El activismo internacional mexicano, en la cuerda floja
Por Andrés Oppenheimer
Mantendrá México su nuevo activismo internacional en favor de los derechos humanos tras la salida de Jorge Castañeda de la Secretaría de Relaciones Exteriores? ¿O regresará al nacionalismo medieval y el apoyo a las dictaduras del pasado?
Es muy pronto para afirmarlo, pero la renuncia de Castañeda y su reemplazo por el ex secretario de Economía Luis Ernesto Derbez podría debilitar lo que ha sido uno de los mayores logros del gobierno del presidente Vicente Fox: terminar con el viejo nacionalismo a ultranza y convertir a México en uno de los actores más influyentes de la diplomacia hemisférica.
Castañeda sacudió la política exterior mexicana, convirtiéndola en más proactiva, más pragmática y más prodemocrática. En otras palabras, la adecuó al cambio democrático que tuvo lugar en México tras la victoria en el 2000 del primer presidente surgido de la oposición en más de siete décadas.
En el pasado, la política exterior de México era pasiva y defensiva: se escudaba detrás de una supuesta defensa de la «soberanía nacional» para ignorar las normas de defensa colectiva de la democracia y los derechos humanos surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos mexicanos se negaban a condenar las violaciones a los derechos humanos y civiles en Cuba, Irak o la ex Unión Soviética, porque temían establecer un precedente que pudiera permitir a la comunidad internacional exigir que México respetara esos mismos derechos.
Castañeda invitó a los grupos internacionales proderechos humanos a establecerse en México y apoyó demandas internacionales para que Cuba y otros regímenes totalitarios respeten los derechos humanos. Como era de esperar, la vieja guardia de la izquierda y el nacionalismo mexicano inmediatamente tildaron a Castañeda de proamericano y lo trataron de pintar como un lacayo de Washington.
De hecho, Castañeda redefinió el nacionalismo mexicano, y quizás el latinoamericano. En una conferencia el 18 de noviembre pasado, dijo que el nacionalismo y el antiamericanismo tenían sentido en los siglos XIX y XX, pero que ya no son viables en un mundo globalizado, donde los países dependen más que nunca del comercio internacional, las comunicaciones y la migración transnacional.
Ser antiamericano en un país como México, que depende de Estados Unidos para el 90% de su comercio, «crea una esquizofrenia nacional brutal», dijo. En vez de «ser nacionalistas», los mexicanos deberían defender sus intereses nacionales, lo que es muy diferente: supone a veces oponerse a Washington y otras veces apoyar a Washington, pero sin dejar que un antiamericanismo a priori influya en decisiones que sólo deben ser tomadas sobre la base del interés nacional, dijo Castañeda.
Durante sus dos años como canciller, Castañeda obtuvo varios éxitos: ganó una banca para México en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ayudó a convencer al gobierno de Bush de eliminar el vergonzoso proceso anual de certificación de drogas, e introdujo el tema de la legalización de casi 3,5 millones de trabajadores mexicanos indocumentados en la agenda de Estados Unidos con México.
Asimismo, México se convirtió en un defensor de la democracia y los derechos humanos y fue un actor clave en gestiones silenciosas para tratar de solucionar crisis regionales en Colombia, Venezuela y Argentina.
Castañeda dimitió porque sintió que había hecho los cambios que quería hacer en la política exterior y que no podía avanzar en un tema clave: el acuerdo migratorio con Estados Unidos. Después del 11 de setiembre del 2001, el clima político en EE.UU. había cambiado en un sentido inverso -en favor de mayores controles inmigratorios- y era poco probable que Washington apoyara un acuerdo de ese tipo en un futuro cercano.
¿Qué pasará ahora? El escenario más optimista es que Fox no permitirá que la política exterior mexicana retroceda al nacionalismo a ultranza del pasado, porque eso enviaría la señal de que la nueva política exterior mexicana no era de Fox, sino de Castañeda. Un escenario menos optimista es que Derbez, un economista que trabajó en el Banco Mundial pero sin mucha experiencia en política internacional, se concentre en temas de comercio y desenfatice el reciente activismo mexicano en favor de la democracia.
Como Derbez no tiene un equipo propio en política exterior, quizás termine asesorándose con figuras de la vieja guardia de la diplomacia mexicana. Y sin una personalidad fuerte como la de Castañeda al frente del servicio exterior, puede que los dinosaurios de la oposición en los comités de política exterior del Congreso mexicano logren echar el reloj hacia atrás.
Fox, al anunciar su cambio de ministros, dijo que «continuaremos con las líneas de cambio que nos hemos trazado en política exterior»».
Ojalá así sea. La política exterior es una de las pocas áreas en que el gobierno de Fox ha hecho un cambio de importancia. Si permite una marcha atrás, será una pérdida para él y para el resto del hemisferio.
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