Educación virtual o presencial: ¿opuestas o complementarias?
Susana Kesselman*
Lo que más irritó en la actual llamada a las aulas fue el trato hacia maestras y maestros que habían seguido cumpliendo sus tareas en la virtualidad.
Febrero 2021. Comienzo de un nuevo ciclo escolar. Entre lo virtual y lo presencial se abre una disputa. Los actores que intervienen son padres, docentes, alumnos y alumnas, autoridades, además de un coro que, como en el circo romano, hace señales de aprobación o de reprobación.
A pesar de tantos cambios que hemos realizado en 2020, cambios adaptativos a la realidad que nos tocaba vivir, creo en lo grupal, en la promoción de salud que significa estar en grupos; trabajo desde hace añares en este tema, la grupalidad sanadora. Creo en la tristeza y el dolor del aislamiento. Pero ocurrió que la pandemia trajo el miedo a agruparse, incluso la prohibición, e hizo del agruparse algo temible, y ante lo temible las personas tratan de huir, de recluirse, de defenderse, incluso a veces de desafiar ese miedo. Y ese miedo con todos sus formatos circula entre nosotros.
La pandemia ha traído confusión a nuestros esquemas conceptuales y operativos, en particular a aquellos que definían qué es salud mental y qué no lo es. En este tiempo, moléculas de paranoia, de hipocondría, de agorafobia son vistas como normales, como convenientes. Son varias las patologías que la pandemia nos ha hecho ver con cierta simpatía.
También se generaron nuevas conceptualizaciones sobre el desarrollo de la infancia o de los vínculos entre padres e hijos. Hasta hemos reflexionado sobre nuevas conexiones neuronales para agilizarlas y no quedarnos con aquellas ideas de que todo tiempo pasado fue mejor. En este tiempo se combinó el miedo, sumado a la idea de que muchos de nuestros conocimientos deberían ser revisados y la convicción de que la vida vivida hasta el momento en lo personal y como parte de una humanidad afectada en su conjunto había cambiado para siempre.
La aparición de la vacuna, de las vacunas, implicó la ilusión de un cambio, pero aún en este punto también hemos vivido tristezas, temores que dañaron esa esperanza. Hemos descubierto, padecido, las risas que hieren la sensibilidad, las que pusieron y ponen dudas a las vacunas tal o cual. Es grave quebrar esperanzas. Lo hemos vivido. Lo he vivido.
En este mundo de reminiscencias dantescas caminábamos cuando surgió la “llamada a las aulas”. Los motivos eran lógicos, la necesidad de socialización y el hartazgo de padres y tutores. Además la virtualidad en ese punto había desnudado una cruel verdad que conocíamos pero que se hizo más evidente: las desigualdades. Los chicos que no comen si no van a la escuela y quienes padecen la falta de conectividad en sus barrios precarios, cuestiones que considero se relacionan en lo profundo con la actual necesidad de hacer presencial la escolaridad en este tiempo que viene y en el que la pandemia todavía sigue su ruta.
Lo que más irritó en la actual llamada a las aulas fue el tratamiento hacia maestras y maestros que habían seguido cumpliendo sus tareas en la virtualidad. Recogí varias frases estas semanas de parte de maestros con observaciones sobre el trabajo realizado. La mayoría habla de una mayor proximidad, de haber estado más cerca de estudiantes con problemas de aprendizaje, del acercamiento a las familias.
Se sabe que en algunos países, regiones, provincias, se abrieron escuelas y universidades, que luego cerraron y que luego abrieron y que luego cerraron, y así.
El miedo es lógico, miedo a la pandemia, al contagio entre los niños, a los maestros, a llevar la peste a los padres.
El zoom… zooma. Más allá de esta experiencia dolorosa en muchos casos y en todos los sentidos de lo doloroso, el año que vivimos la pandemia tan intensamente fue un año de adaptación y de enriquecimiento, de dependencia con tecnologías a veces esquivas al conocimiento precario de algunas manos siempre conectadas a los cerebros que esta vez rejuvenecieron. Por mi trabajo actual, soy eutonista, oigo las voces de cuerpos cansados, docentes estresados, pero habiendo aprendido a surfear en las aguas de esa virtualidad tan temida al inicio de las clases y en el nacimiento de la pandemia.
Lo que sucedió fue necesario, lo que va a suceder en relación con la presencialidad y otras artes lo desconocemos.
Propuesta: mi propuesta es que ante lo desconocido apelemos a lo conocido. Mientras la presencialidad se da de hecho sine data, conviene que se aborde el tema de la conectividad, del reparto de computadoras, de la enseñanza de los programas que la tecnología provee. Si se trata de alimentar a quienes carecen de alimento si las escuelas están cerradas, entonces a afinar este tema también.
Lo más importante es que en el caso de que las escuelas deban cerrarse no se viva el cierre como un retroceso, como un fracaso, sino como un cambio de ruta para la que también estábamos preparados. Que no nos tome desprevenidos si esto sucede.
* Licenciada en Filología Hispánica, psicóloga social y terapeuta corporal
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