Machismo e hipocresía

Las acusaciones de violencia de género por parte del expresidente Alberto Fernández hacia su expareja, Fabiola Yañez, confirmaron no solo que la agresión machista está extendida en todos los niveles de nuestra sociedad, sino el alto nivel de hipocresía que maneja la política al abordar este flagelo.

El primer nivel, sin dudas, es Alberto Fernández. Si su imagen ya estaba por el piso debido a su decepcionante gestión de gobierno, sus zigzagueos políticos y escándalos de corrupción, la denuncia de Yañez, pero sobre todo las imágenes y chats filtrados sobre el caso, la hundieron al subsuelo. La causa es especialmente dañina para Fernández, ya que afecta quizás la única bandera que le quedaba en pie de su paso por la Rosada: mientras se mostraba como un adalid de la defensa de los derechos de la mujer, habría agredido a su pareja en Olivos. Su típica defensa no lo ayuda: negar lo evidente, culpar a otros y aplicar un doble estándar moral. Las evidencias revelan también aspectos “sórdidos y oscuros” de su personalidad, como le enrostró su exaliada Cristina Fernández.

El segundo nivel de hipocresía puede verificarse en las reacciones de parte del peronismo-kirchnerismo, que salió rápidamente a despegarse de una gestión de la que formó parte hasta hace pocos meses. Ahora resulta que varios habían visto “señales” de los violentos comportamientos de Alberto y de su afición por la noche, los excesos y los chats subidos de tono. La Cámpora y la propia Cristina intentan igualarse con Yañez como víctimas del maltrato presidencial, como si no hubieran sido un factor central de poder en un gobierno “loteado” entre facciones, ni hubieran erosionado la gestión con boicots, desaires y conspiraciones desde el primer momento en que Alberto Fernández dio señales de autonomía. Mientras hoy suman adjetivos de solidaridad con Yañez y de condena al expresidente, guardaron vergonzosos silencios ante el procesamiento del poderoso intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, en una causa por abuso sexual a una mujer, y ante la condena al exgobernador de Tucumán y senador José Alperovich por el mismo delito.

En un tercer plano, aparecen manifestaciones del Gobierno, entre el regodeo por la desgracia del rival y el oportunismo político. Tanto el presidente Javier Milei como sus voceros tomaron al hecho como la confirmación de la “degradación moral” del kirchnerismo y una extraña forma de confirmar sus ideas contra las políticas de género: que sostener órganos de prevención y apoyo a las víctimas de violencia familiar y a las mujeres era “crear burocracia” y una “estafa” para “aprovecharse de un problema grave para hacer negocios”. Justificó así desmantelar y desfinanciar 40 años de políticas públicas en este área. “La única solución para bajar el delito es ser duros contra quienes los cometen”, sentenció Milei, obviando educación o prevención. Consistente con su idea de que la igualdad entre hombres y mujeres “ya existe” por proclamarla en lo formal y negar las desigualdades estructurales que originan discriminación y violencia.

La impostada indignación moral le sirve además al oficialismo para desviar la atención de los indicadores cada vez más inquietantes de recesión económica, de las turbulencias del dólar, del escándalo en que se vieron envuelto sus diputados al visitar a condenados por delitos de lesa humanidad, o el millonario presupuesto asignado a la SIDE en pleno ajuste del Estado.

Así mientras la política se pasa facturas, cuatro de cada diez mujeres dice haber sufrido violencia de género, un 12% de las argentinas ha experimentado acoso sexual y se produce un femicidio cada 28 horas, 127 en lo que va del año, por citar algunas cifras. La mayoría de las víctimas, sobre todo en los sectores más humildes y alejados, no tendrán como Fabiola una custodia de 36 mil dólares al mes ni equipos profesionales de apoyo. Deberán peregrinar solas horas y kilómetros por oficinas y entidades desfinanciadas, con profesionales sobrepasados y escasos recursos para conseguir asistencia legal, protección o ayuda económica. Para muchas de ellas, la “grieta” política no existe a la hora del desamparo.


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