Pobreza y escándalos
El jueves pasado entregó una postal de la profunda desconexión entre la clase política y los problemas reales del país. Mientras se daban a conocer los catastróficos índices de pobreza con que culminó el año pasado, el Senado se veía imposibilitado de sesionar por un escándalo entre oficialistas y opositores por cuestiones de poder, que dejaron sin tratar varios proyectos esperados por los ciudadanos, algunos presentes en el recinto, que se fueron con las manos vacías.
No por esperado el dato de pobreza fue menos shockeante. Cuatro de cada diez personas en nuestro país, 18,1 millones, está debajo de la línea de pobreza y de ellos el 8,1% se encuentra en la indigencia, señaló el Indec. El incremento en poco más de un 2% llegó acompañado de dos noticias aún peores: la pobreza entre los menores de 14 años trepó al 54,2%, es decir casi 6 millones de niños y adolescentes no satisfacen necesidades mínimas; y los expertos prevén que los índices empeorarán este año, dada la aceleración inflacionaria que llevó los índices de enero, febrero y posiblemente marzo por encima del 6% mensual.
Una característica particular de este incremento fue una paradoja: se produjo en un año en que la economía creció un 5,2% y el desempleo bajó 0,7%. El especialista Leonardo Tornarolli, investigador del Cedlas (UNLP), destacó que 2022 fue el primer año del siglo en el que subieron simultáneamente el PBI per cápita y la proporción de la población en situación de pobreza e indigencia. La espiralización de la inflación en alimentos que subieron por encima de la media, y el atraso de los salarios (sobre todo de empleados no registrados) muy por debajo de los aumentos generales de precios, fueron los principales factores: el fenómeno cada vez más recurrente de trabajadores, incluso registrados, pobres. El director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, Agustín Salvia puntualizó quiénes fueron los más perjudicados: clases medias bajas de obreros, empleados de pymes, pequeños comerciantes y autónomos no profesionales, afectados no sólo por la no actualización de haberes a la par de la inflación sino por la caída de la actividad económica, que comenzó a fines del año pasado. La estrategia de enviar más miembros del grupo familiar a conseguir ingresos para compensar la pérdida de poder adquisitivo se esfuma por la “estanflación”, dice.
La Patagonia, aunque tiene indicadores por sobre la media nacional, sigue la tendencia general. Pese al boom petrolero, en el conglomerado Neuquén-Plottier la pobreza alcanzó al 38,4% de la población (una suba del 1.2%), y en Viedma un 36,2% (descenso del 3,2%).
En medio de este tétrico panorama, la dirigencia política, enfrascada en la campaña electoral, sigue sin aportar iniciativas para resolver el problema, más allá de las frases rimbombantes de ocasión. En el Congreso, el Senado, paralizado desde diciembre pasado, no logró sesionar luego que el FdT perdiera el control por la defección de cuatro senadores y fuera incapaz de consensuar un temario con otras fuerzas. El nombramiento de jueces para combatir el drama del narcotráfico en Santa Fe quedó para otra ocasión. El padre de Lucio Dupuy, que esperaba la sanción de una norma para combatir el maltrato infantil, lo resumió bien: “acá hay una puja para ver quién es más poderoso que quién, se priorizan los intereses políticos antes que los chicos”. Días antes, el informe del nuevo jefe de Gabinete, Agustín Rossi, en Diputados, transcurrió en medio de insultos, chicanas y pases de factura con la oposición, sin un solo acuerdo para mejorar la crítica situación social.
Es más que probable que las cifras de septiembre, plena campaña electoral, sean aún peores, el verdadero escándalo que debiera preocupar a los candidatos. No hay salidas mágicas a un problema que suma ya varias décadas y que demandará trabajosas reformas de más de una gestión para ordenar la economía y bajar la inflación, mejorar la educación y el cuidado de la primera infancia, crear empleo de calidad y un modelo productivo exportador y sustentable. Tarea titánica para una dirigencia que prefiere mirarse el ombligo, elude las propuestas serias y apela a consignas genéricas y efectistas para ganar apoyo en la próxima votación.
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