificarlo. Eduardo reflexionaba que para esas competencias les ponen inyecciones y que tal vez, eso aportó a su desenlace. Juraba que esas cosas no le gustan y que le da mucha pena cuando se maltrata a un animal.
“Soy de la idea de amansar sin rigor, trato de no usar el bozal”, aseguraba. Aunque lleva tiempo, y es todo un proceso llegar a tener los caballos mansos, el prefiere que sea así. Con adiestramiento, tiempo y preparación logran que los animales estén listos para ayudar.
“Todo caballo necesita afecto”, decía mientras el vecino de Milagros, cruzaba la cabeza por encima de unos postes, para recibir una caricia. “Lo que más les gusta es correr libres. Cuando los soltás corren, retozan, se revuelcan, son felices”, para despedirse, Eduardo recorría los corrales y le regalaba a cada equino, una rascada de orejas.
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