Inflación y liderazgo

La inflación más elevada de los últimos 20 años en nuestro país volvió a encender las alarmas económicas, ante lo cual el gobierno desempolvó viejas recetas que ya han demostrado ser ineficaces para enfrentar el fenómeno, situación agravada por la falta de liderazgo político y las divisiones en la coalición de gobierno.

Es cierto que el fenómeno de la inflación se ha globalizado: no pocos países sufren las mayores alzas generalizadas de precios en 20 o 40 años, como Estados Unidos, atribuidos a la acumulación de efectos de la crisis financiera, la pandemia de coronavirus y la guerra de Ucrania. También América Latina sufre las inflaciones más altas en 15 años y eso preocupa a los gobiernos, pero la mayoría sigue teniendo inflaciones de un dígito anual o apenas superiores, con lo cual el ritmo del 60% que tiene nuestro país es sólo comparable con el de Venezuela y Haití. Aunque el contexto global no ayude, la causa principal de la disparada de precios en nuestra economía es doméstica.

La elevada cifra de marzo revela una brusca aceleración de la inflación y el gobierno debe realizar acciones contundentes que muestren un camino de salida del proceso. Por ahora, las recetas han sido las mismas de siempre: más controles de precios, amenazas con la ley de abastecimiento a los “especuladores”, aumentar derechos de exportación y convocatorias a “mesas de acuerdo” corporativas para moderar demandas. Esta semana se agregó la iniciativa de volver a subir impuestos, esta vez a las “rentas inesperadas” (?). Todas ellas se vienen aplicando con escaso o nulo éxito desde hace más de una década, sin poder frenar la fatal combinación de suba de precios con bajo crecimiento que carcome ingresos y traba el desarrollo.

De tanto repetir que la inflación es multicausal, el gobierno elude la razón fundamental: el elevado déficit fiscal y la decisión del gobierno de emitir dinero para financiarlo, en cantidades mayores a las que el público quiere aceptar. Los otros factores sólo agregan combustible al fuego principal. La inflación le permite al gobierno recaudar más y licuar el gasto público, ajustando el Estado sin decirlo, con aumentos salariales y de jubilaciones que van atrás de los precios. Pero a largo plazo esa “bicicleta” genera problemas sociales y productivos enormes: aumento de la pobreza e indigencia, incertidumbre económica, pujas distributivas y conflictividad, caída de la producción y el consumo, aumento de la deuda ajustada por inflación, entre otras.

Contrariando a una conocida frase de la comunicación política, pareciera que hoy “es la política, estúpido” refleja mejor el problema. Son pocos quienes discuten que la Argentina necesita un programa antiinflacionario que ancle expectativas de manera urgente. Las pocas experiencias de estabilidad que tuvo nuestro país desde el retorno a la democracia (inicios del Plan Austral, Convertibilidad, primeros años del kirchnerismo) indican que se necesita un poder político fuerte y un liderazgo claro que coordine eficazmente las políticas monetaria, fiscal, cambiaria y de ingresos. Por el contrario, el gobierno ofrece hoy un liderazgo débil y dividido, con un gabinete económico fragmentado, con problemas de coordinación administrativa y enfrentamientos ideológicos y técnicos.

El único plan que plantea un mínimo de estabilidad, el acordado con el FMI, es boicoteado en el frente que gobierna. La cantidad de tensiones acumuladas (tarifas, subsidios, tipo de cambio) para resolver y lograr un equilibrio fiscal sin afectar el crecimiento requieren una precisión equivalente a desmontar una bomba de relojería. Por el contrario, sólo hay medidas erráticas y desarticuladas, que confunden a los actores económicos y acentúan las prácticas “defensivas” y la especulación.

Sin un programa económico integral, con amplio consenso político y un liderazgo que fije horizontes y expectativas lo más probable es una escalada de la crisis, agravando el pesimismo generalizado sobre el futuro y la desconfianza ciudadana sobre la dirigencia política y las instituciones.


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