Inflación autoconstruida
Es una marca registrada del gobierno nacional que cuando no puede concretar algo encuentra siempre un culpable afuera. Cuando el Presidente dice que es la gente la que “autoconstruye” una realidad que la impulsa a cubrirse en materia inflacionaria y que “en gran parte” la suba de los precios está en su cabeza lo hace para sacarse la responsabilidad de encima, aunque lo más concreto que surge de tamaña acusación es que Alberto Fernández parece haber capitulado en la batalla contra la inflación que él mismo puso en marcha hace 10 meses.
Si bien el pensamiento individual y el social están ciertamente influenciados por la naturaleza y por la educación, hay que tomar en cuenta como primordial la experiencia de los argentinos. En este último renglón es de lo más lógico que los sucesivos fogonazos inflacionarios lleven a que familias y empresas tomen acciones defensivas ante un proceso que -se sabe- es una máquina de generar pobreza. El desaire que le produce tamaña incredulidad colectiva obliga a pensar que es el Presidente mismo quien falló en el análisis, ya que no quiere ver que la ciudadanía cree poco y nada en la solución que se le está ofreciendo y que por eso se resiste.
Ese comportamiento de imaginación descarriada que denunció Fernández no es otra cosa que la falta de confianza de la sociedad en que, de la manera actual, se pueda arreglar el tema que más le preocupa. Quizás por eso, él ha dicho sin cortapisas que se rechace una moneda que cada día vale menos se debe a un delirio de tipo colectivo. Para que no se note, inclusive, hasta el momento no se quiere imprimir billetes de mayor denominación. Barrer debajo de la alfombra, otra especialidad de la casa.
Lo insólito es que esta vez no fueron ni la macroeconomía, que ciertamente le atañe al Gobierno, ni siquiera la conocida guerra contra los empresarios especuladores que tanto le gusta fogonear al oficialismo, sino que el Presidente cortó camino y le echó la culpa al supuesto desvarío social, un impedimento tanto o más lesivo que aquel otro concepto que él mismo le ha criticado tanto a Mauricio Macri cuando éste habló de la “sociedad más fracasada de los últimos 70 años”.
Justamente, ese mismo término de tiempo es el que utilizó el Papa cuando habló de su niñez y del nivel de pobreza, ítem directamente asociado entre otras cosas a la inflación “impresionante” que padece la Argentina. Lo notable de la aseveración papal fue la respuesta del Gobierno. La portavoz del Presidente, Gabriela Cerruti, debió decorar su primera interpretación cuando dijo que la situación “es producto de los cuatro años de Macri”. Hablar de 6% del período, versus 33 años de peronismo en el poder (47%), 14 años de radicales (20%) y 17 de gobiernos militares (24%) sonaba extraño para ensayar una justificación, así que tuvo que precisar sus dichos para salir al rescate del desliz presidencial.
Lo primero que hizo fue cambiar de cuajo lo que dijo Fernández. Ya no era la gente la culpable de la inflación, sino que “los que la autoconstruyen son los formadores de precios” aseveró. Y en segundo término, quizás advertida sobre la mayoritaria presencia peronista en casi la mitad de los años cuestionados por el Papa, habló de un “ciclo virtuoso” con gobiernos que bajan la pobreza y la desigualdad y otro “vicioso” de gobiernos militares o civiles que se oponen. Pero tampoco quedó tan bien, porque en este rubro pueden contabilizarse sólo 21 años de políticas no virtuosas (Martínez de Hoz/Menem/Macri), sólo 30% del período.
En este juego de transferir culpas, la vocera habló del endeudamiento macrista, aunque omitió decir que dicha deuda se fue generando con los sucesivos déficits acumulados durante todos esos años, producto del gasto desmedido de Estado y de la incapacidad de los gobiernos de darle certidumbre al sector privado para que invierta y genere puestos de trabajo genuinos. Este esquema incumplido es el que parece estar en el corazón de la resistencia ciudadana que el Presidente ninguneó. “Mala administración, malas políticas”, dijo Francisco.
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