Educación: seguir, siempre seguir
Cristina Storioni* / Ruth Flutsch**
La educación es el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir la responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos a nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, no quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común”. (Arendt, 2003)
Nuestras juventudes comienzan a desplegar su proyecto de vida personal en un escenario social en el que la inmediatez del presente se enfrenta con la incertidumbre del futuro. Simultáneamente, el mercado de consumo batalla para definir sus gustos y preocupaciones.
Entonces en este contexto nos parece fundamental el lugar de los adultos para brindar afecto, ceder la palabra, promover el diálogo y establecer así una dialéctica que permita generar espacios de encuentro para compartir las visiones sobre la vida, el amor, la muerte, los deseos, los proyectos, los derechos, las injusticias y todos los temas de interés, en el marco de los procesos sociohistóricos de un mundo que los encuentra desde distintas generaciones. Habilitar y cuidar estos espacios privilegiados significa hacer lugar a las expresiones de los jóvenes para conocer sus opiniones y percepciones e intentar comprender sus aspiraciones y deseos desde un lugar de respeto, reflexión y escucha atenta.
“Solo podemos crear interés por el mundo común mostrando nuestro propio amor hacia ese mundo”. (Masschelein y Simons, 2014)
Se trata hoy de un cuidado motivado por el amor al mundo, de una preocupación destinada a sostener la atención de las y los jóvenes, a ofrecer apoyo cuando sus fuerzas desfallezcan y asegurar que habiten el tiempo libre a pesar de la difícil situación que nos atraviesa. Un tiempo libre para practicar, para ensayar, para prestar atención al mundo, respetarlo, encontrarlo y descubrirlo. No es un tiempo libre individualista, es un tiempo para comprometerse en algo que trasciende las necesidades individuales, de modo tal que cada uno se sienta comprometido con el bien común.
Pensar el colectivo estudiantil reconociendo la diversidad y promoviendo, a través de diferentes políticas educativas, modos de ser, estar y hacer en y con el mundo. Este es y será el gran desafío pedagógico y político: acompañar a estas “juventudes” y sus subjetividades en sus diversas maneras de habitar el mundo. Seguir. Siempre seguir.
* Ministra de Educación y presidenta del CPE Neuquén
** Vicepresidenta de CPE
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