Una ilusión colectiva
Argentina juega hoy la final del Mundial de Fútbol y durante días no se hablará de otra cosa, independientemente del resultado. El tránsito de la “Scalonetta” nos mantuvo en una montaña rusa de emociones un mes y hoy es el día D: éxtasis o agonía para millones de argentinos y personas de todo el mundo que han adoptado como propio al equipo nacional.
El Mundial de Fútbol es el espectáculo deportivo más televisado y su influencia global no se compara con ningún otro: casi 5.000 millones de espectadores habrán seguido los partidos en Qatar y ayer Adidas informó que no tiene stock de la camiseta argentina con el 10 de Lionel Messi en ningún lugar del planeta.
Hay un sentimiento de alegría colectivo y una sensación de comunidad, más allá de cuál sea el resultado final. Aunque sea efímero, no es poco para una sociedad triste, frustrada y dividida como la Argentina.
Psicólogos y sociólogos han estudiado desde hace décadas su impacto en las personas y en la política. El juego es una forma de sublimar las confrontaciones entre seres humanos, que vienen desde nuestras épocas tribales. Se desatan emociones y sentimientos, afloran identidades colectivas en torno a la camiseta, reverdecen el patriotismo y el nacionalismo. Aparecen sommeliers del fervor con el que los jugadores cantan el himno, abundan las metáforas bélicas y países humildes celebran como su selección “humilla” a poderosas naciones. Se festeja en la calle la “eliminación” del rival y el fanatismo no es defecto. Surgen héroes o villanos, según el resultado. La victoria o la derrota son de “vida o muerte” y permean el humor social.
También afloran prejuicios y lugares comunes: fue evidente cuando, tras un partido jugado al límite en cuartos de final, hubo cruces verbales y gestos de revanchismo entre argentinos y neerlandeses. Desde cuestionar la “vulgaridad” de actitudes de Messi con una mirada con mucho de clasismo a, por parte de medios, considerar las reacciones como típicas de la “arrogancia”, la “falta de cultura” o la “xenofobia” nacional desde una mirada eurocéntrica, soslayando las provocaciones previas y que hubo varias selecciones e hinchadas del Viejo Continente sancionadas por la FIFA por incidentes similares: cánticos racistas y actitudes discriminatorias o agresivas. Desde cierto progresismo, se intentó atribuir una épica contestataria y hasta antiimperialista a gestos que no fueron otra cosa que una reacción espontánea a chicanas y patadas en un partido “caliente”.
Sin dudas que la política siguió de cerca los partidos, a menudo con una visión simplista de sus efectos. El Gobierno confía en que la buena performance de la Selección pueda dar oxígeno a la complicada economía y que un mejor humor social ayude a distender un diciembre habitualmente cargado de tensión. Pero los analistas advierten que los efectos políticos de los triunfos mundialistas son efímeros y que la realidad termina imponiéndose. Recuerdan que el campeonato de 1978 no le aportó estabilidad a la dictadura de Videla, y que Raúl Alfonsín perdió las elecciones meses después de recibir en la Rosada a los ganadores de 1986. Tampoco habrá réditos para la oposición.
Si hay algo que está claro es que, si bien el Poder ha intentado siempre manipular en su favor estos eventos, aunque puede haber una pausa en la agenda de la opinión pública, la enorme mayoría de la gente no se olvida de sus problemas por gritar un gol. Y aunque una victoria deportiva pueda compensar simbólicamente frustraciones y angustias cotidianas, al final del día la inflación, la falta de trabajo, la pobreza, la corrupción y el descontento con la política seguirán allí.
La identificación entre el equipo, el ídolo Messi y la sociedad argentina ha logrado que en la calle se grite “nos volvimos a ilusionar” con un sentimiento de alegría colectivo y una sensación de comunidad, más allá de cuál sea el resultado final. Aunque sea efímero, no es poco para una sociedad triste, frustrada y dividida como la Argentina. Quizás, como señaló un columnista de este diario, la dirigencia pueda aprender de la Selección y pensar que con años de trabajo honesto y en equipo, planificación, convicción, liderazgo positivo y resiliencia para superar adversidades se puede construir un país mejor.
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